David McNally / «Muchas veces la izquierda piensa a partir de concepciones caducas»

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En esta larga entrevista, David McNally –profesor de Ciencia Política en la Universidad de York (Toronto), activista de diversas causas solidarias con el pueblo palestino, las y los inmigrantes, etc., militante del New Socialist Group, autor de Global Slump[1] (PM Press, 2010; no hay por el momento edición en castellano), aborda los orígenes de la primera gran crisis del capitalismo del siglo XXI y sus consecuencias para el desarrollo de las resistencias. | XAVIER LAFRANCE.*

—Cómo analizas, en tu libro, las primeras señales de la crisis económica mundial se sintieron claramente hace cuatro años, en el verano de 2007. ¿Por qué sigue siendo pertinente intentar delimitar las causas y consecuencias de esta crisis?
—Creo que es importante analizar esta crisis y comprender sus raíces profundas, porque hay muchos elementos que indican que ésta no es una recesión como las otras. Se trata de una crisis sistémica, o dicho en otras palabras, un período de profunda inestabilidad en el proceso de acumulación del capital, que durará varios años, no obstante las oscilaciones, positivas o negativas, de algunos indicadores económicos.

«Se suele olvidar que esto también ocurrió en la Gran Depresión: hubo una marcada caída de la actividad económica entre 1929 y 1933, seguida de una recuperación de cuatro años entre 1933 y 1937, antes de que la economía volviese a caer. Aunque no estamos todos de acuerdo en considerar todos estos movimientos como un conjunto, un período distinto durante el cual el capitalismo fue incapaz de superar una serie de contradicciones. Desde 2007, el capitalismo ha entrado en un momento histórico del mismo tipo.

«Para comprenderlo, tenemos que analizar las causas profundas de la crisis. Aunque es verdad que hemos asistido a una muy débil recuperación a finales de 2009 y comienzos de 2010, se ha limitado a una recuperación de la rentabilidad con muy escasas repercusiones sobre el empleo y los salarios. Si situamos esta crisis en el largo período neoliberal que comenzó al final de la recesión de 1982, aparece como un período de expansión que ha producido un profundo problema de sobreacumulación que la recesión de 2008-2009 no ha conseguido arreglar. Y al igual que en el período de los 1970 y de los 1930, hará falta más de una década para que el capitalismo pueda resolver el problema. Nuestra esperanza, desde luego, es que no lo pueda hacer por sí mismo y que surjan movimientos de resistencia que hagan emerger una alternativa al capitalismo».

—Las turbulencias de los últimos meses, ligadas a las crisis de la deuda soberana de Grecia y otros países europeos como Irlanda, Portugal, España e Italia, hacen temer que la crisis vaya a durar. ¿Se trata de una etapa de la misma crisis?
—El salvamento de los bancos, que comenzó en 2008 y ha movilizado ya varios billones de dólares, no ha terminado. Conjugado con los efectos de una contracción económica que reduce los ingresos de los gobiernos, este salvamento ha contribuido a una gran alza de la deuda pública. Prosigue hoy via “planes de ayuda” a los Estados que se enfrentan a una crisis de la deuda pública y van acompañados de recortes en los sistemas de jubilación, en la educación, los programas sociales y el empleo público, afectando la vida de millones de individuos.

«En lo fundamental, estas políticas tienden a transferir fondos públicos hacia los bancos y el sector financiero en general.

«A mediados de 2011, los bancos alemanes habían prestado una cantidad equivalente al 170% de su capital a los gobiernos griego, irlandés, portugués y español. También estaba expuesto el equivalente al 100% del capital de los bancos franceses[2]. Estas cifran aumentan de forma considerable si se tiene en cuenta a Italia. A su vez, los bancos americanos poseen títulos de la deuda pública de estas cinco economías europeas por un total de 700.000 millones de dólares.

«Parece inevitable una suspensión de pagos de Grecia, y este escenario va a desencadenar una serie de crisis y de nuevas suspensiones de pagos que llevarán a la quiebra de algunos bancos. También parecen cada vez más probables pérdidas de varios miles de millones de dólares para los bancos. Por esta razón, las acciones de bancos como el BNP Paribas y la Societé Générale han caído fuertemente en estos últimos meses. Y por eso también, grandes sociedades, bancos y fondos de inversión han retirado sus haberes de los bancos europeos. En resumen, estamos al inicio de una nueva crisis financiera.

«El Banco Central Europeo, el FMI y las grandes potencias europeas afirman querer salvar de la bancarrota a países como Grecia, Italia o Portugal. Pero la prioridad sigue estando en los intereses privados de los bancos. Hay que seguir la pista al dinero concedido por Europa y el FMI: cuando los gobiernos endeudados reciben centenares de miles de millones en nuevos préstamos, el dinero es transferido inmediatamente hacia las arcas de los bancos privados para reembolsar deudas contraídas en el pasado. Los bancos son así salvados una vez más por el pueblo. Como ocurrió en la crisis de las instituciones financieras de 2008-2009, los beneficios de los bancos son privatizados, mientras sus pérdidas son asumidas por los presupuestos públicos. No se trata ciertamente de libre mercado. ¡Pero es un excelente negocio para los bancos!»

—¿Qué obstáculos hay para una “creación destructiva” que pudiera llevar a una recuperación económica sostenida? Has mencionado los años 1970. Uno de los factores determinantes para salir de aquella crisis fue el choque monetario de Volcker y la derrota política de los trabajadores/as en los países del Norte. ¿Podría ser asestado de nuevo un “remedio” de este tipo, y sería suficiente para relanzar el proceso de acumulación de manera sostenida?

