Violencia generalizada en América Latina
Gennaro Carotenuto*
Los medios descubren periódicamente que el punto más vulnerable en la Venezuela de Hugo Chávez es el no haber sabido enfrentar la violencia endémica de una sociedad caótica.
Y de este modo pegan duro, especialmente ahora durante la campaña electoral dejando ver por qué precisamente ahora se muestran interesados en la violencia en Sabana Grande (1) o por qué un muerto asesinado en Chacaíto (2) hace más ruido que diez o cien cadáveres en San Pedro Sula (Honduras ) o Medellín (Colombia).
El uso político de la información sobre la violencia contribuye a ocultar el huracán de plomo que está atacando a Latinoamérica en el último decenio.
Que Venezuela y en especial Caracas sea absurda, triste, escandalosamente violenta, quién esto escribe lo viene diciendo desde hace una decena de años. Es violenta, crecientemente violentísima, a pesar que en diez años las desigualdades se han reducido en Venezuela, según las Naciones Unidas, más que en ninguna otra parte. Aún cuando la herencia dejada por la IV República fue pesadísima, un decenio no es un período tan corto como para no poder juzgarlo. No es un lapso que admita indulgencias; es más bien testimonio de absentismo o incapacidad en el fondo de haber tenido en claro lo titánico del problema.
La triste realidad es entonces que no son suficientes las políticas inclusivas, no basta la reducción de la pobreza, no basta el incremento del bienestar, no basta con dar más salud y más escolaridad. Y aun cuando a nivel social haya, en estos años, empeorado la situación la diferencia es mínima. La triste realidad es que hace falta mucho más que un gobierno popular para dominar este desencuentro entre riqueza y pobreza, entre modernidad y subdesarrollo, consumismo desenfrenado y desigualdad, cocaína, alcohol y corruptela infinita que golpean de diferente manera pero que deterioran tanto a la clase dirigente como a las clases populares en gran parte de la región. Para lograr el hombre nuevo de Ernesto Guevara haría falta una sociedad con menos alcohol y menos droga en el cuerpo, con menos codicia y con menos deseos postergados, con menos frustraciones violentas, con menos injusticia, con más posibilidades para todos.
Leyendo los diarios todo parece muy simple. Si aumenta la violencia en Venezuela es sin duda culpa del socialismos, es decir de Hugo Chávez. Pero si se vuelve endémica en México ninguno se arriesga a suponer que eso sea culpa del capitalismo. Y aunque Cuba sea el lugar menos violento del mundo, a nadie se le ocurre atribuirlo, so pena de ser considerado un loco, que algún mérito tienen los 50 años de revolución.
El ojo de los medios lo distorsiona todo. Que levante la mano quién, especialmente luego de cierta hora, camina silbando tranquilo en la zona 1 (el centro) de la ciudad de Guatemala o en decenas de otras ciudades de la región. Es solo un mistificador como Moisés Naim que ha escrito en “L’Espresso”(3) que en Ciudad Juárez, México, con Felipe Calderón, la gente ha vuelto a salir a las calles. En verdad todo el centro histórico inmediato a la frontera con los EEUU es una secuencia ininterrumpida de comercios cerrados y la tensión en los pocos locales abiertos se corta en el aire y sólo la heroica voluntad de los ciudadanos se obstina en reivindicar el derecho a una vida normal. Es seguro que el señor Naim no sacaría en Juárez la nariz fuera del hotel pero en cambio difunde una evidente mentira en la prensa internacional.
La realidad es que la explosión de violencia, a menudo ya endémica pero renovada en sus formas y en su cantidad, en estos últimos años en que crisis y crecimiento se intercalan, se halla en toda América Latina. Pocas son las excepciones entre las capitales: Santiago de Chile, Montevideo y en términos relativos Managua y San José, paradójicamente Ciudad de México y La Habana. Vista desde países como Guatemala y el Salvador, Caracas parece todavía una ciudad habitable. Cualquier familia de la clase dirigente guatemalteca sale actualmente a la calle con tres SUV (N.de T. vehículos todo terreno) y en caravana. Dos de escolta, uno adelante y otro atrás y en el medio la familia para ir al “fast food” o a la piscina. Por todos lados el negocio de la seguridad privada, un tema sobre el que poco se escribe y una de las principales industrias.
