Uruguay: cuando uno más uno es cero

Carlos D. Pérez.*

Me adelanto al final tan esperado, anunciado y demorado del capitalismo occidental, cayendo no sólo por excesos sino por su propio, integral  y brutal peso: la particular versión que emergió en China es la única que queda en pie. La pirámide social termina de desbarrancarse, la clase baja se pulveriza, la clase media que siempre la olfateó asqueada toma su lugar. Sin embargo, no queda más espacio que para el hambre, no hay basura que hurgar.

 

Ya no es posible asimilar con naturalidad indolente el espectáculo diario de contenedores que tragan y escupen gente. Pese a que el final se veía venir, ninguna estructura se cambió para evitar o amortiguar esto. La gente se muere literalmente de hambre, de a miles, y miles más toman su lugar para repetir el derrotero.

Aquí en Uruguay –que supo ser la perla de América Latina, inventores de la percha y el marcapasos, sede natural del sentido práctico– se llega a la conclusión de que no existe otra alternativa que incorporarse al esfuerzo productivo internacional  con el único objetivo de salvar vidas. Es decir, convertir a esa masa doliente con final seguro en fuerza de trabajo, a cambio de una ración de arroz que mantenga la vida y un techo que la proteja, interrumpiendo de este modo esta cadena macabra.

Claro, volver a la esclavitud es una decisión que supera a individuos y sectores, más si ya no se trata de africanos traídos al efecto, sino que hablamos de los propios orientales caídos en desgracia. La respuesta a tal dilema la encontramos en los mecanismos que Uruguay supo darse para dirimir temas que a todos atañen, en la estructura incuestionable que soporta a la democracia, estructura que a ese momento –sin ningún lugar a dudas– llegará vigente y sin modificaciones: se juntarán firmas y "se resolverá por consulta popular".

Ese día, orientales, tampoco voy a estar de acuerdo con que se consulte, y que nadie me acuse de estar a favor de la muerte o de la esclavitud.

Sin ficcionar la realidad social, en un tema latente y presente, digo que tampoco se pregunta por la viabilidad institucional de la Impunidad, como –sin salir del absurdo–, no se pregunta si las peras son comestibles o no, porque salga lo que salga, lo son…

Indudablemente la ley de caducidad es nula por origen y por alcance, lo fue desde que surgió del contubernio hasta el pasado domingo 25 de Octubre, y lo es hoy.

¿Qué les hizo pensar que su legitimidad se resuelve por mayorías?. ¿Qué les hizo pensar que su legitimidad se resuelve?… Si Hitler hubiera ganado un plebiscito popular (cosa muy probable) ¿el resultado hubiera dado legitimidad al holocausto ante la comunidad internacional?. ¿Hay que tolerar la aplicación de las penas a las ofensas Hadd (lapidación, azotes, amputación de manos), por estar dentro del marco legal de la Sharía?. ¿Es admisible y respetable que un país pueda decidir por mayoría simple que no va a respetar la legislación que lo obliga como miembro de la comunidad internacional?

Un "no" mayoritario (aún tramposo –cosa que nunca se objetó–) el no que es no e incluye al que no contestó, al que se equivocó, al que se olvidó, al que falló o anuló el voto político, a la papeleta que fue por "", pero el presidente de mesa omitió firmar en su reverso), no aparece desaparecidos, no redime exilios, no resucita fusilados, no reconstruye vidas, lazos, familias, no convierte en viejitos buenos a represores, no me obliga a compartir pasivamente el aire de libertad con ellos, no me convence, no me detiene en la lucha contra la impunidad, no me resigna en la búsqueda indivisible de verdad y justicia. No sirve…

Un sí mayoritario (no de mayorías contundentes idealizadas, porque pregunto a quienes han luchado contra la impunidad ¿en qué momento han sentido que remaban a favor de la corriente?, ¿cuál fue el dato de la realidad que les mostró un espejismo de mayorías? ) implica tiempo y energía para juntar firmas, conseguir fondos para la campaña, desarrollarla, sensibilizar y convencer uno por uno a la mayoría silenciosa, cuando ya no estamos en el 85 sino a más de 35 años de cometidos los crímenes de lesa humanidad, con represores que han muerto sin enfrentar su responsabilidad, represores que envejecen en la mayor tranquilidad, eventuales procesados/condenados que –por gambito de la justicia o propia fuerza vital– pasarán unos pocos años entre prolijas rejas construidas especialmente para recibirlos, y para que no se olviden que un cuartel es su casa. El tiempo de compromiso y lucha que no les alcanzó a familiares, luchadoras y luchadores sociales para ver en vida una tenue luz de justicia.