—Sin ninguna duda, la clase de los trabajadores/as está sufriendo de nuevo un ataque de gran amplitud. Basta con observar lo que ocurre en los Estados Unidos, donde la organización del movimiento obrero es más débil en comparación con otros países del Norte: ha habido destrucciones masivas de empleo, pero también un enorme aumento de la productividad del trabajo que se traduce en una caída del coste unitario de producción en un 5% en 2009, lo que significa que a los capitalistas les cuesta un 5% menos producir un bien o servicio determinado. Es una disminución enorme.

«Muchos de los métodos neo-liberales —aumento del ritmo de trabajo, producción “justo-a-tiempo”, etc.— que los capitalistas vienen utilizando desde hace treinta años, se intensifican. Los trabajadores/as deben hacer frente a esta reconfiguración del proceso de trabajo cuando, en la mayor parte de los países del Norte, su organización colectiva se ha debilitado considerablemente respecto a la que tenía durante la crisis de los años 1970. Por supuesto, el capital se aprovecha de esta posición de debilidad. Pero suele olvidarse que el capitalismo no puede salir de una crisis simplemente intensificando la explotación del trabajo.

«Con ello puede restaurar los beneficios y acabar con la serie de quiebras de empresas. Pero para salir de una crisis cuyos orígenes se encuentran en el largo período de crecimiento que le ha precedido, el capitalismo necesita destruir mucho capital sobreacumulado –es decir, debe deshacerse de muchas fábricas, minas, edificios de oficinas, centros comerciales, etc., que ya no pueden ser utilizados de manera rentable. Este fue uno de los problemas a los que quiso responder el choque monetario de Volcker en 1979: ante al alza masiva de los tipos de interés, los capitalistas que no pudieron pagar sus deudas quebraron y se impuso de esta manera una reestructuración del capital.

«En la actual crisis, sólo hemos tenido por ahora una reestructuración de este tipo muy reducida y limitada a algunas partes de los Estados Unidos. Han cerrado algunas fábricas de automóviles, pero, en general, se ha hecho muy poco para reestructurar el capital. En Europa y en Japón no ha habido prácticamente destrucción de capital excedente. Tampoco en China donde, por el contrario, se han realizado inversiones masivas que van a agravar aún más el problema. Las grandes reestructuraciones están por hacer: además de un aumento de la explotación de los trabajadores/as, serán necesarios muchos cierres de fábricas antes de que el sistema pueda recobrar un crecimiento económico prolongado y sostenido.

«Una simple estadística permite mostrar el problema. El programa de relanzamiento económico chino ha sido, con las debidas proporciones, mucho más importante que el de Bush y de Obama en los Estados Unidos. Algunas de las medidas incluidas en este programa, han supuesto un aumento de la capacidad anual de producción de acero en 15 millones de toneladas. China poseía ya un exceso de capacidad de 150 millones de toneladas, su capacidad excedentaria alcanzan en adelante los 200 millones de toneladas, tanto como el conjunto de las capacidades de producción de la Unión Europea».

—Veamos ahora las causas de la crisis. La Gran Depresión de los años 1930 ha sido asociada a la especulación financiera, al crack financiero del “lunes negro” de octubre de 1929, que ha moldeado la imaginación colectiva. Lo mismo parece ocurrir con la actual crisis económica. ¿Por qué piensas que las explicaciones que señalan a la especulación financiera como la causa primera de la crisis, o incluso la única, resultan insatisfactorias?

—Hay varias razones. Una primera es simplemente empírica. Los historiadores de la Gran Depresión nos muestran que la producción industrial comenzó a caer en 1928, antes que el derrumbe bursátil de 1929. Hubo otros choques financieros en los años 20, por ejemplo en 1927, que no arrastraron grandes recesiones, porque en ese momento la rentabilidad se mantenía robusta. De igual manera, en lo que se refiere a la crisis actual, se puede señalar que las tasas de beneficio habían tocado techo desde 2006 en los Estados Unidos. Esto hizo que el sistema se hubiera vuelto más vulnerable a un choque financiero. Los indicadores económicos nos muestran también que la ralentización de la actividad económica, sobre todo en el sector industrial, ocurrió antes del estallido de la burbuja inmobiliaria.

«En segundo lugar, la explosión de esta burbuja inmobiliaria comenzó en lugares donde ya se sentían los efectos de esta ralentización de la actividad económica. Detroit es un ejemplo excelente. Las pérdidas de empleos en esta ciudad tuvieron por consecuencia que un número creciente de deudores de subprimes no estuvieran en condiciones de pagar su deuda. Así, el ascenso del desempleo, iniciado en 2007, alimentó un aumento de las suspensiones de pago. Los distints factores están interrelacionados.

«En fin, en un plano teórico, encuentro insatisfactoria la tesis de que la “desregulación” financiera haya sido la causa de la crisis, porque presupone que las políticas que permitieron esta desregulación hayan sido el elemento determinante en la evolución económica durante el período neoliberal. Al contrario, como lo he explicado en Global Slump, la desregulación ha sucedido a la internacionalización de las finanzas, en vez de precederla.

