Virginia Vidal y el Pulgarcito de la literatura

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Diego Muñoz Valenzuela*

Curioso, desconcertante libro ha producido Virginia Vidal, mas no inesperado. De ella podemos esperar esta clase de sucesos literarios: asombrosos, entretenidos, impregnados de sabiduría y sensibilidad. Es también un libro que señala camino. ¿A qué género pertenece? ¿Es narrativo o poético? Acaso podemos ubicarlo en el terreno de la narrativa, ¿no tiene también visos de periodismo, oficio que ejerció la autora con dedicación y altísima calidad? ¿O debemos situarlo en aquel hipotético, cuestionado género de la minificción, microcuento, microrrelato? ¿No habrá por allí –para enredar más la cosa— aforismos?

Da lo mismo dilucidar o no estas interrogantes: vamos al resultado. Gotas de tinta y palabreos entretiene, asombra, ilustra, ilumina con sus reverberaciones literarias algo muy hondo en el alma del lector sensible. Por esto digo que señala camino. Innova en la forma y en el fondo, renueva el concepto de libro. Eso explica el título que contiene un misterio. Yo abrí intrigado sus páginas, sin saber con qué iba a encontrarme, aunque sabedor que iba a ser una experiencia gratificante.

Cuando digo que señala camino, es que valoro la agrupación de asuntos, escrituras y longitudes tan diversas, pero unificadas por  la mirada de la escritora, que nos ofrece de esta manera una cosmovisión potente y extraña de nuestra historia, capaz de generar una conmoción a medio camino entre lo intelectual y lo emocional en sus estados más puros.

Virginia Vidal pertenece a un exclusivo club en constante expansión: el de los microcuentistas. La minificción, el microrrelato o el microcuento –esta última denominación predominante en Chile, no así en Hispanomérica– han ido ganando terreno en nuestro país y en el mundo entero.

Es un género que nace con interés y la complacencia de algunos sectores más osados de la Academia, y la indiferencia, el menosprecio o incluso la animadversión de otros, tal vez la mayoría. Tampoco cuenta con las simpatías de todos los narradores, pues muchos de ellos –muchos muy buenos, por cierto— disparan toda clase de andanadas contra el Pulgarcito de la literatura.

Sin embargo, por todo el mundo el mensaje del microcuento se disemina, gana terreno en internet, seduce editoriales, gana autores e investigadores para su causa, y los reúne –cuestión ejemplar y única— en congresos, seminarios y encuentros nacionales e internacionales. Una complicidad inédita en la literatura: escritores, editores, profesores e investigadores unidos difícilmente podrán ser vencidos, sobre todo si van contando con la adhesión incondicional de miles, ya pronto millones de fans donde los jóvenes hacen absoluta mayoría. Digo jóvenes menores de dieciocho años; de los cuales recibo constantemente mensajes en mi "blog": preguntas, sugerencias, peticiones, dibujos hechos a partir de textos publicados.

Pero más que pretender anunciar una suerte de Armagedón microrrelatista, donde este género se apoderaría ilegítimamente del cetro y del trono, lo que quiero destacar es que –a pesar de la prematura aceptación de muchos– no deja de ser un volcán que apenas comienza a insinuar su aparición sobre la costra terrestre. Vale decir, aún viene a constituir novedad; sigue teniendo elementos contraculturales. Sigue siendo vanguardia, más aún cuando explora los límites entre géneros –la narrativa, la poesía, el periodismo, el aforismo–  y los compatibiliza en un volumen, entretejiendo vínculos complejos.

Y eso implica un riesgo, esto es, algo que deleita a la autora; algo que la ha apasionado toda la vida –y que se refleja en su obra— : la rebeldía, la solidaridad humana, el estudio de la historia y la geografía de su tierra, la expresión literaria como resultado de un continuo entre autores que van escribiendo –en paralelo y uno tras otro— el libro monumental e infinito de Borges.

Mención aparte merecen también los parvos relatos y las micrónicas de nuestra pampa nortina, que abordan un mundo todavía inexplorado en lo esencial para la literatura chilena, con honrosas excepciones, algunas de ellas mencionadas en los epígrafes, como Nicolás Ferraro y Mario Bahamonde, notables escritores cuyos nombres están sepultados por nuestra sistemática amnesia nacional y obsesión por lo novedoso, anómalas conductas acrecentadas por los efectos nocivos de la globalización y la “postmodernidad”.

Las micrónicas –neologismo propuesto por Virginia Vidal, al cual sugiero prestar atención por su potencialidad creativa– constituyen una forma caleidoscópica de abordar la descripción de un mundo perdido, cuyas huellas podemos seguir –cual detectives–a través de aquellos indicios que perviven en la memoria colectiva. Hablan personajes notables –no por su importancia jerárquica, pues casi todos ellos son anónimos y extraviados en una masa indistinguible de seres humanos sufridos– sino por su rol en la historia verdadera, aquella que pocos escribe: la historia del pueblo.

No es posible mencionar la extensa galería de personajes a través de cuyas voces y vidas vamos construyendo el rompecabezas de la visión que Virginia Vidal nos propone: campesinos aymaras, obreros del salitre, comerciantes, poetas, coleccionistas, espíritus calicheros, demonios humanos.

He tenido la suerte de compartir muchas jornadas literarias con Virginia Vidal, todas ellas sabrosas, vitales, enjundiosas. Hace unos pocos años concurrimos –por arte de birlibirloque– a un encuentro de minificción argentina en Buenos Aires. Éramos los únicos viajeros chilenos y nos tocó compartir con académicos y escritores españoles, mexicanos, venezolanos y por cierto argentinos, entre ellos muy buenos amigos como Luisa Valenzuela, Ana María Shua y  Raúl Brasca. Conversamos con los líderes de la investigación del nuevo género: David Lagmanovich, Paqui Noguerol, Fernando Valls, Lauro Zavala, Laura Pollastri, aunque faltaba nuestro buen Juan Armando Epple, recientemente premiado por Letras de Chile en razón de su aporte al desarrollo y difusión del género.

Allí, entre lectura y lectura, plato y plato y copa y copa, con Virginia arribamos a la concepción de que era preciso replicar en Chile este tipo de encuentro. Y ya se han realizado dos de ellos: los Sea breve, por favor  de 2007 y 2008.

En las últimas semanas hemos conversado por correo electrónico con Virginia sobre la necesidad de impulsar la creación de un premio especial para el Microcuento en Chile, ya que se le suele excluir u omitir, por prejuicio, intereses, presiones o simple ignorancia. Ella, como suele hacer, ya ha tomado la iniciativa proponiendo al Consejo del Libro que lo incluya como género en el concurso de mejores obras literarias. Emprenderemos la campaña así iniciada.

El libro que hoy día presentamos, una constelación de relatos breves, hermosos y profundos –ya disfrutarán ustedes de su lectura y podrán comprobar por sí mismos la calidad que entraña– es una demostración de la valía de este nuevo género. Ojalá se le considere en el mundo de las formalidades, las normas y el poder institucional  como legítimo aspirante a cualquier distinción, pues es merecedor de todas ellas. En lo personal le doy la bienvenida a un texto notable, sorprendente y vibrante por su creatividad y belleza.

* Escritor.
En Punto Final Nº 688 (www.puntofinal.cl).

Los "parvos relatos" de Virginia Vidal se presentaron en viernes 26 de junio de 2009 en el Museo Vicuña Mackenna de Santiago de Chile; la autora dirige la revista cultural Anaquel Austral (http://virginia-vidal.com).
 

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