¿Zona de confort? Apuntes sobre la obra de Florencia Urbina

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Adriano Corrales Arias*

Se mire por donde se mire, Centroamérica es una región convulsa. Telúricamente inestable y expuesta a huracanes y otras corrientes del Caribe y el Pacífico, el istmo está destinado a ser tierra de fuego, o pasto de las aguas. Heredera de grandes civilizaciones y del enfrentamiento entre dos mundos, su extenuante conquista y una extensa colonialidad que aún no termina, salvo en ciertas islas, la convierten en una zona de abultada violencia y de llana resistencia.

Luego de una paz conquistada tras largo años de guerras civiles, paz que no ha resuelto los graves conflictos que provocaron aquéllas refriegas, ni mucho menos, la región se enfrenta al fantasma de la globalización bajo la égida del dios de la mercadotecnia, en una posmodernidad de cartón piedra que la ha transmutado en un enorme y asimétrico "mall" que distorsiona el paisaje con una arquitectura funambulesca y anti ecológica.

Las identidades centroamericanas, en constante construcción e invención, se ven de pronto sacudidas por los pesos y medidas de una cultura masiva que pretende hacer tabula rasa a partir de una supuesta nueva era, cuyo programa es la uniformidad y el consenso en el consumo, la asimetría y la exclusión en el servicio. Dicho de otra manera, asistimos a una recomposición del mercado periférico como si de una nueva zona bananera se tratase. Solamente que la nueva zona es “franca”, aunque esté vedada a las mayorías.

Nos prometen prosperidad. Nos ofrecen la opulencia del norte. Y la comodidad. Quien se vende y se alquila es un ejemplo para la panacea de la nueva era. Una era que nos convertiría en una zona del "confort" planetaria, allegándonos a las pasarelas y pantallas del glamour y de las bolsas del primer mundo. Así, todos podremos manejar un auto de lujo para transportarnos hasta nuestros trabajos, por ejemplo. He allí la promesa.

Sin embargo, irrumpen la sospecha y la duda. Una chica desenfadada, con nombre de ciudad italiana y de apellido Urbina, nos enrostra una serie de imágenes que reinvierten la panacea y subvierten la promesa: imágenes del caos centroamericano y tercermundista; imágenes de los mercados con los perpetradores y promesanos; imágenes más cercanas al derrumbe del confort que a la fiesta posmoderna; imágenes de una zona en caos permanente, en ebullición constante.

Con una tropicalidad envolvente, muy centroamericana, aunque podría ser tailandesa, centroafricana o coreana, Florencia Urbina (San José, 1964), reconocida ya por su animalario y su apuesta de una aesthesis ante la estética occidental/colonial, recurre a variadas técnicas y herramientas para notificarnos que el confort, al menos en esta zona, es ajeno, en todo caso ilusorio. Desde el collage, pasando por la fotografía intervenida, lo mediático, el dibujo, las tintas fluorescentes y fosforescentes, y otros recursos, la muestra que nos ocupa deslinda tiempos y géneros. Por ella asoman rostros y gestos reconocidos en la historia inmediata.

Todo ello con una carga semiótica convenientemente conducida, la cual apunta a la interculturalidad desde lo costarricense, por tanto centroamericano y pluriversal.

Mejor dicho: es la mirada de una artista costarricense comprometida con su entorno y posada sobre la vecindad: una zona que de confort solamente tiene el nombre y algunos atolones en las asimétricas ciudades, campos, selvas, montañas y océanos de una Centroamérica unificada por capital espurio y, por tanto, expuesta al vendaval globalizante de la oferta y la demanda c∫on todas la secuelas violentas que conocemos y están aún por re-conocerse. Todo ello decorado con la feria de las vanidades y sus monstruosas exclusiones.
 

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