«En el momento en que la desregulación se puso de verdad en marcha, las corporaciones multinacionales que deben dedicarse a actividades financieras en distintos mercados nacionales y distintas jurisdicciones y zonas monetarias, ya poseían las ventajas de las finanzas ‘off-shore’. Desde los años 60, operaban ya en el mercado con eurodólares (operaciones en dólares en Europa que escapaban a la regulación tanto del gobierno americano como la de las autoridades europeas). Eso no era resultado de una liberalización de los mercados financieros, sino que derivaba del papel central del dólar americano en la economía mundial y del hecho de que circulaba masivamente fuera de las fronteras de los Estados Unidos. Las empresas multinacionales procuraron entonces obtener financiación a tipos más interesantes que los practicados en los Estados Unidos o el Reino Unido.

«Sólo cuando los bancos que operaban en el marco regulado de las jurisdicciones nacionales se dieron cuenta de su desventaja frente a los que intervenían en el mercado de eurodólares, comenzaron a exigir políticas de desregulación. La mayor parte de esta desregulación comenzó muy al final de los años 1970 y no ha despegado realmente hasta los 1980. Mi posición es, por tanto, que la desregulación es una reacción a la mundialización del capital industrial y financiero».

—Criticas los análisis, como el desarrollado por Robert Brenner,[3] que presentan la actual crisis como el resultado de una caída de la tasa de ganancia causante de una ralentización económica que se remonta a los años 1970. En qué diverge tu propia comprensión del período neoliberal del capitalismo de esta lectura de la evolución económica de los últimos años?

Sí. No es que crea la evolución de la tasa de ganancia no sea importante —por el contrario, creo que es un elemento esencial—. Pero existe una serie de problemas en el tipo de análisis producidos por Brenner y otros. El primero es que se puede constatar, partiendo de datos recogidos por el propio Brenner, una remontada de la tasa de ganancia a partir de 1982. Hubo una caída en torno a 1987 y después una nueva remontada hasta las inmediaciones de la crisis actual, en 2006. Brenner y otros analistas insisten en la debilidad problemática de la tasa de ganancia durante este período porque la comparan con la que prevalecía durante los años 1950 y comienzo de los 1960.

«Desde su punto de vista, si las tasas actuales no son tan elevadas como entonces, hay crisis. Por mi parte creo que se trata de un razonamiento ahistórico. El período de postguerra fue excepcional y estuvo precedido del mayor episodio de destrucción de capitales de la historia del sistema, bajo el efecto combinado de la Gran Depresión y de la Segunda Guerra mundial, a los que siguió un período de expansión económica espectacular durante el cual el capital tuvo que ser reconstruido a escala mundial. Este período de expansión excepcional no puede servir como punto de referencia para juzgar la rentabilidad de las últimas décadas.

«Además, afirmar que habría habido una crisis durante los últimos cuarenta últimos años, nos hace perder de vista el dinamismo del capitalismo durante este período. Esto no se corresponde con nuestra experiencia histórica, por varias razones.

«En primer lugar, durante estas décadas hemos vivido una revolución tecnológica, articulada sobre todo en torno a la microelectrónica y el ordenador digital, que ha transformado produndamente los procesos de producción y también la vida cotidiana, que ha sido invadida por toda una serie de aparatos electrónicos (teléfonos móviles, iPads, ordenadores portátiles, etc).

«Además, el análisis de Brenner guarda silencio sobre el hecho de que una región entera del globo se ha convertido en un nuevo polo de acumulación: el Este de Asia y en particular China. Hasta la era neoliberal, se podía decir que Japón era una excepción en esta región. Eso ya no es así, la región en su conjunto se ha convertido en el polo de acumulación capitalista más dinámico del mundo. Al considerar sólo a los Estados Unidos, Alemania y Japón, Brenner tiende a ignorar el desarrollo de esta nueva zona de acumulación.

«El capitalismo ha sido muy dinámico durante el período 1982-2007, lo que no quiere decir que no haya conocido crisis. El sistema ha atravesado crisis –lo cual nada tiene de sorprendente, porque dinamismo e inestabilidad del capitalismo van a la par–, pero ha conocido también un proceso de reestructuración tecnológico y geográfico en profundidad».

—Mencionas en tu libro que el capitalismo neoliberal comporta tres dimensiones fundamentales: la creación de un nuevo polo de acumulación, que acabas de citar; la derrota política de la clase de los trabajadores/as y la intensificación de su explotación; así como una transferencia masiva de riquezas de los países del Sur hacia los del Norte. Estos tres factores reunidos permitieron una recuperación del crecimiento que, a su vez, sentó las bases de una nueva crisis, en la que estamos metidos desde 2007. ¿Cómo explicas esta imbricación del crecimiento y de la tendencia al resurgimiento de una crisis que lo compromete? ¿En qué resulta útil Marx para comprender esta relación?

—Partir de Marx es crucial para responder a esta cuestión. Marx constata que la mercancía tiene un doble valor. Un valor de uso, que satisface una necesidad humana, y un valor de cambio, por el que puede ser cambiado por dinero. El capitalismo implica por tanto ese fenómeno tan contradictorio de que sólo se pueden obtener los valores de uso que permiten el mantenimiento de la vida humana bajo la forma de valores de cambio. Esto es, hay que acceder al mercado para procurárselos. Se trata del resultado de procesos de desposesión asociados al capitalismo que separan a las personas de los medios necesarios para producir por sí mismos estos valores de uso –en particular la expropiación a los campesinos de su tierra con los cercados que les privaron de acceso a las tierras comunes.

