Uruguay: Independencia, verdad y educación

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Quizá por estar lejos de dios la América «que habla español» rinde culto a las grandes promesas. Quizá porque está demasiado cerca «del otro» se permite no cumplirlas: no es a sus pueblos que los mandatarios rinden cuentas. Y al fin y al cabo es posible, ¿por qué no? que dios, elija salvar a quienes se les antoje sin mirar sus obras.

Ninguna metafísica preocupaba a los que avivaron en Montevideo a Tabaré Vázquez cuando, a la hora en que suele comenzar la siesta y después de ungir tras el juramento de rigor a Rodolfo Nin vicepresidente de la nación, el senador José Mojica lo proclamó Presidente de la República.

Probablemente nadie reparó en el sentido de humor que guardan las solemnidades y nadie, tampoco, asoció al flamante viceresidente con Anaïs Nin y al senador con fray José Mojica, que en la primera mitad del siglo XX puso una poderosa voz de tenor a los boleros de María Grevert.

Es que la República Oriental del Uruguay no está para escarceos de ningún tipo.

Los trabajos y los días

Los festejos, la esperanza de un país castigado como pocos -basta tomar nota del balance entre los uruguayos que viven en Uruguay y los uruguayos que emigran-, la algarabía, no permite medir el alcance de la denuncia del periodista Daniel Hardy Coll acerca de la violencia intra familiar. Sólo en la localidad costera de El Pinar un 50 por ciento de los niños son maltratados por sus padres. En un país que a ratos parece detendio en el tiempo Cronos exige el pago de su legado.

Cuando acaben los festejos -que durarán menos que el ya agonizante verano del Atlántico-, Vázquez deberá convencer y conducir a sus conciudadanos para, en primer término, procurar un proyecto nacional con una economía autosustentable.

«La educación y la cultura son un derecho de todos durante toda la vida,» dijo Vázquez en la noche del martes primero de marzo, ya investido con los atributos presidenciales. Y reiteró: «Se garantizará que todos los uruguayos tengan igualdad de oportunidades para ejercer ese derecho».

No es lo único entre audaz y nostálgico-sesentista. Reconoció que el Estado debe sanear también la sustentabilidad de sus instituciones: convertir al Congreso en una instancia de representatividad legítima y procurar la independencia del Poder Judicial, perdida desde los tiempos de la dictadura.

Deberá también el señor Vázquez -y así parece indicarlo sus palabras- promover la autonomía relativa efectiva de los gobiernos locales; combatir la corrupción, fijar los necesarios controles a la accción de los agentes del Estado y -muy especialmente- desarrollar políticas educativas, científicas y respecto de las tecnologías.

Iluminar las áreas oscuras

Como en la Argentina y en Chile -y algún día se verá en Brasil- los derechos humanos son aquello que se obedece, pero no siempre se cumplen y cautelan. Lo reconoció el primer mandatario uruguayo: «A veinte años de recuperada la institucionalidad democrática aún subsisten, en materia de derechos humanos, zonas oscuras».

La promesa implícita es iluminarlas, pero «en el marco de la legislación vigente»; el objetivo es conseguir la paz, que la «memoria colectiva incorpore el drama de ayer, con sus historias de entrega, sacrificio y tragedia, como un indeleble aprendizaje para el mañana».

No está mal. Sobre todo después que añadió: «buscaremos que nuestra sociedad recupere la paz, la justicia, y sobre todo que el horror de otras épocas nunca más vuelva a pasar».

Refiriéndose a los deberes del gobernante hizo una apuesta arriesgada: «El tiempo de los mandatos presidenciales amnésicos respecto a la voluntad de sus mandantes (quedó) definitivamente atrás». El escepticismo -que no es mala defensa ciudadana- obliga a tener presente que los incumplimientos -fray Vittoria- pueden demandarse.

Nada de «injerencias externas»

…En cambio: «una política exterior independiente», basada en el «pleno respeto a la soberanía de los Estados». Lo que se traducirá, es su promesa, por «La defensa y promoción de los derechos humanos, la solución pacífica de las controversias, el principio de no intervención, la autodeterminación de los pueblos, el universalismo en las relaciones internacionales, y la defensa y promoción de la democracia».

Por tanto Uruguay no tolerará, dijo, «injerencias externas en (sus) asuntos internos». Con esa frase amplió de inmediato el eje del mal de los incorregibles latinoamericanos y se ubicó -ay- muy cerca de los comandantes Castro y Chávez (Lula y Kirchner desde un tiempo a esta parte procuran mejorar su caligrafía; y el «socialista» Lagos no pasó de volador de luces, convertido hoy en el generalísimo de la candidatura de su ministro del Interior a la Secretaría General de la OEA).

Sorry, no ALCA -o eso parece

Consecuente con sus discursos durante la campaña electoral, el recién estrenado presidente uruguayo manifestó que la integración latinoamericana -se refería al MERCOSUR- tiene, para su gobierno, carácter prioritario. Mordióse al oírlo, aseguran, en ese instante la lengua el señor Battle, reciente ex presidente, que no alcanzó a dejar atadas y acostadas las negociaciones por el ALCA.

Dijo Tabaré Vázquez: «El gobierno que hoy asume quiere más y mejor MERCOSUR (…) que será a su vez una plataforma más sólida para lograr una mejor inserción internacional, tanto del bloque en sí, como de todos sus integrantes».

Pétreas caras de póker creyeron ver algunos observadores cuando Vázquez apuntó que su gobierno activará relaciones «con todos los países latinoamericanos, sin excepción alguna, pues de todos nos sentimos igualmente hermanos». Que se haya mostrado complacido el canciller cubano es mera coincidencia.

Con una determinación tan democrática como su vocación hacia el socialismo -recuerda a Salvador Allende y como él se autodefinió «compañero presidente»- Tabaré Vázquez dará de qué hablar.

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