Un sí, que de haber salido arañando, hubiésemos convertido en un “maracanazo”, que justificaba el tiempo perdido, que nos redimía del traspié del 89, que convertiríamos en el sí del pueblo uruguayo, que mostraríamos como señal indiscutible de haber alcanzado la madurez necesaria gracias a los años de lucha, que revalidaba nuestra condición de militante, que nos permitiría sentirnos parte de un esfuerzo general, aunque para lides posteriores siempre nos reserváramos el derecho de decir que ‘nosotros’ hicimos más que ‘otros’…

Un sí que cubrió a un Frente Amplio que decidió llegar al gobierno con el compromiso de no tocar la ley de caducidad. Un gobierno que lo confirmó en el primer discurso presidencial, y se negó a anular la ley en el parlamento, teniendo capacidad plena para hacerlo. Un sí que lavaba la cara de los parlamentarios que firmaban para auto-exigirse la anulación de la Ley, al mismo tiempo que se negaban a levantar la mano en el recinto. Un sí que regaló a la hipocresía un tiempo que ya no tenemos…

Un sí con riesgo de convertirse en un fin en sí mismo. Olvidando que en la lucha contra la impunidad se necesita crear suficiente presión social como para empujar manos de legisladores, y no dejar el menor espacio a este sistema judicial de masa inercial respecto de la dictadura para eternizar, archivar, embarrar y burlar causas que tengan que ver con delitos de lesa humanidad.

Porque podemos ver que, una vez salvado el escollo que supone la Ley de Caducidad, será el propio sistema judicial el que se interponga (recordemos el caso del juez suplente Alejandro Recarey, que al avanzar en la causa de Elena Quinteros provocó una súbita mejoría en la salud del juez titular Eduardo Cavalli, suficiente para retomar su juzgado –en domingo–,  quitarlo del caso y volver a recaer en su enfermedad al día siguiente, provocando un nuevo sorteo de suplencia).

Y también debemos recordar que la legislación vigente no está preparada para actuar sobre delitos de lesa humanidad y crímenes de la magnitud que desató la noche del Pachecato y la pasada dictadura, por lo que, si no se exige la aplicación de los compromisos internacionales en materia de Derechos Humanos, a los represores los correremos con poco más que el código de tránsito, pudiéndonos imaginar el resultado…

Legislación con frecuencia ignorada por el sistema de justicia de este país, y que debería afianzarse a favor del futuro. Ahora que reconocemos el valor de su falta, la magnitud de la desmemoria y la tolerancia hacia los crímenes del pasado; condiciones necesarias y suficientes para correr el riesgo de repetirlos.

Esa energía fundamental y ese tiempo precioso que se agota, es el que se utilizó para caer por segunda vez en el mismo error: juntar firmas y convocar a un referéndum. Hoy ya no sirve de pretexto aquel “qué otra cosa podíamos hacer” que justificó el error del 87-89. Y en este 2009 quedó desnudo de veracidad el “al menos sirvió para crear conciencia, para trabajar unidos”, porque hemos visto que el avance en la conciencia general en estos 22 años ha sido muy magro. De tan pobre, insuficiente.

A nadie afecta más que a nosotros mismos la incapacidad de reconocer nuestros errores, disfrazarlos de causas ajenas, maquillarlos de pequeños avances eclipsando la realidad.

Por eso, saliendo del error original, primario, resulta preocupante la manera en que se está procesando el análisis de lo que sucedió. Nadie repara en el “en qué nos metimos”, sino en el resultado: disparador de todas las reflexiones, repartidor de culpas, parece ser que todo el fallo está ahí. No se criticó al FA por haber dado la espalda a la campaña hasta conocer el resultado, después sí… O el triunfo del FA tuvo muchos guardianes (para perjuicio del voto rosado y el voto epistolar), o el silencio en Uruguay entró en fase de metástasis y no hay tema que pueda con él.

