Chile en la encrucijada de la nueva política

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Ante las dificultades que convulsionan a distintos países, la tentación es preguntar si está naciendo una nueva política. La verdad es que, por lo que se ve, ni los problemas son nuevos —sólo más masivos y engendrados con herramientas distintas—, ni las soluciones que se ofrecen verdaderamente inéditas; aunque estas últimas vienen adobadas con un despliegue tecnológico apabullante por su efectividad. | WILSON TAPIA VILLALOBOS.*

 

“La nueva política” pareciera ser un intento de acercar cada vez más a esta noble actividad a una función farandulesca. Transformarla en algo claramente hedonista para sus cultores y virtualmente hedonista para quienes deben sustentarla. Ahora que ya está lanzada la campaña presidencial, se ve a los actores y el escenario en que se moverán. No se puede dejar de recordar a Aldous Huxley y su Mundo Feliz.

 

Todavía no se ha llegado a la institucionalización del soma. La droga actual es sólo la TV. El fútbol es la pasión que obnubila a la masa, mientras el verdadero hedonismo está en el negocio multimillonario que lo rodea.

 

Y si se miran las cosas con un poco de perspectiva, se puede observar que la televisión también dicta normas que se transforman en modas y estas terminan siendo conductas morales. Es posible que de allí salga la política que ya se nos viene. Pero hay que entenderlo así y no pedir más que eso.

 

Es lo que están ofreciendo los partidos, partidos políticos que esconden su nombre y hasta su «logo» para que los votantes no sepan por quien votan. Sólo ven una cara. Ni siquiera ofertas programáticas, ni menos compromisos ideológicos. Lo que queda comprobado por la abundancia de actores, conductoras(es), chicos(as) de «realities» que pululan entre las alcaldías, concejalías y diputaciones. A las senadurías han llegado algunos por designación a dedo.

 

Nada hace presumir que esto vaya a cambiar hacia algo más relacionado con la verdadera calidad que debe tener un líder. Tampoco con los compromisos de éste con la ciudadanía. Una cara más o menos agraciada, una exposición sostenida en la TV y ya tenemos un candidato. Ahora si éste o ésta se cruzan con un acontecimiento de alta exposición mediática y juega sus cartas con audacia, contamos con un adalid de fuste.

 

En estos días han comenzado sus campañas dos aspirantes de la derecha. Laurence Golborne y Andrés Allamand tratan de transformarse en su abanderado.

 

El «caso» Golborne
Golborne no tiene historia política. Al menos no de la tradicional. Nunca se ha sabido cual es su estructura ideológica, cuál es el grado de compromiso social que ostenta, qué consideraría un país bien administrado y con futuro.
Es un ingeniero civil industrial, egresado de la Universidad Católica, de 41 años. Ha trabajado en Exxon Mobil, en Orden S.A. (empresa de software). Luego, en 1990, pasó a Chilgener. Y, en 2001, entró al negocio del retail, como gerente general corporativo de la empresa de Horst Paulmann, Cencosud. También integró el directorio del Club Audax Italiano, pese a ser un fanático hincha de Universidad Católica.

 

Su carrera ha sido siempre destacada. No exenta, sin embargo, de contratiempos menores. En 2006, el Servicio Nacional del Consumidor (Sernac) presentó una demanda contra Cencosud por una arbitraria alza en los costos de mantención de la tarjeta Jumbo. El dolo afectó a más de cuatrocientas mil personas. Jumbo fue condenado a pagar a los afectados US$ 30 millones. El gerente general de Cencosud era Golborne.

 

Luego, en otro giro imprevisto, Laurence salta al tinglado político como parte de la administración Piñera. Y desde su Ministerio de Minería le corresponde vivir la odisea de los 33 mineros atrapados en la mina San José. No fue el autor de ningún plan de rescate, tampoco aportó conocimientos específicos. Pero desarrolló una eficiente labor comunicacional. Fue capaz de trasmitir la emoción que se cernía sobre Chile.

 

Hoy es el personaje mejor evaluado dentro de la derecha y por eso la Unión Demócrata Independiente (UDI) le da su apoyo. No es militante de sus filas. No se sabe si se identifica con su ideario. No tiene un programa concreto que esgrimir. Sólo el impacto emocional de la epopeya de los 33.
Un exponente de esta “nueva política” que está hecha desde la economía y con el control remoto funcionando en los medios de comunicación, especialmente en la TV.

 

Y al otro lado…
En el otro bando también opera este engendro. La Concertación tampoco muestra compromisos definidos con clases sociales, ni con programas. Sus propuestas son hechas de acuerdo a las necesidades de circunstancias puntuales.

 

Por ello es que hoy quien cuenta con mayores posibilidades de ser su abanderada es la ex presidente Michelle Bachelet. No por su cariz político definido, sino por la empatía que el pueblo chileno muestra con ella. Una circunstancia llamativa. Pese a su arrolladora popularidad, no fue capaz de traspasar esa empatía a sus compañeros de equipo político. Tampoco se mostró como una dirigente eficiente para aglutinar a sus huestes alrededor de quien debía sucederla.

 

Así es la política hoy. Una mezcla de retazos que un buen plan de comunicación estratégica une para crear un tinglado. Y si uno se atreve a levantar una crítica al respecto, no faltan quienes lo condenan porque: ¿adónde está la alternativa? Seguramente, como recordaba en días pasado Leopoldo Martín, el poeta tenía razón: “se hace camino al andar”.

 

Seguramente, Antonio Machado sentiría que en los estudiantes chilenos está el futuro.
——
* Periodista.

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