Uruguay, los 11 barrios y «el orejano» Mujica

Raúl Zibechi*
El país emerge polarizado tras un año de campaña electoral. Una polarización que ya fue evidente en las elecciones internas de junio, cuando en los tres partidos resultaron electos los candidatos más “extremos” frente a otros que, por lo menos en los discursos, aparecían como más “moderados” o centristas. En suma, la campaña electoral no creó la polarización social y cultural sino que la expresó, la hizo más visible.

No se trata de un clima ostensible de autoafirmación y negación del otro, que en la región viene creciendo desde el conflicto del “campo” argentino a raíz de las retenciones a las exportaciones de granos, o sea desde comienzos de 2008. Aquí es algo más suave, menos estridente y obvio, pero persistente; una sensación térmica más que un vendaval.

Sin embargo, la polarización ya existía aunque no fuera evidente. Una encuesta realizada en 2007 mostró que el 37% de los uruguayos lo que menos quiere es tener un vecino pobre. Entre los habitantes de los “once barrios” más ricos de Montevideo el porcentaje de rechazo al pobre trepa al 49%. El 63% cree que hay “demasiada asistencia social a los pobres y se acostumbran a no trabajar”; el 43% cree que “los pobres son pobres porque no se esfuerzan lo suficiente”, y otras lindezas por el estilo.

La encuesta concluía que el 20% con mayores ingresos es el sector que más participa en política y está más organizado. Mientras los más pobres tienden a no acercarse a la política, al sector más privilegiado “las posibilidades de integrarse a un partido político le pueden traer el acceso a oportunidades”.

A contrapelo

En estas elecciones, la novedad es que se alzó con la presidencia una persona que tiene un aspecto a contrapelo del 20% que vive en los “once barrios” privilegiados, que tenga aspecto de campesino y hable como un ciudadano común. O sea, que la polarización social y cultural tenga una expresión política. De poder.

Quizá lo más importante, es que Mujica llegó a la presidencia gracias a su capacidad de desobedecer al actual presidente, porque fue capaz de decirle ‘no’ a Tabaré Vázquez nada menos.

Esa rebelión de Mujica, aún procesada en voz baja y cuidando los modales, tuvo la virtud de rasgar la cultura de la obediencia que nos legó la dictadura. El triunfo del “orejano”( así se nombra en Uruguay al rebelde social), puede ser entendido como un guiño a una parte de la sociedad cansada de barrer las migajas del festín de los “once barrios”.

*Analista internacional uruguayo

 

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