«Una vez puesto en marcha, este sistema contradictorio actúa de manera que la rentabilidad y la acumulación de dinero se convierte en la fuerza motora del modo de producción. La competencia empuja a los capitalistas a acumular de forma sistemática, sin lo cual serían empujados a la ruina, superados por competidores que se han vuelto más competentes al haber invertido más. Todos los capitalistas intentan ganar la competición utilizando sus ganancias para reinvertirlas y transformarlas en nuevos medios de producción, procurándose la tecnología más avanzada para producir los mismos bienes y servicios un poco más rápidamente y a costes un poco menores que sus competidores.

«Pero si todos ellos hacen eso, y si lo que les interesa no es el valor de uso que satisface necesidades humanas sino la producción para el beneficio, es fácil comprender que tras un largo ciclo de acumulación, los capitalistas volverán a encontrarse en una situación en que han creado demasiadas fábricas, minas, centros de compra, McDonalds, etc., cuyos productos no pueden ya ser absorbidos por el mercado. Es una situación clásica de sobreacumulación.

«El otro aspecto del problema es la propensión a la mecanización de la producción que implica una carrera por la tecnología más avanzada. Con ello se tiende a sustituir trabajadores por máquinas. No quiero decir que implique necesariamente una reducción absoluta de la mano de obra —aunque sea posible, como lo demuestra la ola de desindustrialización que ha golpeado a Canadá, los Estados Unidos y algunos países europeos en los últimos años—. En todo caso, esta mano de obra tendrá tendencia a crecer menos rápidamente que lo que Marx denomina el capital constante (la maquinaria, el equipo de producción, los edificios, etc). Como sólo el trabajo produce nuevos beneficios, irónicamente, a través de esta competencia maníaca por ganar partes de mercado, los capitalistas socavan la base de la rentabilidad. Esto produce por tanto otra tendencia que presiona a los baneficios a la baja.

«El análisis de Marx es mucho más complejo de lo que da a entender el resumen que acabo de hacer. Identifica con razón toda una variedad de contra-tendencias que contribuyen a reforzar las tasas de ganancia. Todas estas tendencias y contra-tendencias actúan simultáneamente y están interrelacionadas, pero en algunos momentos una u otra tendencia se vuelve dominante.

«En un largo período de acumulación, existen períodos-bisagra en los cuales tiende a dominar la tendencia a la reducción relativa del trabajo vivo utilizado en la producción, lo que lleva a una baja de la rentabilidad. En paralelo, la tendencia a la sobreacumulación presiona también sobre los beneficios, ya que fuerza a los capitalistas a intentar aumentar frenéticamente sus ventas. Alguien que quiera comprar un automóvil en ese momento será bombardeado con ofertas y otras rebajas.

«Estas dos tendencias —a la sobreacumulación y a la baja relativa del trabajo vivo utilizado en la producción— son elementos imbricados de las contradicciones del capitalismo. El análisis de Marx sigue siendo pertinente porque es el único que permite realmente captar el carácter contradictorio de acontecimientos como la última crisis, mejor que cualquier otra teoría disponible».

—En tu libro explicas que hay que relacionar también estas tendencias, que desembocan periódicamente en problemas de rentabilidad, con una transformación estructural de las finanzas en estas últimas décadas. ¿Puedes explicarnos con más detalle la naturaleza de esta transformación y sus consecuencias? ¿En qué difiere tu posición de la tesis de la hegemonía del capital financiero desarrollada por Duhémil y Lévy?

—Estoy de acuerdo con la idea de que durante el período neoliberal ha habido un proceso de financiarización. Pero no creo que la tesis de la “desregulación” sea muy convincente.

«En la mayor parte de la historia del capitalismo, la moneda, y en particular la moneda mundial, la divisa dominante, ha estado vinculada a una u otra mercancía. La más frecuente ha sido el oro. Aunque no tiene por qué ser el oro, y Marx era muy consciente de ello. Pero a partir de los años 1850, el capitalismo optó claramente por el patrón-oro. Durante el siglo siguiente, preservó de diferentes maneras este patrón-oro. Tras la Segunda Guerra mundial, la divisa dominante (el dólar estadounidense) podía ser cambiada por oro: los bancos centrales fuera de los Estados Unidos podían obtener oro a cambio de los dólares que poseían.

«Todo esto cambió en 1971, cuando los Estados Unidos ya no pudieron asegurar la conversión de dólares en oro, porque sus reservas de oro eran insuficientes para satisfacer las demandas de conversión con un ritmo acelerado. Nixon puso entonces fin a la convertibilidad,y anunció que el dólar ya no estaría vinculado al valor del oro. Esto tuvo diversas consecuencias, aunque la más importante, en mi opinión, fue que los valores de las divisas se han vuelto mucho más volátiles que antes.

«El sistema de patrón-oro de Bretton Woods aseguraba a las divisas una relación muy estable entre ellas en períodos largos. Esto significaba que una persona que transfiriera su capital de un país a otro no tendría que preocuparse por el riesgo de que una devaluación repentina pudiera desvalorizar de forma brutal su inversión. Después de 1971, ya no había tales garantias. En consecuencia, se ha asistido a un enorme proceso de ingeniería financiera; los bancos y otras instituciones financieras se han puesto a desarrollar instrumentos para limitar los riesgos asociados a esta volatilidad. Dicho claramente, puedo comprar una modalidad de póliza de seguros que me protege de las variaciones importantes de una divisa u otra. Alguien puede garantizarme, por ejemplo, que yo puede comprar mis dólares en yens, o en euros, etc., a un precio fijo, sin que importen las fluctuaciones del valor de estas divisas en el mercado.