Consulto las estadísticas de los muertos asesinados en el pequeño Salvador y descubro que de 3.100 asesinatos en el 2008, se pasó a los 4.300 en el 2009 y a más de 5.000 en el corriente año. Rechazo el deseo de compararlas con los muertos venezolanos y esta escalada no es ciertamente culpa de Mauricio Funes. Pero son cantidades que se asemejan a los de la guerra civil (70.000 muertos entre el 80 y el 92). Y que casi se duplican en dos años sin motivos visibles a menos que sean los de una sociedad en la que la vida de los muchachos de las maras no vale nada, como lo mostrara Christian Poveda en “La vida loca” refiriéndola a la propia.
Vidas condenadas a desaparecer son también las de los inmigrantes, los masacrados en Tamaulipas o los que atraviesan el continente para buscar trabajo en los EEUU, para ser sistemáticamente raptados, secuestrados, estuprados, como documentaba una encuesta pluridifundida por la prensa latinoamericana (incluso en un artículo de fondo de La Jornada) pero obviamente ignorada por la prensa italiana.
De este modo no vale nada ni siquiera la vida de los chicos de Juárez. Con Clara Calzolaio titulamos nuestro reportaje en la capital de Chihuahua, tal vez la ciudad más violenta del mundo: “Viaje al final del neoliberalismo”. Como nos dijo Ignacio Alvarado periodista de “El Universal”: el 65% de los muertos son menores de 25 años y son hijos y nietos de las obreras de las maquilas” Como nos explicara Elizabeth Avalos, sindicalista, ex obrera: “hoy viven en Juárez medio millón de jóvenes a los que el modelo neoliberal no les ha ofrecido nunca nada, ni educación, ni salud, ni trabajo y bien en el narcotráfico encuentran la única posibilidad de ganar y de obtener reconocimiento social” Sí, es cierto que por vender o hacer de sicario se ganan alrededor de mil dólares, nada que hacer con las maquilas donde pagan 500 pesos semanales (30 euros) con contratos que a veces solo duran 15 días”
Volviendo a Caracas, Aram Aharonian, armenio-uruguayo que hace 25 años que vive en Venezuela donde creó Telesur, me recibe poniendo las cosas en perspectiva: “Hace 40 años que existe la violencia en Venezuela. Al principio los detonadores eran la pobreza y la exclusión. Actualmente los principales motivos son la droga y el consumismo. Es cierto que muere más gente que en Iraq, pero según los datos que conozco no hay más violencia que en Brasil, Colombia o los Estados Unidos”. Tienes razón, hermano Aram, uno de los más grandes soñadores y constructores de la Patria Grande y analista brillantísimo, pero no podemos considerarlo muy optimista. Sobre todo y en esto se percibe un límite claro en los méritos del gobierno bolivariano, que el 72% de los muertos asesinados deberían encontrar fuentes de trabajo diversificadas en un contexto en que el socialismo no puede consistir en una distribución igualitaria de la renta petrolera. Quién esto escribe lo sostiene desde el 2004 cuando lo afirmé en presencia del presidente Chávez. A seis años de distancia no veo cambios sustanciales.
Es bastante razonable la defensa de Aram respecto a la increíble capacidad deformante de los medios que eligen ver sólo lo que les conviene. En la historia colombiana “la violencia” es el período que sucedió al asesinato de Jorge Eliecer Gaitán en 1948, una violencia que dura hasta hoy entre paracos, narcos, sicarios y violencia urbana y rural. Y sin embargo cuando se leen los grandes medidos internacionales como “El país” de Madrid pareciera que la Colombia de Alvaro Uribe hubiera resuelto todos los problemas y que los únicos narcos que quedan serían los terroristas de las FARC. México es violento pero es una característica típica de aquella gente fumadora, pero por fortuna tenemos un gobierno que vive y lucha junto a nosotros es la interpretación. En cambio si Venezuela es un desastre es seguramente y sólo por culpa de Chávez. Las horribles imágenes del depósito de cadáveres de Caracas que evidentemente el gobierno bolivariano hubiera preferido que no circularan, son las mismas que encontraríamos en otros países del continente.
