Bibliotecas, farándula y la otra farándula

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Entre los pocos asuntos culturales por los que en los últimos días al menos cierto interés mostraron los medios periodísticos chilenos, merecen destacarse los conceptos del académico historiador Sergio Villalobos; un texto suyo teme por la «farandulización» de las bibliotecas, en especial apunta a la Biblioteca de Santiago. Los otros dos corresponden al considerado exabrupto de la actriz Cristina Saavedra en ocasión de recibir el Premio Altazor y la puesta en marcha, en estado de preproducción, del filme Allende. Ajeno a la farándula es el pesar por la muerte de Carlos Fuentes.|RIVERA WESTERBERG.

 

Bueno será comenzar por la Biblioteca de Santiago, recinto sui géneris que rompe la tradición y el formalismo en un país de modales muy conservadores; baste decir que a nadie se se ocurriría vestir con estola o de corbata para adentrarse por sus salas y pasillos. Y es eso, probablemente, esa falta de solemnidad para el acto tan informal como ojear un libro o leerlo, lo que perturba el ánimo del académico.

 

Es probable que el profesor Villalobos haya tenido presente la salida de madre de la actriz. Lo dicho por Cristina Saavedra, aunque duras sus palabras, es no poco compartido por los habitantes del mundo-cultura del país sureño; queda por analizar si su expresión Viva el teatro, viva la cultura, muera Piñera, a más de la mención del Presidente de la República, deba envolver necesariamente a los gobiernos que durante décadas lo antecedieron.

 

Cito y recuerdo: hace menos de un mes, el 18 de marzo, en este portal se publicó un artículo del músico y productor artístico Giorgio Varas titulado Chile, Estado y cultura: distinguir lo indistinguible. Por otra parte cabe no olvidar el malestar que generó entre los trabajadores del Ministerio de la Cultura algunas medidas del actual minstro del ramo —malestar que no se ha disipado por completo—. Volvamos a la biblioteca.

 

Ubicada en la periferia poniente del centro de la capital de Chile, se inauguró en noviembre de 2005; la tarea para la que fue diseñala es complementar la labor que realizan las bibliotecas comunales y la Biblioteca Nacional de Chile, que se destinará al cuidado, consrvación y digitalizaciónde los volúmenes especializados y a la investigación bibliográfica.

 

En un sector deprimido — el barrio Quinta Normal— cuenta la biblioteca con algo más de 22.000 metros cuadrados en un edificio de la década de 1931/40, cuya fachada se ha declarado monumento histórico. Administrada por la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos de Chile. La Biblioteca de Santiago fue tildada de inútil elefante blanco luego de su, tal vez un poco apresurada, puesta en marcha. Esa opiniónose demostró prejuiciosa; en la actualidad la biblioteca integra el paisaje urbano y cultural del barrio y la ciudad. Lo que permite un interrogante.

 

¿Qué es una biblioteca pública?

 

Su cometido obvio es permitir la lectura, sobre todo en un país en el que los libros suelen costar entre un 40 y un 100% más que allende sus fronteras, con el agravante de que la figura del librero (ese tótem cultural del siglo XX) se desvanece debajo de la avalancha de «best sellers» y volúmenes de autoayuda que la maquinaria editorial globalizada deja caer inmisericorde sobre mesones, páginas culturales-literarias y supermercados.

 

Sólo que…

 

La sociedad no rinde, como antaño, culto ni firmal al libro; los hogares ya no destinan siquiera una repisa para alinear allí los volúmenes que antaño se adquirían —aunque fueren nada más que para uso de los escolares o recibidos como regalos para cumpleaños o Navidad, alguna novela policial, los infaltables Julio Verne, André Gide, Augusto D’Halmar, un poco de poesía, en fin: el Almanaque 18, la saga de los corsarios verde, rojo y negro…

 

Las escuelas de educación básica, liceos e incluso no pocas universidades (ni hablar de los tecnológicos) suelen carecer de bibliotecas adecuadas, del mismo modo como carecen de espacio para los deportes; los profesores leen poco o nada: se impone la fotocopia a veces ni del capítulo tratado en clase, a veces apenas de una o dos paginas de un libro de 120…

 

No tienen espacio, casi, en los barrios los ateneos, centros culturales, sociedades literarias, grupos de teatro, agrupaciones musicales; la acción cultural de los sindicatos y mutuales no existe…

 

La imbecilización de «la tele» con su farándula de culos, voces engolilladas e insaciable afán por el morbo a cualquier precio, que desnuda la parte triste de la condición humana en los sectores pobres y oculta la otra, permea terriblemente la curiosidad y creatividad de los más jóvenes; basta dar un paseo por el venenoso Facebook y los gorjeos del otro «sistema» de redes sociales.

