Buenos Aires y el encuentro con la memoria histórica reciente

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plazaEl solo hecho de caminar, hace unos pocos días atrás, por algunas calles de la ciudad de Buenos Aires, la capital federal argentina, después de haberlas imaginado, de mil maneras durante toda una vida, resulta ser algo que provoca en nosotros las emociones más encontradas, una emotividad que nos lleva desde la inevitable nostalgia acerca de los seres humanos, presentes y ausentes en ese espacio vital, de muchas maneras… | ROGELIO CEDEÑO CASTRO.*

 

Pero sobre todo a partir de la evocación de sus anhelos, esperanzas, luchas y frustraciones que tuvieron por escenario estas viejas calles, en tiempos muy lejanos o en otros momentos que no parecen serlo tanto; también se nos agolpa la visión de innumerables objetos de toda clase que forman parte de aquellos suelos empedrados y edificios de toda forma, tamaño y color.

 

I
Sobre la pintoresca calle Alsina, próxima a la histórica Plaza de Mayo, en realidad un estrecho callejón que termina en una gran avenida que da vista al enorme e imponente edificio del ministerio de defensa, hemos tenido ante nuestra inquieta mirada, siempre en un vano intento de atraparlo todo, un muestrario de antiguos edificios con sus columnas, fachadas y balcones, arrancados —hace ya mucho tiempo— a la piedra y al metal por unos obreros y artesanos que ya no existen más, por lo que su obra resulta irrepetible.

 

Las antiguas iglesias, siempre numerosas en estas viejas ciudades, resultan ser expresiones de un esplendor de tiempos coloniales o acaso decimonónicos, lo mismo que las elaboradas fachadas de algunos edificios esquineros, con sus farmacias y librerías, en una ciudad en donde todavía la gente acostumbra a leer y a reflexionar sobre el conocimiento y la cultura; al menos eso es lo que sentimos nosotros, sobre todo cuando nos recordamos del poco aprecio por el libro y la lectura reinantes en nuestros lares centroamericanos.

 

II
La Plaza de Mayo, que algunos imaginábamos más ancha y gigantesca resulta ser, no por ese motivo, menos imponente estando siempre revestida de una gran carga simbólica, es hoy el escenario de una protesta de los 400 (dicen ellos) veteranos de la guerra por las Malvinas, cuyo aniversario número treinta y uno está por cumplirse, el próximo día lunes 1º de abril de este año 2013 que corre, pues alegan estos combatientes que después de haber sacrificado gran parte de su juventud, ahora continúan experimentando el abandono, por parte de los diferentes gobiernos, que se han sucedido desde aquel año de 1982, cuando en calidad de conscriptos fueron enviados, de manera irresponsable, a esa aventura militar de la que se convirtieron en los chivos expiatorios.
A la vez, dicen en sus carteles, que las Islas Malvinas fueron, son y seguirán siendo argentinas.

 

Hacia el costado sur de esta plaza, vemos la imponente Casa Rosada, que exterioriza la presencia física de uno de los símbolos más importantes del poder político: la residencia del Poder Ejecutivo de la nación, mientras que hacia el noroeste, podemos apreciar el viejo cabildo de la ciudad, una edificación pintada de color blanco, más sencilla, de apenas dos plantas y con balcones, en donde dos siglos atrás empezó, durante aquel ahora lejano 25 de mayo de 1810, la revolución de independencia de los pueblos del Río de La Plata.

 

Hacia el centro de la alargada plaza un obelisco no muy alto recuerda aquellos hechos, al estar allí escrita en la piedra la fecha de aquel 25 de mayo, mientras que hacia el noreste y cruzando la calle aparece el edificio de la catedral de Buenos Aires, por cierto no muy alto y que, a simple vista parece más bien un viejo templo grecorromano, un espacio de culto de las antiguas deidades de aquella parte del Mar Mediterráneo y no precisamente la sede del episcopado argentino, desde donde acaba de partir un cardenal bonaerense, quien resultó destinado a ocupar la silla papal de Roma.