«Estos instrumentos financieros son llamados productos derivados y hay que pagar por obtenerlos. Por lo general, se trata de una póliza de seguros poco costosa. Pero algunos inversores descubrieron rápidamente que estos instrumentos concebidos para reducir el riesgo, y que son de hecho apuestas sobre el futuro, podían ser utilizados para especular. De esta manera, se pueden hacer enormes apuestas sobre los movimientos de divisas, pero también sobre el oro, el petróleo, los productos alimenticios, y sobre cualquier mercancía. Y no sólo mercancías: a finales de los años 1990, Enron hizo buenos negocios con productos derivados ligados a la meteorología. En efecto, la meteorología afecta a la producción de naranjas en Florida o a la cantidad de energía hidráulica necesaria para alimentar durante todo un año el aire climatizado en California, lo cual tiene también un impacto sobre el precio del petróleo…

«La creación de estos instrumentos financieros ha engendrado mucha especulación, lo que se suele denominar la “financiarización”. Y estoy de acuerdo con la idea de que el sector financiero se ha vuelto mucho más amplio y concentra una mayor parte de las ganancias totales. Pero rechazo la idea de que sea la consecuencia de un “golpe” fomentado por las finanzas, como afirman sobre todo Duménil y Lévy. Creo más bien que la causa fundamental de esta financiarización es el fin de la convertibilidad del dólar en oro y la consiguiente volatilidad de las diferentes divisas nacionales, que ha llevado al desarrollo de todos los derivados que hoy día existen.

«No creo que se pueda decir que los capitalistas financieros hayan impuesto su hegemonía. De hecho, grandes empresas manufactureras se han lanzado también a esta orgía de especulación. Ford, General Motors, General Electric, Volkswagen, etc. todos ellos invierten en productos derivados. El problema no reside tanto en el capital financiero en sí mismo, como en los cambios estructurales del capitalismo, que han facilitado algunas formas de ganancias especulativas.

«No es desde luego fortuito que se haya iniciado en el sector financiero, en el seno del mercado de préstamos hipotecarios en los Estados Unidos. Muy rápidamente, bancos y otras instituciones financieras que vendían estos instrumentos financieros sofisticados descubrieron que podía hacerse lo mismo con los préstamos hipotecarios, lo que gustó a los inversores que percibieron entonces la inversión inmobiliaria como una inversión segura. Como es sabido, esto llevó a la mayor burbuja inmobiliaria de la historia, cuya explosión ha dejado a muchas personas que creían que esta burbuja nunca estallaría, en posesión de activos financieros tóxicos. No todos los grandes bancos de inversión lo evitaron, ya que algunos fueron obligados a la quiebra».

—Intentas explorar la relación dialéctica, la relación interna entre esta tendencia a la financiarización y al desarrollo de burbujas especulativas, por una parte, y la tendencia a la sobreacumulación y al descenso de la tasa de ganancia, por otra. ¿Cómo entiendes esta relación?

—Durante el «boom» económico de 1982-2007, se pudo observar una recuperación prolongada de la tasa de ganancia en las nuevas inversiones de capital, paralelamente a una profunda reestructuración de la producción con el desarrollo y utilización de nuevas tecnologías. Los Estados Unidos, por ejemplo, han perdido 300.000 empleos en la industria del acero, al tiempo que esta industria continúa produciendo cantidades masivas de acero. Se obtiene por tanto una producción de bienes mucho más elevada en relación a la mano de obra utilizada para realizarla.

«Ha habido después un «boom» de inversiones, asociada a las nuevas tecnologías en los países del Norte, y un movimiento masivo de capitales hacia las regiones de bajos salarios de los países del Sur. China fue el país central en este movimiento, pero hay que considerar tambián las maquilladoras de México, así como las inversiones alemanas en la antigua RDA y en el antiguo Bloque del Este, o incluso las zonas francas que emergen en el Próximo y Mediano Oriente, por ejemplo en Egipto. Se trata de una reorganización geográfica del capitalismo y del desarrollo de nuevos centros de acumulación.

«Pero de estas transformaciones puede fácilmente emerger un nuevo ciclo de sobreacumulación. Todo el mundo se abalanza en la misma dirección: Volkswagen, Ford, General Motors, Toyota, Microsoft, Dell, Samsung, etc., todos se dirigen hacia China para construir nuevas fábricas. En su mayor parte lo hacen sin cerrar sus instalaciones en sus países de origen. Pronto o tarde, habrá una capacidad de producción excesiva. Esta es la primera parte de la historia —una sobreacumulación de capital.

«También hay, en paralelo, una destrucción masiva de empleos ligada a las nuevas tecnologías y a la informatización de la producción. Hay que relacionarlo con la producción “justo-a-tiempo” y la “lean production”, cuyo objetivo es minimizar el trabajo necesario para la fabricación de un producto. Esta lógica de economía de trabajo acaba por presionar a la baja sobre las ganancias. Las tasas de ganancias en los Estados Unidos alcanzaron, en efecto, un pico en 2006, antes de caer. Esto tiene varias consecuencias. En primer lugar, las empresas menos competitivas y menos rentables son debilitadas. En segundo lugar, esto les empuja a contraer deudas con el fin de mantenerse competitivas. Pero cuando los mercados financieros y los mercados de crédito hacen frente a una tempestad, los bancos, que tienen necesidad de ingresos para recapitalizarse, rechazan renovar los créditos que conceden habitualmente a las empresas. Las empresas más vulnerables se encuentran entonces incapaces de reembolsar sus deudas, arrastrando quiebras en cascada.

