¡Y todo gracias a la pandemia!
En los largos meses de pandemia los países han podido descubrir muchas características de su fisonomía. La grandeza y la miseria de sus habitantes, las verdaderas dimensiones de su desarrollo, las profundas inequidades solapadas por las cifras económicas oficiales, los embustes de la política e, incluso, el disimulo en que viven deliberadamente muchas personas y sectores sociales por temor a ser todavía más menoscabados y discriminados.
Entre tantas cosas, Chile está descubriendo que el número de sus pobres alcanza fácilmente el 45 o el 50 por ciento, fatalidad que se agrava al llegar a la Tercera Edad y tener que pensionarse, cuando la jubilación no alcanza en promedio la mitad del sueldo mínimo. Mientras las administradoras de fondos de sus pensiones se han afianzado como uno de los negocios más lucrativos del mundo, más todavía que la extracción a precio vil del Cobre y riquezas minerales. Percibimos hoy que éramos un país que se ufanaba sin fundamento alguno, que la Dictadura de Pinochet –además de muertos, torturados y desaparecidos- administró dolosamente nuestros recursos materiales, y que los militares se convirtieron, además de asesinos, en ladrones y codiciosos.
La Pandemia ha dejado también en evidencia la miseria moral de nuestro mal llamado empresariado, la voracidad de nuestros inversionistas extranjeros y la ausencia plena de sentido patrio, de solidaridad con los que más sufren. Al grado que en tiempo de mayor angustia muchos de éstos han seguido concibiendo “oportunidades” para acumular más riqueza. Tal como antes lo hicieron con ocasión de los terremotos y desastres naturales en que algunos de estos llegaron apropiarse hasta de las ayudas solidarias provenientes del exterior, bajo la excusa de que ellos serían más eficientes que el Estado, las fundaciones y las iglesias para distribuirlas entre los más dolientes.
Un ejemplo recién consignado por El Mercurio: el que fuera yerno de Pinochet, y se enriqueciera durante su gestión, en solo los últimos doce meses ha incrementado su fortuna en 2 mil 400 millones de dólares, con lo cual todo lo que ha recaudado con el consentimiento del Dictador y de sus sucesores en La Moneda alcanza hoy los 4 mil 100 millones. Amo y señor, como se ha consolidado, de las estratégicas reservas de nuestro litio y otras reservas mineras.
Lo que en algún momento constituyó uno de nuestros orgullos, es decir la probidad de nuestros policías, ya vemos como ahora en Carabineros de Chile pululan los más inescrupulosos malhechores que asaltan y violan las normativas por las que ellos mismos deben velar. Por lo que se ha hecho cada vez más difícil mantener el orden público. Ante cada asalto, “portonazo” o delito ya no se distingue si sus autores materiales o intelectuales son uniformados o civiles, o sí unos con otros integran las asociaciones ilícitas para delinquir.
Y otro ejemplo más: acaba de estallar la noticia en cuanto a que hace un año ingresó al Tribunal Constitucional un comando de policías civiles a objeto de allanar las oficinas, escritorios, computadores y archivos de los ministros integrantes de esta alta institución. Por supuesto que sin ninguna orden de cateo legal, sin conocimiento alguno de parte de los vulnerados y, suponemos, de los otros poderes del Estado. Aunque de verdad, muchos sospechan que esta operación habría estado en conocimiento de la Presidenta de este alto Tribunal, quien fuera designada en esa función superior por el propio Sebastián Piñera. ¡Vaya que lindo Estado de Derecho el que tenemos!
Ni qué decir de jueces y fiscales sorprendidos con las “manos en la masa” vulnerando las leyes sobre las que ellos mismos deben velar, involucrándose en fiestas clandestinas durante el Toque de Queda y cuarentenas. Cuando no están oficiando desde sus tribunales en favor de los más conocidos delincuentes y narcotraficantes. Tanto así que para el común de los chilenos ya no existe certeza alguna de que sus detenciones puedan culminar en cárcel o sanciones ejemplares.
Y ahí sigue igualita la llamada clase política, en plena crisis sanitaria desgañitándose por retener cargos y prebendas. Vociferando para que el Estado disponga de mayores aportes y bonos para los indigentes y clase media, mientras ellos mantienen los más altos sueldos de la administración pública y le reclaman al Servicio Electoral mayores contribuciones fiscales para solventar sus campañas electorales y vomitivas franjas de propaganda en la TV abierta.
Ha llegado a ser tan lucrativo el negocio de la “representación popular”, que en los próximos comicios existen hasta nueve postulantes por cargo a elegir. Así como constituye un buen negocio mantener todo tipo de partidos y partiditos, sin base social alguna, a fin de mantenerse pegados a las ubres del poder que, por cierto, administran efectivamente los más poderosos empresarios del país. Con ello se evita deliberadamente que nunca se consolide una izquierda unida que se ofrezca como alternativa a la tropa de políticos desfachatados e ineptos.
Sucede que cualquier personaje que logre “hacer noticia” o caerle bien a los matinales de la TV, de la noche a la mañana pretende posicionarse, ya no solo como candidato a diputado o senador, sino como abanderado presidencial. Entendemos que solo Perú, en nuestra región, exhibe mayor cantidad de postulantes a la primer magistratura.
Largos y tendidos años de connivencia en el Parlamento o en los pasillos de La Moneda han logrado el milagro de la “reconciliación”, que ni siquiera soñaron lograr en tan poco tiempo los pastores religiosos. ¡Nada resulta más eficiente que la derecha y los poderosos les abran sus salones a los advenedizos, a los ávidos de riqueza y fama! Esto ha sido así durante toda la historia, incluida la era de las revoluciones. Ya lo decía Salvador Allende, que el peor defecto de los chilenos era su “arribismo social”. Nuestra propia trayectoria institucional puede recordarnos lo que pasó con algunos de nuestros más pintados reformistas y cuántas esperanzas políticas y sociales frustraron.
De todas maneras siempre tuvimos la convicción de que radicaba en las jóvenes generaciones la posibilidad de emprender los cambios que, al menos aliviaran la vida de los más pobres y fundaran una ética política que no desmayara tan rápido a las mundanales tentaciones. Pero poco o nada de eso sucede hoy en los nuevos dirigentes, donde hemos comprobado durante la posdictadura los más altos y vergonzosos niveles de división, encarnizadas luchas por el poder y desprecio por lo que antes se llamaba “fraternidad” de ideas y rutas.
Y, por cierto, todo esto no podemos cargárselo a la Pandemia.