“Yo no sé si eran cosas que soñaba o las había visto”

Mario Casasús.*

Jaime Maturana habla de su amistad con Pablo Neruda, en 1969 comenzó a trabajar en La Chascona e Isla Negra, ahí vivió durante casi dos años hasta que el poeta se trasladó a París, para representar diplomáticamente al gobierno de la Unidad Popular; no volvieron a conversar. A Neruda lo asesinaron en la clínica Santa María y don Jaime fue arrestado junto a su familia en Villa Grimaldi —sus dos hermanos todavía están desaparecidos—; durante las sesiones de tortura lo único que preguntaban los milicos era: ¿quién visitaba a Pablo Neruda?

Jaime Maturana (1949) salía a caminar con Neruda para recolectar piedras y caracolas, lo acompañaba a Valparaíso para comprar viejas tarimas con olor a vino tinto, o para recolectar el color “mostaza-naranja” en un cementerio de barcos; también hizo la reparación del mapamundi, de la mesa que giraba con el agua del canal, del órgano con la melodía de La Internacional, en fin.

Cuando la Fundación Neruda descubrió al olvidado personaje intentaron cooptarlo; pero, cuenta don Jaime: “Después entendí que Juan Agustín Figueroa era socio de Ricardo Claro, el dueño de los barcos de Sudamericana de Vapores donde torturaron a varios compañeros, desde entonces no quise saber nada de la Fundación Neruda, las veces que viajo a Chile ni me asomo por Isla Negra”.    
 
—¿Cuándo conoció al poeta Pablo Neruda?, ¿lo invitó a trabajar de inmediato?

—En el año 1970, antes de que partiera a Francia como embajador; cuando él regresó en noviembre de 1972 ya no lo vi, porque yo tenía otras actividades políticas, mi papá sí fue a Isla Negra en 1973 y don Pablo preguntó por mí.        

—Don Manuel Araya denunció en la revista Proceso: “Neruda fue asesinado mediante una inyección en la clínica Santa María”; don Jaime ¿qué opina ante las declaraciones del asistente personal de Neruda?

—No me cabe la menor duda que la atención fue precaria en la clínica Santa María, que lo discriminaron por ser comunista, si el rumor dice que le quitaron la vida es probable, porque en la misma clínica envenenaron a Eduardo Frei Montalva (1982), así que Neruda pudo correr la misma suerte que el ex presidente Frei, sería interesante investigar el asesinato de don Pablo, la Justicia debe esclarecer ese crimen. 

—Los tres colaboradores más cercanos de Neruda fueron arrestados por la dictadura: Homero Arce (murió en 1977 a consecuencia de una golpiza), Manuel Araya (preso en el Estadio Nacional) y usted (preso en Villa Grimaldi), ¿a qué atribuye la sevicia del régimen militar?

—Me detienen para sacar toda la información posible, lo único que me preguntaban: “¿Quiénes visitan con frecuencia la casa de Neruda?”. Yo no decía nada, argumentaba que yo era un trabajador cualquiera, yo cumplía con mis labores de remodelación y pintura de la casa, insistía en que no tenía ningún contacto personal con Neruda, no sabía quién entraba a la casa, mucho menos podía andar preguntando ¿y usted quién es?, lo repetí tantas veces que los militares acabaron convencidos.

—¿Desde qué año vive el exilio en México?

—Desde 1975, del campo de concentración salí directo al aeropuerto, no me dejaron pasar a mi casa por ropa ni por documentos, llegué con lo puesto, con el salvoconducto y la visa del gobierno de México.

—¿Por qué nunca regresó a Santiago de Chile?

—Durante los primeros años no pude regresar a Chile porque la dictadura lo prohibía a los exiliados que estuvieron presos en campos de concentración; hasta que el año 1990 fui a Chile, pero a los 15 días ya extrañaba mi vida en México, porque encontré a mi país muy diferente, con gente vacía, no eran como en nuestra época que luchábamos por ideales.

"Regresar para qué, mi hija nació en México, también mis nietos, tengo buenos amigos chilenos y mexicanos en el Distrito Federal, Tabasco, Morelia y Cuernavaca".

—Finalmente, durante alguna visita esporádica, ¿regresó a las casas de Neruda?, ¿qué piensa de la Fundación Neruda y sus vínculos con lo peor del pinochetismo?

—La segunda vez que fui a Chile me contactó Aída Figueroa —hermana del presidente vitalicio de la Fundación Neruda—; a ella le interesó mi historia para hacer un recorrido por las casas y ver lo que faltaba, porque no tenía idea del inventario de las cosas y su ubicación original, pero cuando regresé a México y conversé con los chilenos exiliados entendí que Juan Agustín Figueroa era socio de Ricardo Claro, el dueño de los barcos de Sudamericana de Vapores donde torturaron a varios compañeros, desde entonces no quise saber nada de la Fundación Neruda, las veces que viajo a Chile ni me asomo por Isla Negra; el Cónsul chileno Sergio Verdugo me dijo: “Hiciste bien Maturana, esos choros son unos aprovechados y sinvergüenzas”, nunca quise volver a ver a Aída Figueroa, con gente así ni a la esquina.

* Periodista.
Publicado originalmente en www.elclarin.cl —se reproduce aquí por gentileza del autor.

 

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