Aire

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Voy a plantearlo de este modo: por el aire circulan las promesas. Y quizás no sean muchas, múltiples, sino una sola, un significante vacío donde cada cual deposita aquello que le pena y lo desvela. Imposible extirparla del aire y del mundo. Así vivimos o mejor dicho así he vivido o, más precisamente, así vive el personaje que guía estas palabras, una ficción, sin duda, por más que le atribuya recuerdos personales, pues entre lo vivido y lo escrito siempre habrá una brecha insalvable.

Una promesa como la corriente alterna, oscilando entre flujos positivos y negativos. Para quien guía estas palabras se parece a un gran “No” que tiñe el aire y para hablar de éste como elemento debo rastrear en los recuerdos y pensamientos las bases de ese rechazo que lo atraviesa de extremo a extremo. El propósito me traslada a una infancia, a una cama y a la noche. Pongamos que allí había un niño y que tal vez era yo, lo que es indeterminable y a fin de cuentas no importa. A ese niño le gustaba leer historietas antes de dormirse y su hábito estaba unido al aire, arraigado en él. Guardaba un alto de revistas en el compartimento inferior del ropero, al lado de los zapatos, y por las noches seleccionaba una o dos para hojear. Quieres que lean? Dales un cómic - Club Peques Lectores: cuentos y  creatividad infantil

El aire como elemento me trae a la memoria una de las historietas que más llamaba su atención: el primer viaje de Cristóbal Colón a América. Todos sus personajes eran animales antropomorfos y el niño los aceptaba sin oponerles el cedazo de la razón. El navegante genovés era un perro, los hermanos Pinzón eran patos, la reina Isabel la Católica era una vaca, el rey Fernando de Aragón un puerco o un burro y toda la tripulación de las naves estaba formada por bestias. Aun cuando en esos tiempos la idea de que la Tierra era redonda había sido asimilada por amplios círculos de la sociedad, la historieta ilustraba el empeño de Colón por demostrar que el planeta era una esfera y no su interés por encontrar una nueva ruta hacia las Indias Orientales para el comercio de especias, oro y mercancías.

Contaba en primer lugar las tratativas frustradas ante el rey Juan II de Portugal, otro animal, y luego ante Isabel I de Castilla, y de paso hacía notar las burlas y la reticencia que provocaban sus planes. Para explicar las intenciones de su proyecto Colón se movía de un lado a otro con un globo terráqueo, ponía el índice en un punto y lo deslizaba alrededor del mundo hasta retornar al punto de partida habiendo viajado siempre en la misma dirección. Hasta que en una de las viñetas por fin se lo veía embarcado en la Santa María para zarpar hacia lo desconocido desde el Puerto de Palos.

A través del aire el viaje de Colón empalma con los viajes de ese niño al pueblo de Quintero, y lo que pudiera ser una arbitrariedad narrativa se me impone como fe y fidelidad a la intuición que guía estas palabras de destino incierto, dedos tanteando en la oscuridad. También ellas están embarcadas en un viaje, en vísperas del cual el aire está cargado de una promesa como nube a punto de desgarrarse. En el caso del niño, vibra en el horizonte cuando toma la ruta hacia Viña del Mar para seguir luego por el camino del litoral que va de Concón a Quintero. Desde los valles en altura se anuncia en el aire brumoso donde el sol se diluye para suspenderse sobre aquello que aún no se divisa pero existe y lo está esperando: el mar.

En los recuerdos también hay otra ruta para alcanzar Quintero: subir a un bus en el antiguo Terminal Norte, ya demolido, entre casas bajas y fachadas continuas en el barrio de la Estación Mapocho. A primera hora las putas derrengadas se asolean de piernas abiertas en los umbrales de las puertas con unos vestidos livianos, sin calzones, y les tiran piropos subidos de tono que los hacen entrar a la terminal rojos de vergüenza. Uno se pregunta cuál será la promesa para esas mujeres. Lo exige el aire como elemento.

Y el recuerdo que sigue a ése como una viñeta de la vida, antes de aquella otra donde se ven los conatos de motines en las carabelas, con una tripulación de animales que ya empiezan a sublevarse, exasperados por el paso en vano de los días y el incumplimiento de la promesa, cansados de ver agua y nada más que agua salada, y que entre los días 9 y 10 de octubre de 1492 determina a los capitanes a dar media vuelta si al cabo de tres días no avistan tierra en el horizonte…

Digo que antes de aquello debo saltar en el tiempo hasta 1980, arriba de un bus rumbo a Quintero, pues así lo dicta el aire, y traer al recuerdo a un niño y a su primo. Con la vista en el paisaje árido y la pobreza que corre por las ventanillas se ríen de las consignas difundidas por la dictadura, que circulan por el aire y no pocos toman como promesas ya cumplidas: En orden y paz, Chile avanza; Hoy vamos bien, mañana mejor.