 

Se queja con amargura el profesor Villalobos (izq.): «Hoy día, según información triunfal de la Biblioteca de Santiago, situada en Matucana, se ha pasado a una programación populachera, con el fin de atraer mucho público y justificar así el gasto del presupuesto, los sueldos administrativos y quizás cuántas cosas más.» Lo escribió en carta al diario El Mercurio.

 

Escandalizado por la dilapidación de los recursos fiscales agrega:
«Ahora existen secciones bastante pintorescas, por decir lo menos. Hay un espacio para juegos, una tertulia para que las señoras del barrio se reúnan a tejer, mantener la cháchara acerca de nada y comentar chismes. Existen talleres variados para practicar algo y fomentar el trato, unas clases de preparación física y muchas otras invenciones. Todo ello no es malo en sí, pero debiera realizarse en centros comunitarios o juntas de vecinos.

 

«Probablemente el próximo paso en esta escalada serán cursos sobre «reality show», análisis de telenovelas, adiestramiento en grafitis y preparación de bombas molotov. ¿Por qué no si la sociedad lo requiere y se gana en popularidad? Hay que ser modernos.»

 

¿Qué eneñará Villalobos a sus alumnos? Acaso piense lo de otro «maestro», un tal Cristián Boza, desgatiñado porque sus discípulos (víctimas, diría), hijos de camioneros y otros pobres, aseguró, carecen de sofisticación para comprender las alturas del diseño arquitectural (enseña, es un decir, arquitectura este señor Boza). Lo triste del decir boziano es que sofisticado viene de sofista, ese remedo de filosofía, no de sabiduría; lo sofisticado es lo artificioso. Boza es un seudo clasista ignorante.

 

Pero Villalobos no. Es un profesor de historia que carece de perspectiva para entender el mundo en que vive; es un torpe, quizá bienintencionado, que pretende que al negar los procesos sociales puede mantener el nudo de la corbata en su lugar

 

No todo lo que señala, naturalmente, puede desdeñarse. Dice: «Preocupa, por sobre todo, la indiferencia del gobierno por la alta cultura y la mediana. Cuando el actual presidente ya estaba electo, convocó a un amplio grupo de intelectuales para conversar sobre temas propios, sin embargo, difícilmente hubo intercambio de ideas, porque no había tiempo o voluntad y sólo hubo que escuchar una melopea de una anciana folclorista».

 

Aterrizar en la realidad

 

Lo importante es que la Biblioteca de Santiago supo —supieron sus autoridades— sacudir la facilidad de la cultura inmóvil para jugársela por un rol activo en la comunidad.

 

Cada cuatro meses, la Biblioteca de Santiago dispone, en forma gratuita una serie de talleres, cursos y actividades recreativas realizadas en conjunto con compañías de teatro, artistas, fundaciones, agrupaciones deportivas y centros culturales. Clases de cuentacuentos, poesía, danzas de distintos países, karate, capoeira, edición de revistas y clubes de lectura.

 

Y «last but not least», los niños disponen de salas especiales, computadoras y, aunque le pese a Villalobos y no lo entienda Badoza, libros. Debe ser el único emprendimiento cultural trascendente que el Estado pone en marcha en Chile desde la caída de la noche, allá por setiembre de 1973. Lo que no es poco.

 

Es que hay otra farándula, otro desfile de saltimbanquis y titiriteros; aquella que aspira a un mundo cerrado y calmo; que prefiere la ametralladora en Santa María de Iquique a la molotov contra un carro blindado. La que piensa que si bien la siembra ha de ser de todos, sus frutos deben reservarse a unos pocos.

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