Sonrisas nerviosas, alguna incomodidad, reclamos, preguntas y quizá el despeje de las dudas surgidas ante la utilización de la nueva forma de votar fueron parte de la atmósfera dominical en la ciudad de Caracas. Los venezolanos probaron el sistema electrónico que se utilizará el próximo 18 de agosto en el referendo que decidirá si Hugo Chávez continúa hasta el final de su mandato o deberá irse a casa, dejando el mando al vicepresidente.
La violencia que impregnó a la sociedad venezolana durante más de un año se diría que cedió ante los mecanismos de la democracia. Un logro, sin duda, que comparten un vasto sector de la oposición y la prudencia gubernamental.
A 30 días del referendum -como sucede en cualquier país del mundo cuando se acerca una consulta electiral- las calles son pavimentadas por las autoridades, que se esmeran en mostrar su mejor eficiencia: se rellenan los huecos, se arreglan las luminarias urbanas y los semáforos; también se pintan muros, se borran graffitis…
Los empresarios opuestos al bolivarianismo de Chávez sonríen más, no pocos prometen o permiten suponer futuros aumentos, mejora un poco el trato entre los ciudadanos en la urbe atestada y empobrecida.
La violencia no cede en todos los ámbitos, sin embargo: la delincuencia hace de las suyas y los asesinatos de indigentes cobran nuevas vidas.
Los invasores de 152 edificios tomados -la oposición afirma que con permiso del gobierno- fueron desalojados o, en algunos casos, se les dio plazos para hacerlo.
Otros edificios en proceso de remodelación lucen rejas y cadenas para evitar nuevas tomas. De todos modos pocos venezolanos dejan de tener presente la estela de muertos que ha dejado la violencia extrema que llegó a adquirir el enfrentamiento oposición-gobierno en el pasado inmediato.
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