En una viñeta fuera del tiempo las consignas se condensan y forman de golpe una sola argamasa con aquellas otras que también guardo en la memoria, sin saber qué hacer con ellas: Chile, la alegría ya viene; Crecer con igualdad; Tiempos mejores. La promesa esChile, la alegría ya viene”: La trastienda de cómo se creó el himno que  derrotó a Pinochet un significante vacío, ya se dijo. Y hasta pienso que podría aparecer aquí aquella otra: El pueblo unido jamás será vencido, que todavía me eriza los pelos, lo admito, atrapada entre su falsedad, por la innegable derrota a pesar de la unidad, y la aún no acontecida unidad para lograr la victoria.

Sin solución de continuidad el niño va a parar a los campos aledaños a Quintero, donde sus excursiones tropiezan cada tanto con la misma advertencia clavada en un tronco o en los cercos de alambre púa: Recinto militar: prohibido el paso, y el tufo a fusiles lo invita a dar media vuelta. Hoy vamos bien, mañana mejor. En orden y paz… Ya se dijo. No le pierdo pisada hasta verlo cruzar un potrero infestado de ortigas donde habita el “loco Tapia” en una casucha de tablas y fonolas. El ermitaño recibe sin entusiasmo ni agradecimiento una olla con caracoles de mar hervidos que le traen el niño y su primo. Es el mismo baldío donde un par de años después se levanta el colegio Don Orione.

De un día para otro todo el pueblo se revoluciona con la obra de este sacerdote italiano canonizado hace algún tiempo, que en 1936 pasa seis días en el país y como mucho dos de ellos en Quintero. Ese par de días le valen además una calle con su nombre y una frase de su autoría en la cara exterior de la iglesia: “Hacer el bien siempre, a todos; el mal nunca, a nadie”. El niño y su primo pasan por ahí, leen la frase y se ríen de una sentencia que no sirve para cambiar el destino de nada ni de nadie.

Ahora es de noche en los recuerdos y en una de las últimas viñetas es posible ver a Rodrigo de Triana encaramado sobre el palo mayor, observando a través de un catalejo con su cara de coipo o quizás de camello, y en el globo de texto leer en mayúsculas: ¡TIERRA A LA VISTA! El niño, por su parte, se encuentra en la litera superior del camarote y a través de la ventana tiende la vista hacia el otro cerro del pueblo, donde se alz12 de Octubre, España gritó: '¡Tierra a la vista!'a el faro en lo alto. Se han apagado las luces de las casas y el amarillo penoso de los postes del alumbrado no puede competir contra ese haz que gira en 360 grados barriendo la oscuridad.

Todas las noches se promete a sí mismo pasar en vela con la vista en la luz que da vueltas. ¿Cuál es el propósito de mantenerse despierto? Dormirse es una vergüenza. Una ignominia. Es admitir nuestra sujeción al reino de la materia. Y por supuesto el niño se rinde fácilmente al sueño y al día siguiente renueva su promesa incumplida. Hasta que una noche, poco después de irse a la cama, oye un ruido familiar de motor y unos pasos que se acercan a la casa, y no aguanta la curiosidad. Salta de la cama.

Todavía recuerda a su padre en el umbral de la puerta anunciando a todos los presentes, pero sobre todo a él, a quien más incumben sus palabras: “Nos vamos de Chile”. Y nada más oírlo, el niño por dentro dice “¡sí!”, no hay nada que lo retenga aquí, nada que pueda extrañar tanto como para quedarse. Ese “sí” es una salida al gran “No”, una de las pocas que pueda recordar.

El viaje nunca se hizo realidad. Y ya no hay un padre para anunciarlo. Y sería además muy tarde para esperar a un padre que decidiera por nosotros, por mí, por cualquiera. Sería embarazoso y ridículo. El “No” prospera y preside la promesa. Y el niño del recuerdo está a punto de terminar la historia de Cristóbal Colón. Por mi parte, pagaría en oro por tener a la vista la última viñeta, que debería enseñar Así sería el mundo si la Tierra fuese plana | Noticias de Divulgación en  Heraldo.esaquí para dar fin a cuanto puedo decir sobre el aire como elemento. Era la imagen más grande de todas, pues yo diría que representaba la situación más compleja y difícil de describir: al llegar a los confines de una Tierra plana y cuadrada las carabelas caían al espacio y quedaban colgando de sus anclas, no se sabía por cuánto tiempo pero todo indicaba que por poco.

La tripulación arracimada como insectos sobre un pámpano se aferraba de lo que podía, Colón era quien colgaba más abajo o más al fondo como si una fuerza gravitatoria de origen desconocido le hiciera pagar caro su atrevimiento. El cuadro general ilustraba el desastre de la aventura con un sarcasmo inusual tratándose de una historieta para niños. La grotesca burla se acentuaba con el detalle de un tapón de tina colocado por debajo de la Tierra para que los mares no se desaguaran en el vacío sideral. ¿Representaba todo eso el fin o el punto de partida de la experiencia humana? Todavía me lo pregunto.

 

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