«No son simplemente los bancos quienes han provocado la crisis actual. Hay que recordar que Chrysler y General Motots estaban en bancarrota en el otoño de 2008, en relación directa con la dinámica que acabo de explicar.

«Cuando se lee a Marx, muchas veces se ve por un lado un análisis de la sobreacumulación y por otro un análisis de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia. Creo que es imposible separar ambos elementos. Se trata de diferentes dimensiones de un mismo proceso —el proceso por el cual el crecimiento económico capitalista por sí mismo mina las condiciones que lo sostienen—. Esta es la riqueza de la teoría de Marx, que permite captar tendencias distintas de un mismo proceso social. Y creo que sigue siendo el enfoque más fértil para comprender lo que ha pasado desde 2006 y 2007».

—Algunos sugirieron que esta crisis va a debilitar a la clase y al movimiento de los trabajadores/as, así como a la resistencia social en general. Hay desde luego muchos argumentos para sostener esta posición. Pero tú afirmas en tu libro que las crisis son períodos en los cuales la subordinación del trabajo al capital debe ser reorganizado y consecuentemente pueden surgir nuevos espacios y nuevas formas de resistencia. ¿Puedes desarrollar este punto?

—Déjame primero abordar el problema de manera empírica e histórica. Los datos históricos demuestran que los trabajadores/as han peleado contra las consecuencias de la gran depresión que comenzó en 2007, dando prueba de renovada combatividad.

«Hemos asistido, por ejemplo, a la primera ocupación de fábrica desde hace décadas en los Estados Unidos, en la empresa Republic Windows and Doors, en diciembre de 2008, cuando se estaba intensificando la crisis. En el Sur de Ontario, donde resido, cinco fábricas de fabricación de componentes de automóviles fueron ocupadas en respuesta a amenazas de despido y cierre. Hubo ocupaciones similares en Irlanda, en Escocia, en Inglaterra. En Francia, ha habido secuestros de patronos. Hemos asistido a una decena de huelgas generales en Grecia. Ha habido enormes movilizaciones de masas en las calles francesas.

«Como me gusta recordar a la gente de los países del Norte, la huelga general con más éxito de los últimos años tuvo lugar en Guadalupe y en Martinica a comienzos del año 2009. Fueron grandes levantamientos contra un capitalismo racista y neocolonial, que permitieron a coaliciones sociales encabezadas por sindicatos obtener aumentos de salarios del orden de 200 euros al mes para los trabajadores/as más pobres, así como toda una serie de otros avances.

«Más recientemente hemos podido asistir al derrocamiento de regímenes por parte de movimientos sociales. Es el caso de Túnez donde, en un estadio avanzado de la revolución, elementos radicales pudieron tomar el control de la Unión General Tunecina del Trabajo, no a nivel de la dirección nacional, sino por la base y al nivel local de la organización. De esta forma pudieron lanzar huelgas generales en diversas ciudades.

«Los comentaristas que siguieron de cerca el proceso revolucionario en Túnez comprendieron que se trataba del elemento clave en la caída de Ben Alí. Tampocoo creo que sea una coincidencia que la caída de Mubarak en Egipto haya ocurrido durante una semana en que se inició una oleada de huelgas masivas. De hecho, la revolución egipcia encuentra sus raíces en unas oleadas de luchas obreras que se remontan a 2004. En el momento de la caída de Mubarak, decenas, y tal vez centenares, de miles de trabajadores/as no estaban sólo en huelga, sino que participaban en encierros, en bloqueos de carreteras, en combates contra las escuadras policiales antidisturbios, en ocupaciones de fábricas y de hospitales, en un bloqueo del sistema de autobuses públicos de El Cairo, etc.

«Lo que hemos visto representa un renacimiento de luchas políticas de clase en diferentes partes del mundo.

«Hará falta también seguir de cerca y participar en los campamentos que han surgido por todo el mundo siguiendo al movimiento Occupy Wall Street. El problema, sin embargo, es que la mayoría de estos movimientos no han conseguido levantar su resistencia y su combatividad al nivel necesario para responder a los ataques a los que se enfrentan.

«Es sabido que el capitalismo ha entrado en una fase de austeridad. Se nos anuncia una década o más de recortes en los programas sociales para poder pagar el reflotamiento de los bancos. En este contexto, la clase dominante ha decidido que puede hacer frente a huelgas generales de una jornada, sin pestañear. No le gustan, pero puede sobrevivir a ellas. Por sí mismas, esas movilizaciones no le harán retroceder. Hay que recordar que la huelga general en Guadalupe duró cuarenta y un días, y más de treinta días la de Martinica. Para lograr éxito, estas luchas adoptaron la forma de huelgas generales ilimitadas, acompañadas de acciones insurreccionales en las calles, incluyendo el levantamiento de barricadas, ocupaciones de fábricas, creación de comités de barrios, etc.

«En resumen, si se me permite expresarme así, formas embrionarias de dualidad de poder, que empiezan a cuestionar el control del capital sobre la vida cotidiana.