 

III

Contemplar los distintos ángulos de la Plaza de Mayo, si se tiene conciencia de lo histórico, es hacer venir a nuestra memoria (algunos, no se cuántos, preferirían que no existiera) la lucha de las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo, durante la última dictadura militar que dejó treinta mil o más desaparecidos, entre ellos los bebés recién nacidos y arrebatados a sus madres, quienes a su vez fueron torturadas y desaparecidas.
Su presencia testimonial allí, todos los días jueves de aquellos siniestros años se convirtió en el arma que empezó a corroer, desde adentro y desde lo más profundo de la conciencia, aquella maquinaria del terror, encabezada por los generales Jorge Rafael Videla, Roberto Viola, Leopoldo Galtieri, Reynaldo Bignone y el almirante Massera ¡Oh la marina, siempre tan aristocrática y tan reaccionaria, al igual que en Chile, en el mes de septiembre de 1973!

 

Saber, por lecturas y relatos de algunos testigos, que aquel día 16 de junio de 1955, cuando empezó el segundo intento de golpe de estado, para derrocar al gobierno del general Juan Domingo Perón, los aviadores de la marina, pues no existía la aviación como un cuerpo militar independiente, bombardearon la Plaza de Mayo llena de manifestantes a favor del gobierno matando, afirman algunos, cerca de 500 personas, es algo que nos deja mudos e indignados, sobre todo cuando se nos dice que muchos de estos pilotos, autonombrados seguidores de Cristo Rey y portando banderas del Vaticano, durante la ejecución de tan cobardes actos de barbarie, se constituyeron en una de las expresiones más importantes del integrismo de la derecha católica de aquellos tiempos preconciliares, sin que hubiera la más mínima consideración ética entre medios y fines para lograr un determinado propósito.

 

IV
No podemos olvidar que la revolución libertadora de 1955, con la que se derrocó al general Perón, después de ejecutar ese tipo de «hazañas» terminó por convertirse, en menos de un año, en la revolución fusiladora, cuando el general Juan José Valle, encabezó el 9 de junio de 1956 una rebelión cívico-militar contra aquel régimen, que persiguió dura y encarnizadamente al movimiento social y obrero de raíces peronistas, actuando con una saña totalitaria, de tal grado y a la manera orwelliana (v.gr George Orwell y el universo totalitario de su novela 1984) se llegó a prohibir hasta el simple hecho de mencionar su mera existencia.

 

V
Nos sucedió además que, en la intersección de las calle Alsina y Bolívar, apenas a una cuadra de distancia de la Plaza de Mayo y del ya mencionado Ayuntamiento, situado frente a la Calle Bolívar, tuvimos la oportunidad de adquirir la obra del escritor y periodista argentino Rodolfo Walsh (1925-1977), asesinado y desaparecido durante la última dictadura militar, titulada Operación Masacre (Ediciones de La Flor Buenos Aires, septiembre 2001), que contiene el resultado de una valiente acción investigadora del autor, en cuyo transcurso constató y documentó el asesinato indiscriminado de civiles, que de ninguna manera estaban involucrados en la rebelión del general Valle y sus compañeros; lo cierto es que, a pesar de todo, se terminó por evadir la acción de la justicia penal, enviando el caso a la jurisdicción militar, dentro de la que los responsables jamás fueron sancionados y más bien fueron ascendidos por los diferentes gobiernos de la época.

 

Sin embargo, lo más importante es que se constituyó en un importante testimonio, elaborado por un escritor y periodista como Rodolfo Walsh —que jamás tuvo militancia peronista— no sólo acerca del asesinato de civiles, sino sobre la acción vengativa y cobarde en que terminó por convertirse el fusilamiento sumario del general Juan José Valle (1896-1956) y sus compañeros civiles y militares, cuando apenas habían pasado unos meses de aquella llamada revolución libertadora, encabezada por el general Pedro Eugenio Aramburo y el Almirante Isaac Rojas, después del derrocamiento del general Eduardo Lonardi, que gobernó durante 52 días, tratando de conciliar con los entonces vencidos peronistas, cosa que no fue aceptada por sus compañeros golpistas.
Hoy un monumento y una calle recuerdan la memoria del General Valle y compañeros de lucha asesinados.

 

La memoria sigue viva dentro de la inmensidad de los predios y edificaciones de una ciudad cargada de historia, pero también de trágicos recuerdos, de los que se dice que es mejor no olvidarse nunca y poder, así de esa manera, sacar alguna lección para que no se repitan.
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* Sociólogo y catedrático de la Universidad Nacional de Costa Rica (UNA).
El texto está dedicado por su autor «A la memoria de mi tío, León Cedeño Castro (1933-1995), quien estudió, soñó y luchó en esa ciudad».

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