Viviendo con los médicos de Barrio Adentro (el programa que desarrolla el sistema público de salud de Venezuela), en los barrios populares de Barcelona, en el estado Anzoátegui, he comprobado que todos los fines de semana los hombres estaban ebrios y regía un verdadero toque de queda. Hoy en día los datos macroeconómicos, los de la inclusión, los de la disminución de la pobreza, premian a América Latina (lo reconoce hasta el Economist) en Anzoátegui, en Venezuela, en el Continente. ¿Pero, ¿cuando dejarán estos hombres el “trago”? ¿Cuántas menos peleas mortales entre borrachos? ¿Cuántos robos se realizan bajo el efecto de los estupefacientes?
Todo esto nos conduce a una dimensión continental. Frente a la infinita capacidad corruptora de los narcos, frente a la abdicación de la clase dirigente, frente a la violencia, al descontrol de las armas de fuego, al alcohol como lluvia, a la ignorancia atávica de los cinco siglos de colonialismo y a la inducida por la noche neoliberal, ¿cuántos pasos hacia atrás se hacen por cada paso adelante?
Descarguen o vayan a ver si pueden o al menos visiten el sitio “El infierno, el México de hoy”, la película de Luis Estrada que Felipe Calderón quiso censurar. Se estrenó está semana y ya se ha considerado como el símbolo del México del año del bicentenario. Para algunos puede llegar a ser el símbolo de esta era como “El viaje” de Pino Solanas lo fue de la noche neoliberal. Es la historia de Benjamín García que luego de veinte años de trabajo es expulsado de los EEUU y en su país rebautizado “San Miguel Narcángel” lo único que puede hacer es unirse a los narcos.
Alguno recordará que han sido los tratados de libre comercio, la imposición de las regulaciones el FMI en la época de las reiteradas crisis de la deuda incubada durante decenios, favorables todos a la agroindustria, de los Estados Unidos o de las multinacionales, y de haber puesto en movimiento decenas de millones de campesinos (12 sólo en México) libre de escoger entre la migración o el narcotráfico. Lo atestigua el hecho de que los evidentes cambios realizados en la República Bolivariana no son suficientes para asegurar que el socialismo (o el ejercicio retórico de Chávez de definirlo así) reduce la violencia.
Y aunque también la mala fe de los medios produce escalofríos, Chávez , en su fracaso al afrontar el horror de aquellas decenas de miles de vidas, casi siempre jóvenes, desperdiciadas, se mantiene en óptima compañía de Colombia, hasta ayer de Alvaro Uribe y de la diestra de Felipe Calderón en México. De la izquierda post Teología de la Liberación de Lula a aquella “light, light” como se define Alvaro Colom en Guatemala en donde por casi nada las mafias disparan sistemáticamente a la nuca a los choferes de autobuses. Desde El Salvador el pulgarcito del continente de Mauricio Funes con sus 5.000 muertos hasta los EEUU de Barack Obama.
Armas de fuego, prohibición de las drogas y excesiva libertad para el alcohol, corrupción, innobles clases dirigentes y persistente desigualdad son los principales males que están metiendo plomo en las alas del renacimiento latinoamericano. Educación, igualdad y probablemente una larga batalla anti-prohibicionista aquí y en los EEUU, el remedio. En este sentido, el referéndum de California sobre la liberalización de la marihuana es una prueba importante. Pero harán falta decenios para salir de la “violencia”
1) Sabana Grande: avenida peatonal de Caracas
2) Chacaíto: barrio de Caracas
3) M Naim, Milagro Mexicano, L’Espresso 13 de mayo de 2010 al que le respondió G. Miná. Éste es quién paga a Moisés Naim. Freedom House. Reporteros sin fronteras y a su información al quincenario “Latinoamerica e tutti il Sud del Mondo”, 2010, n.110/111,pp 12-21
*Periodista y docente italiano