«Los movimientos sociales ligados al mundo del trabajo se enfrentan a grandes desafíos. Si no consiguen desarrollar nuevas formas de resistencia, se encontrarán en una situación desastrosa. Los viejos métodos de lucha ya no son suficientes. Como acabo de decir, las huelgas generales de una jornada no van a bastar. Necesitarán desarrollar formas de resistencia más combativas, más radicales y más prolongadas, para poder bloquear los programas de austeridad. Aunque hay señales de esperanza, como las que he citado. También puede animarnos la lucha que ha tenido lugar en Wisconsin, hay que reconocer el carácter excepcional de un movimiento que ha reunido a decenas de miles de personas en apoyo de la ocupación de un edificio parlamentario, organizado por los sindicatos y pretendiendo bloquear un proceso político y preservar derechos sindicales.

«Cuando Michael Moore se dirigió al Capitolio de Madison, en Wisconsin, para hacer un discurso ante una muchedumbre de 70.000 personas, presentó a esta gente reunida como trabajadores/as y empleó un discurso de clase. Y la muchedumbre respondió con aplausos de aprobación. Este movimiento se caracterizó por una huelga ilegal de decenas de miles de enseñantes del sector público. Todo esto representa desarrollos muy importantes. Estoy muy de acuerdo en decir que esto no basta. Pero nos muestra que existen capacidades reales de resistencia.

«Hay que recordar también que los cinco primeros años de la Gran Depresión de los años 1930 se caracterizaron por una relativa pasividad del movimiento obrero en Norteamérica, cuando una gran ofensiva patronal hacía estragos y el paro alcanzaba sus máximos. Los sindicatos fueron triturados, las huelgas derrotadas y el movimiento en su conjunto registró grandes retrocesos. Pero siguiendo el trabajo de algunos radicales que lanzaron y llevaron a cabo algunas pequeñas huelgas victoriosas, la situación comenzó a cambiar durante la segunda mitad de la década. En 1937 emergió el movimiento del “sit-in”, durante el cual los trabajadores ocuparon sus fábricas y obtuvieron importantes derechos sindicales.

«Las crisis pueden ser momentos donde el capital se reinventa para desarrollar una nueva estrategia de acumulación, pero donde se reinventan también las formas y las estrategias de lucha. No existe desde luego ninguna garantía. Esta reinvención sólo puede ser el resultado de un duro trabajo de militantes de izquierda organizados en la base de los movimientos».

—¿Cómo pueden servir las luchas contra las políticas de austeridad, en un contexto de crisis económica, para desarrollar ideas y eventualmente movimientos que puedan llegar a cuestionar la organización capitalista de la economía y de la sociedad?

—Creo que esto debe hacerse a distintos niveles. Hay que actuar, en parte, a nivel ideológico y político, para volver a hacer creíbles ideas como la propiedad social de los medios de producción, el control democrático de la producción ejercido por los trabajadores/as, la superación del mercado como instrumento de organización económica, etc. Para la izquierda, esto implica también desarrollar un nuevo vocabulario y nuevas maneras de expresar las ideas anticapitalistas que se adapten al contexto político y cultural en que nos encontramos sumergidos.

«Estamos al comienzo de este proceso. No debemos simplemente asumir que los «slogans» del pasado vayan a tener necesariamente un eco en el seno de los movimientos sociales ofensivos que puedan volver a emerger tras treinta años de derrotas. Tomemos el ejemplo de los planes de salvamento de los bancos. La izquierda debe llegar a desarrollar un discurso que insista en el hecho de que se utilizan fondos públicos para salvar empresas privadas y que éstas deberán por tanto convertirse en instituciones públicas que no funcionen siguiendo un modelo de maximización de las ganancias, sino que realicen inversiones que respondan al interés público con el fin, por ejemplo, de construir viviendas sociales que se necesitan, desarrollar fuentes de energía renovables y reconvertir las fábricas de automóviles que se cierren para que produzcan, por ejemplo, paneles solares.

«Hay que desarrollar además formas institucionales con cuya ayuda la izquierda pueda propagar estas ideas en una parte más amplia de la población. En un período de derrota, se han destruido toda una serie de espacios sociales a través de las cuales la izquierda desarrollaba y diseminaba sus ideas. Hay que reconstruir por tanto lo que mi amigo Alan Sears llama “infraestructuras de contestación”: todos esos grupos y redes de base, como sindicatos locales, comités de barrios, etc., donde la gente pueda reunirse y hablar de política, intercambiar ideas y desarrollar estrategias.

«En fin, hay que desarrollar, en paralelo a todo esto, una nueva cultura de resistencia. Se trata de hacer de la política de la resistencia un momento cultural de la vida de la gente. Tomará una forma musical e implicará el desarrollo de nuevas formas de arte público. Todos los grandes períodos de levantamiento de la izquierda han estado acompañados de estos desarrollos de teatro de calle, producciones cinematográficas, músicas, etc.

«Hay que darse cuenta de que cuando los individuos se suman a nuevos movimientos de masas, no buscan necesariamente adquirir un carnet de miembro de un grupo específico. Piensan más bien en unirse a la lucha en la calle, en sus lugares de trabajo y en sus barrios para formar parte de esta experiencia, de este proceso excitante que les permite retomar el control de su vida. Es lo que ha ocurrido por ejemplo en la plaza Tahrir en El Cairo. La gente ha podido observar ahí un conjunto completamente nuevo de relaciones sociales. Quienes se han reunido han podido desarrollar una conciencia de su propio poder. La gente desarrolla así sus capacidades, no porque se les diga que tienen esas capacidades, sino porque las descubren haciendo la experiencia.

