¿Victoria de Obama? ¿De qué alcance?
Que nadie lo subestime. Barack Obama ha ganado en grande. Ha ganado no sólo la nominación demócrata a la presidencia. Va a barrer en las elecciones con una gran mayoría del Colegio Electoral y un incremento considerable en la fuerza demócrata en ambas cámaras del Congreso. Antes de que analicemos qué tan lejos llegará, o podrá llegar –es decir, qué tanto cambio significa esto–, debemos mostrar qué tan real es su triunfo electoral.
En la demasiado prolongada competencia entre él y Hillary Clinton, tanto las encuestas como los resultados mostraron que cada uno de ellos era más fuerte en ciertas categorías de votantes. Obama tenía mayor fuerza entre los más jóvenes, los más educados, por supuesto entre los afroestadunidenses, y entre los situados políticamente más a la izquierda. Pero también le resultó más atractivo a los votantes independientes o a los republicanos que prefirieron votar por un demócrata. Clinton tuvo más fuerza con los más viejos, con los de menor educación, con las mujeres por supuesto, con los latinos y con los situados en lo político más en el centro.
Sin embargo, la decisión real fue la de los superdelegados. Y ellos votaron sobre una base muy diferente. Parecen haber estado convencidos de que sería un candidato más fuerte y que podría ganar aun en algunas áreas tradicionalmente republicanas. O aún si no ganara en la mayoría de esos estados, podría ayudar a ganar a los candidatos demócratas al Congreso. Es bastante sorprendente que, justo en esos estados, haya obtenido gran respaldo de los superdelegados, muchos de los cuales, individualmente, estaban entre los líderes demócratas más centristas, menos orientados hacia la izquierda. Dado que estos superdelegados estaban anclados a sus situaciones locales, algo nos dicen de las realidades políticas estadunidenses de 2008.
Acabo de terminar un análisis comparando de la fuerza de John McCain estado por estado en las encuestas más recientes, con la proporción de votos reales de Bush en 2004. En 45 de 50 estados, McCain es más débil, con frecuencia mucho más débil, de lo que era Bush. Por supuesto, si Bush ganó un estado por amplio margen, McCain podría ganar con un margen menor. Pero en los estados donde la competencia fue cerrada en 2004, la ola está en favor de Obama.
Es más, debemos percatarnos de que McCain se encuentra ahora en el clímax de su fuerza. El Partido Demócrata se reunifica y está hambriento de triunfo. Obama no perderá casi ninguno de los porcentajes demócratas tradicionales entre las mujeres y los judíos. Incrementará el porcentaje nacional entre los latinos y logrará incluir a un gran número de jóvenes y afroestadunidenses que de otro modo no habrían votado. Conseguirá también los votos de un número considerable de independientes y de republicanos desilusionados con Bush. La gente que votará contra Obama porque es afroestadunidense ya desde antes iba a sufragar por los republicanos. Este punto ya quedó atrás, no está frente a él.
Los republicanos, por otro lado, están profundamente divididos y son bastante morosos. La derecha cristiana no confía en McCain, y hasta ahora va con pies de plomo. Y olvidamos muy fácilmente la defección de los libertarios. Ron Paul planea una lucha en la convención. Y aunque por supuesto la perderá, sus simpatizantes están ya descontentos. Como Bob Barr compite por el partido libertario, muchos de los simpatizantes de Paul votarán por él. Barr puede ser para McCain en 2008 lo que Nader fue para Gore en 2000 –lo suficientemente fuerte como para negarle algunos cuantos estados. Y en general, la línea de McCain respecto de la economía estadunidense que se hunde es algo que le va a hacer perder mucho del respaldo que supone obtener entre los llamados demócratas reaganianos.
Si uno analiza la situación en detalle, estado por estado, el único que votó por los demócratas en 2004 en el cual McCain parece ser competitivo hoy es Michigan. Los estados que Bush ganó en 2004 en los cuales Obama es competitivo son numerosos –Ohio, Indiana, Iowa, Misuri, Nuevo México, Colorado, Virginia y tal vez Nevada, Carolina del Norte y Montana. Está haciéndola tan bien en Misisipi que los republicanos tendrán que invertir dinero y tiempo en hacer campañas ahí. Si Obama ganara en todos los estados competitivos excepto en Michigan, tendría entre 310 y 333 votos electorales. Y necesita 270.
El cuadro se ve mejor en las competencias para el Senado, donde los demócratas podrían ganar en algunos estados en los que Obama puede no lograrlo –por ejemplo en Kentucky, donde el líder de la minoría republicana en el Senado está en serios problemas pese a ser un estado muy republicano.
Entonces, ¿qué significa todo esto? Obama no está planeando ningún vuelco revolucionario de la política estadunidense. Está rodeado de muchos políticos y asesores demócratas convencionales. Pero será impulsado al poder por una ola de entusiasmo por el cambio que Estados Unidos no había visto desde la elección de Kennedy. Es cierto que no podrá hacer mucho en la escena mundial, pese al hecho de que será vitoreado por el resto del mundo. Hoy, la anarquía geopolítica global está mucho más allá del control de cualquier presidente estadunidense.
Pero será empujado a realizar importantes cambios dentro de Estados Unidos. Por supuesto, la mera elección de un afroestadunidense representará un notable cambio cultural, y no dejará de tener gran impacto. Sus electores esperan que internamente, Obama lance el equivalente de otro Nuevo Trato —cobertura de atención a la salud, restructuración fiscal, creación de empleos, salvamento de las pensiones. Qué tanto pueda hacer dependerá en parte de la recesión global, que está en gran medida más allá de su control, pero aun un liderazgo tan fuerte puede jugar un papel importante, solamente hasta cierto punto. El ejemplo de Roosevelt nos muestra eso.
La gran interrogante es qué tan lejos llegará para desmantelar las estructuras estatales cuasi policiacas que el régimen de Bush instituyó bajo la cobertura de una guerra contra el terrorismo. Esto implica mucho más que nombrar mejores jueces. Significa una revisión radical de la legislación y de las políticas ejecutivas, y sacar a la luz del día las reglas y prácticas ultrasecretas. Mucho puede hacerse, como sabemos, a partir de lo que se logró en los 70 respecto de los ámbitos de la CIA y la FBI. Pero la situación es mucho peor ahora y requiere más. La historia puede muy bien juzgar a Obama, sobre todo en relación a lo que logre en este terreno. Hasta ahora ha permanecido bastante en silencio al respecto.
Obama ha ganado en grande. Su elección marcará –marcará, no causará– el fin de la contrarrevolución de la derecha mundial de los 80. Él ha rencendido la esperanza y ha creado el espacio para un mundo más progresista pero dicho espacio se encuentra estructuralmente constreñido por las limitantes de un sistema-mundo más anárquico que nunca. La cuestión básica no es si podrá transformar el mundo o restaurar el liderazgo estadunidense en el sistema-mundo –no hará ni lo uno ni lo otro–, sino si hará todo lo posible para permitirnos a todos impulsar nuestra vía hacia delante. Aun si esto es menos de lo que el mundo desearía que hiciera.