José Vicente Rangel*

Pero ocurre todo lo contrario.
Los medios de comunicación afines a ese sector, tomaron de nuevo la conducción e imponen sus particulares puntos de vista. El mensaje social, terreno en el cual hay que competir con el chavismo, no cuenta para nada. La exposición de planes serios de gestión se deja a un lado. Lo que importa es aquello que despierta el interés mediático circunstancial.
Es así como la dirigencia opositora salta de un tema a otro sin continuidad, sin perseverancia: del tratamiento del desabastecimiento pasa a cuestionar la adquisición por el Estado de empresas básicas.
De la inseguridad que debe servir de escenario para un debate esclarecedor -beneficioso para los venezolanos-, pasa a las inhabilitaciones, materia de escaso interés para la ciudadanía, como lo demuestran los raquíticos actos de apoyo. Y de este tema, que por lo demás se ventila con inaudita torpeza en escenarios internacionales, se salta a las 26 leyes habilitantes con la pretensión de convertir éstas en centro de un debate tramposo, planteado con el desmesurado propósito de recolectar firmas para llevar el asunto a la OEA. ¿Acaso la OEA se puede involucrar en la atribución soberana de legislar de una nación? e la aventura.
Pero quizá lo más grave es que la tendencia golpista cobra fuerza y todo indica que cada día aumentará su ascendiente sobre un sector social que sigue atado a los "mitos de abril" y poco espera de la vía electoral. La debilidad de la conducción democrática opositora, sus inhibiciones, la manera como sucumbe al chantaje de los violentos y al veto mediático, y a la visión salvaje de fascismo criollo, hace pensar que estas elecciones constituyen un dramático desafío para la oposición, la que participa con propósito democrático y la que lo hace con el puñal oculto en la manga.
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