El fascismo en acción

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Donald Trump es uno de los que más ha ayudado a quitar el barniz dorado de la  democracia de Estados Unidos. Su presidencia reveló lo que ha producido el neoliberalismo, un país posdemocrático maduro para el fascismo. El Indice de Democracia califica a EU como una democracia defectuosa. Antes de Trump ya los académicos señalaban  que el país era una oligarquía, no una república democrática.

Hoy día la narrativa de la prensa liberal  sobre el llamado golpe del 6 de enero en Washington, la capital, deja de lado realidades cruciales que hacen pensar que Trump y sus seguidores socavaron por sí solos la democracia estadounidense y Biden la va a restaurar. Ciertamente Trump como persona ha sido responsable de la proliferación de tendencias peligrosas y repugnantes. La cosa, sin embargo, es que éstas han existido por décadas y décadas. El asalto al Capitolio va mucho más allá de la política tóxica de Trump.

El estallido de violencia que presenciamos se arraiga históricamente en el ultranacionalismo, la xenofobia, la violencia policial sistemática y la intolerancia contra la inmigración. Trump es sólo el síntoma de esta historia y la estrella fugas en el espectáculo informativo.

Clásicamente, las políticas fascistas han venido empleando una serie de estrategias distintivas. El pasado mítico, la propaganda, el anti-intelectualismo, la imposición de  jerarquías, el victimismo, la ley y el orden, la ansiedad sexual, la persecución de minorías y el desmantelamiento del bienestar público. Lo que hoy podemos observar alrededor del mundo es que estamos en un momento de la historia en que todas estas estrategias se están uniendo otra vez  en un partido, un movimiento o  un gobierno.

Uno de sus aspectos más odiosos proviene de la forma en que deshumaniza y excluye a sectores de la población a través de la encarcelación masiva, la expulsión y, en casos extremos, la exterminación, como en la Alemania nazi, Ruanda o Myanmar. La reclusión de miles de inmigrantes en jaulas de detención  para ser deportados empieza con Obama y alcanza su máxima crueldad en el gobierno de Trump.

Con el eslogan “Make America Great Again” Trump evoca un pasado mítico que en realidad nunca existió. Su objetivo fue el de reemplazar el registro histórico real con un glorioso pasado que sirviera a sus fines políticos. Es la creación de una historia nacional en la que los miembros elegidos de la nación, la raza blanca, gobierna jerárquicamente  sobre todos los otros.

En la ideología fascista hay sólo un punto de vista legítimo. Es por eso que la devaluación de la educación humanista, del pensamiento crítico y el lenguaje tiene como objetivo eliminar otras perspectivas para  dejar sólo en pie el poder y la identidad tribal. El ideólogo ultraderechista David Horowitz, que inicia abiertamente el ataque en contra de los departamentos humanistas en EU, nombra  en su libro “The Professors” a los “101 profesores más peligrosos en América”, que es una lista de profesores liberales, progresistas o marxistas.

Y en su otra publicación,“One-Party Classroom”,  nombra “los 150 cursos más peligrosos en América” como prueba de que las instituciones educacionales superiores están controladas por elementos radicales irrespetuosos de la tradición nacional que no merecen ser financiados por las universidades. La acusación de adoctrinamiento marxista ha sido siempre el fantasma clásico de la política fascista para eliminarlos de toda posible discusión inteligente, como ocurrió en Chile durante la dictadura de Pinochet. Ahora mismo a través del mundo los movimientos ultraderechistas atacan las universidades por divulgar el “marxismo” y el “feminismo” y no darles un valor central a lo que llaman los valores tradicionales de la nación.

En la industria privada de EU la libre expresión es, en verdad, una fantasía. En ellas la expresión está sujeta a lo que los empleadores permitan o no expresar. Atacar en nombre de la libre expresión al único lugar de trabajo en donde la protección de la libre expresión todavía existe es increíblemente irónico. La táctica es bien simple: una vez que las universidades y los expertos han sido deslegitimados, los fascistas quedan libres para crear su propia realidad, moldeada exclusivamente por su propia voluntad individual. No es extraño, entonces, que las protestas y enfrentamientos en los campos universitarios representan una verdadera lucha política.

La inmensa máquina ultraderechista de desinformación, típica de los últimos años, se enlaza con el poder para colonizar  la cultura y la conciencia publica y crear el analfabetismo cívico. Las teorías de la conspiración, uno de los instrumentos políticos de Trump, han sido siempre la tarjeta de presentación del fascismo. Ellas no solo tienen el poder de influir en la percepción de la realidad, sino también orientar el curso de los eventos futuros. Su fin es causar desconfianza y paranoia, cancelar las libertades y encarcelar a los “enemigos del Estado”.

Con la llegada de Joe Biden al gobierno, muchas de estas políticas fascistas serán canceladas y EU mostrará una cara más amigable. ¿Pero, bastará para detener el fascismo en curso? Benito Mussolini, siguiendo a Giovanni Gentile, define el fascismo como “la fusión del poder corporativo y estatal”. Bajo el actual sistema neoliberal imperante los agentes corporativos empiezan a gobernar directamente. