Agridulce: así somos los argentinos

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

 El profeta recogió su blanca túnica y dijo: 

 

Los argentinos están entre vosotros, pero no son como vosotros. No intentéis conocerlos, porque su alma vive en el mundo impenetrable del dualismo. Beben en una misma copa la alegría y la amargura. Hacen música de su llanto, el tango, y se ríen de la música de otros; toman en serio los chistes y de todo lo serio hacen una
broma.

Ellos mismos no se conocen. Pero nunca los subestiméis. El brazo derecho de San Pedro se supone que lo es, y también el mejor consejero del demonio. Su país no ha dado un gran santo ni un gran hereje, pero los argentinos pontifican sobre los  herejes y heretizan a todos los santos.

Su espíritu es universal e irreverente. Creen en la difunta Correa, la interpretación de los sueños y el horóscopo chino, todo al mismo tiempo… Tratan al Cristo de el flaco y se mofan de los ritos religiosos, aunque no se pierden Te deum ni misa alguna. No creen en nadie, pero se lo creen todo. No renuncian a sus ilusiones ni aprenden de sus desilusiones.

¡No discutáis con ellos jamás! Los argentinos nacen con sabiduría inmanente. ¡Saben y opinan de todo! En una mesa de café arreglan el mundo, que siempre funciona como ellos piensan, no como es. Y cuando viajan, todo lo comparan con Buenos Aires. Son «El pueblo elegido» …por ellos mismos. Se pasean entre las otras naciones como el espíritu sobre las aguas: sin absorber nada de ellas.

Individualmente -continuó el profeta- se caracterizan por su simpatía e inteligencia, pero en grupo son insoportables por su griterío y apasionamiento. Cada uno lleva en sí la chispa del genio, y los genios, ya se sabe, no se llevan bien entre ellos. Por eso, reunir a los argentinos es muy fácil, pero unirlos es imposible.

Son capaces de lograr todo en el mundo, menos conseguir el aplauso de otros argentinos. La envidia es una enfermedad genéticamente arraigada en estos sudamericanos incurables. Y no les habléis de la lógica. La lógica implica razonamiento y mesura. Los argentinos son hiperbólicos y desmesurados. Si os invitan a comer, no os invitan a una comida sino a morfar la mejor carne del mundo…

Cuando discuten no dicen «No estoy de acuerdo con usted», sino: «Usted está total y absolutamente equivocado». Tienden a la antropofagía: «Se lo tragó» significa haber sobrepasado, derrotado o aventajado a otro.

Muchísimas de sus referencias son igualmente gastronómicas. Para referirse a una mujer bien dotada, suelen decir que es un budinazo,un bombón o cualquiera de esas expresiones. Y aman tanto la contradicción que llaman bárbara a una mujer hermosa, a un erudito lo bautizan bestia y a un futbolista genio…

Cuándo acceden a hacer un favor -siguió el profeta- no dicen «sí», dicen «¡cómo no! …Son el único pueblo del mundo que comienza sus frases con la palabra no. Cuando alguien les agradece por algo, dicen: «No, de nada», o simplemente «No» con una sonrisa.

Los argentinos, además tienen dos problemas para cada solución. Pero intuyen las soluciones a todo problema. Cuando estuve en Buenos Aires me admiró que cualquiera dijera que sabía cómo pagar la deuda externa, enderezar a los militares, aconsejar al resto de América Latina, eliminar el hambre en África y enseñar economía en Estados Unidos. Cuando quise predicar mis ideas, empezaron por enseñarme cómo tenía que hacer para llegar a ser un buen predicador.

Se asombran de que los demás no vean cuán sencillas son sus recetas y no entienden por qué el mundo no les hace caso. Además, los argentinos eligen cuidadosamente metáforas para referirse a lo común con palabras comunes. Por ejemplo, a un aumento de tarifas lo llaman «rebalanceo de ingresos», a un incremento de los impuestos: «modificación de la base imponible» y a una devaluación del peso: «una variación en la relación cambiaria».

Un plan económico es siempre un plan de ajuste, lo que daría a entender que en la economía Argentina ya no quedan tornillos por apretar. A una operación financiera de especulación la llaman con el inocente nombre de ‘bicicleta». Todo argentino que se precie ha pedaleado alguna vez.

Viven, como dijo el filósofo Ortega y Gasset, una permanente disociación entre la imagen que tienen de sí mismos y la realidad. Tienen un porcentaje altísimo de psiquiatras y psicólogos y se ufanan de estar siempre al tanto de la última terapia de moda. Poseen un tremendo súper-ego, pero no toleran que se lo mencione. Tienen un espantoso temor al ridículo, pero se describen a sí mismos como liberados y pertenecientes al llamado «Primer Mundo».

Espejo e imagen, concentran en ellos mismos el terrible choque entre la fantasía y la realidad.

Había llegado la nave al muelle. Alrededor del profeta arremolinábase una multitud dolorida que había acudido a despedirlo en su largo viaje de regreso a la remota Argentina. Quiso seguir hablando, pero la emoción -como a Carlos Gardel- le ahogaba  la voz.

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Hubo un minuto de largo y conmovedor silencio, hasta que se oyó una apreciación del timonel del barco, que dijo:

-¡Vamo’ che!, decidite y a ver si subís que’ toy apurado…

El profeta, recordando aquellos inefables conductores de autobuses de Buenos Aires -que se llaman colectiveros-, hizo un gesto de resignación y lentamente subió al pequeño barco. Desde allí saludó a sus seguidores por última vez…

El timonel, argentino hasta la muerte, lo miró con indiferencia y puso proa al horizonte. 
 

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