…Y murió Fidel

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El sábado amanecimos compungidos. La noticia era esperable, pero nunca nos resignamos a que determinados sucesos ocurran. Con el corazón contrito debíamos aceptar la verdad inexorable de la vida: Fidel, el Caballo, había muerto. Con él se fue un cacho grande de la historia del siglo XX. Con su cuerpo cremamos la idea de una Revolución repentina que es capaz de sorprender al propio Imperio. Ahora sabemos que la tarea es mucho más larga, compleja y difícil. Pero quién le quita lo bailado a nuestros pueblos. Eso quedará grabado en la historia para que otras generaciones tomen esas banderas en sus manos y las lleven a la victoria, como lo soñaba Evita, otra gran heroína del siglo pasado.

Murió Fidel, quien en el juicio que le hicieron por la toma del Moncada, aquel lejano 26 de julio de 1953, dijera “La historia me absolverá”. El mismo que desde Méjico se subió al Granma para que apenas un puñado de revolucionarios lleguen vivos a la costa cubana. Combatiendo en el Escambray, el 1° de enero de 1959 mostraron a un mundo atónito porque un grupo de jóvenes barbudos estaba dispuesto a cambiar al mundo, que destruyera al viejo Estado a 80 millas del centro del poder mundial.

Sería largo enumerar los hechos producidos por aquella Revolución, aunque –tal vez- lo más importante sea el ejemplo que sirvió a otros pueblos. Pero cómo no recordar que en las décadas de los 80 y los 90, cuando el imperialismo se imaginaba que su poder era eterno y que había llegado el “fin de la historia”, la solitaria tozudez de Cuba y Fidel los desmentían en soledad. Ahora, pocas décadas después, la profundidad de la crisis del mundo occidental prueban que la verdad estaba más cerca de Fidel que de sus poderosos contendientes.

Aislada, por el bloqueo norteamericano, los miles de soldados cubanos practicando una forma nueva de solidaridad internacional rompieron con esa pretensión de aislar aquella revolución. Ellos regaron con su sangre el territorio africano, procurando un futuro mejor. Sí, fracasaron pero allí está su testimonio que la historia de esos pueblos en algún momento sabrá recoger. Más cerca, miles de médicos formados en Cuba van por el mundo contribuyendo a resolver los dramas sanitarios de estos tiempos.

Es imposible saber el futuro del mundo, pero en algún momento, cuando otras reglas estén guiando la vida cotidiana, seguramente Fidel y el sacrificio de aquel pueblo cubano, ocuparán el lugar que se merecen en la historia de la Humanidad.

Juan Guahán

 

 

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