Al silencio inicial frente al resultado (que no impidió que el festejo por el voto partidario ganara la calle) sobrevino primero una tendencia pueril a levantar los ánimos: “No todo está perdido”, “Igualmente somos muchos”, “No llegamos pero el porcentaje no fue bajo, lo que justifica la viabilidad de la iniciativa”… (¿?) “Vamo’ arriba!”…  Luego una ola crítica -que nunca es autocrítica-: La fórmula frenteamplista le dio la espalda a la campaña (lo que refleja una realidad innegable, y que dicho en plena campaña es ‘crítica’, pero dicho después de conocer el resultado se suma a la gran bolsa de justificaciones autoindulgentes); “La Coordinadora no Coordinó nada”; “el PIT-CNT no puso todo lo que tenía que poner en la campaña”; “Muchos referentes se dedicaron más a sus campañas para acceder al parlamento que a la del SÍ rosado”. Y otra serie de críticas que sobre destacan lo que hace a la naturaleza del militante: “Nosotros tuvimos que imprimir nuestros propios panfletos”, “Salimos a pintar muros”, “Hicimos calle, hablamos con la gente”… (¿?) …

Pocos cuestionan el origen del problema, el verdadero error: la decisión de ir a plebiscito,  desencadenante de todo este descalabro, y más.

Siguen enroscados en la campaña, pero invirtiendo la secuencia  tradicional: esta vez primero se dio la ‘general’ y después vino  la ‘interna’… Porque ya se ha configurado como algo característico en la división del frente social, puede afirmarse que esto también habría ocurrido después de un SÍ –como dijimos- ‘arañado’.

Algunos se visten de rana y acusan a otros de escorpión, olvidando que, una vez que la campaña por la anulación (con una estrategia inicial de presión sobre el parlamento que tuvo un magrísimo apoyo) definió volcarse hacia el plebiscito sin la suficiente discusión, avanzaron sobre este río tanto ranas como escorpiones… Y ni ranas ni escorpiones, la mayoría de la gente, de militancia innegable ‘no alardeada’, creyó honestamente en esto como un camino posible, o fue leal a la decisión de su sector de militancia (algo que si a veces es levantado como un valor, resulta justo entenderlo así para todos los casos).

Poner el foco crítico en cómo se desarrolló la campaña es bastardear a toda esta gente, y es también ponerle el traste en la cara a la juventud que se puso  la campaña al hombro, haciéndola estallar en mil tonos de rosado.

Dicho a tiempo, es dar una oportunidad a reformular; dicho a destiempo revela el no perder las mañas de sector y hacerle un gambito a la realidad, tirando debajo de la alfombra el error original y auto condenándonos a seguir adelante sin entender nada.

La impunidad promueve, entre el olvido y la injusticia, una atmósfera de silencio, individualismo, división, vistas gordas, ombliguismo, ausencia de perspectiva crítica, autocrítica e histórica. Resulta gravísimo perder la capacidad de detectar cuándo algunos de estos síntomas, o todos, comienzan a reflejar efectos en nuestra sociedad.

Uruguay, el domingo 25 ya era tarde: una consulta  popular sobre la vigencia de la impunidad no la derriba: la legitima desde el mismo momento en que se formula, mucho antes de conocerse el resultado.

La falta de realismo en el análisis, el compromiso en la lucha contra la impunidad –muchas veces mejor declamado que ejercido–, los silencios, el meter todo en las pugnas de sector, la ausencia de discusión dura y frontal (que tan torpemente a veces se valora como una característica positiva), derivaron  en que Uruguay sea el único país de la región al que se le ocurrió esto. Ahora sí ha quedado  configurado el tan declamado camino ‘a la uruguaya’, pero para peor.

Resulta grave ignorar que cualquier acierto o fallo de un país en la lucha contra la impunidad, repercute en los vecinos: se vio cómo la Comisión para la Paz no aprendió nada de la Mesa de Diálogo de Chile, y las leyes de impunidad fueron aplicándose en cascada en todos nuestros países. Pero este carnaval de macanas que se aplicó desde el origen de las democracias condicionadas, siempre tuvo origen en intencionadas iniciativas de gobierno.  Con este episodio, Uruguay eleva el estándar, dado que el error surge de una mala decisión tomada desde  el campo popular y eleva aún más el rango por reiteración.

Ese es el problema, ese es el punto que exige atención, reflexión, discusión y autocrítica. No es que “No pasó nada, la lucha sigue!”. Es que sí pasó, es muy grave, y sepámoslo evaluar correctamente,  porque la lucha sigue, contando con los que se espera que estén, o a pesar suyo…

* Coordinador de REDH
(Red Solidaria por los Derechos Humanos – www.redh.org)
Se cita como fuente Revista Alter,.

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