«Para desarrollar esta nueva izquierda, es necesario que grupos de activistas con un conocimiento de las luchas pasadas, puedan propagarlo. No se trata de pensar que estas experiencias pasadas puedan proporcionar todas las respuestas a nuestras preguntas. Pero su conocimiento nos permite imaginar formas de organización de masas que la izquierda no ha podido desarrollar desde hace mucho tiempo. La izquierda debe por tanto reflexionar sobre los medios de emanciparse de los márgenes de la vida política, para comenzar a jugar un papel modesto en movilizaciones de masas. Hay que estar dispuestos a ello porque la crisis conduce a la emergencia de estas movilizaciones un poco por todas partes».

—¿En el contexto actual de crisis económica prolongada, por qué resulta útil y necesario pensar y organizar nuestra resistencia en términos de lucha de clases, como intentas hacerlo en tu libro y en tu página-web (www.davidmcnally.org) cuando analizas los movimientos sociales que han emergido en Bolivia, en Oaxaca de Mexico, en Túnez y en Egipto en los últimos años? ¿Hay que relacionar el concepto de clase con otras formas de opresión en el período actual?

—Una conclusión muy importante a extraer de todo lo dicho es que la izquierda debe siempre volver a poner en cuestión su propia comprensión de lo que son las clases. Muchas veces, la izquierda piensa a partir de concepciones caducas extraídas de un período histórico particular, y actuamos como si estas construcciones históricas particulares pudieran ser extraídas de su contexto histórico y como si esas entidades —la clase de los trabajadores/as de los años 1970, o la de 1937 o de 1968— siguieran existiendo hoy.

«Las clases son formaciones sociales históricas. Siempre me gusta destacar que la clase de los trabajadores/as de hoy día es más global, más multiétnica y más multigénero que nunca. No está formada en su mayoría por hombres blancos mayores. Los hombres blancos forman una pequeña minoría de esta clase a escala mundial. Durante los últimos veinticinco años, la clase obrera este-asiática ha pasado de unos cien millones a novecientos millones de personas. Los efectivos de esta clase se han doblado al menos a escala mundial. Podemos observar ahora nuevas clases de trabajadores/as en Indonesia, en Malasia, en China, en Bolivia, en Argentina, etc.

«Frente a esta evolución, me parece inimaginable un análisis de clase que no sea a la vez antirracista y feminista. Debemos por ejemplo ser conscientes de la opresión específica de los trabajadores/as de color aquí en Toronto, que forman ahora una mayoría de la clase en esta ciudad. Hay sectores enteros de la economía mundial donde las mujeres forman una mayoría de la mano de obra, también en algunas parte de los países del Norte. En consecuencia, la opresión de género y su impacto específico sobre el mercado de trabajo, sobre los salarios, la seguridad de empleo, las licencias de maternidad, etc., debe formar parte de la manera como comprendemos y construimos nuestra política de lucha de clases. Este es el primer punto a considerar: la clase de los trabajadores/as ha cambiado y la manera como la conceptualizamos también debe cambiar.

«No hay duda de que el antirracismo, el antiimperialismo y el feminismo siempre habrían debido formar parte del compromiso político de la izquierda, y algunas secciones de la izquierda han intentado efectivamente integrar estos elementos. Me parece importante releer hoy a autores como C.L.R. James, sobre las dimensiones anticoloniales y antirracistas de la lucha de clases. Se adelantó a su tiempo en estas cuestiones. Hay que redescubrir a todas estas grandes figuras de la izquierda que anticiparon fenómenos que se han generalizado en el mundo que vivimos hoy.

«Reconocer la imbricación de las relaciones de clases y de otras formas de relaciones sociales y de relaciones de opresión no significa que las clases sean una realidad menos importante en la sociedad contemporánea. Se trata simplemente de reconocer que no existe clase, comprendida como una formación social, que no sea racializada, que no esté atravesada por géneros o que no esté organizada en base a un sistema dominante de regulación sexual, etc.

«Hay que volver a esta noción dialéctica que considera que todo fenómeno es una unidad de diversos aspectos, como lo dijo Marx en la introducción de los Grundrisse, y que las clases de los trabajadores/as nunca adoptan por tanto una forma única. Los trabajadores/as están unidos por encima de su diversidad, pero esta diversidad es también un factor crucial a considerar. Las experiencias específicas de opresión no se resumen en las contradicciones de clase, pero por suerte, en la medida en que compartimos esta condición de clase, tenemos un espacio –los movimientos de los trabajadores/as– en cuyo seno podemos desarrollar una política compartida de resistencia antiracista, feminista y pro-gay.

«Lo que todos los trabajadores/as tienen en común es su desposesión y la mercantilización de su fuerza de trabajo. Luchando contra esta situación se descubre nuestra unidad real».

Notas
1. Depresión global [NdT]
2. Ver los datos recogidos por Martin Wolf, “The Eurozone after Strauss-Kahn”, Financial Times, 17/05/2011.
3. Robert Brenner, The Economics of Global Turbulence, Verso Books, New York, 2006 [La economía de la turbulencia global, Akal, 2009].

Traducido y publicado por Viento Sur (www.vientosur.info), que cita como fuente a la revista Contretemps (www.contretemps.eu).

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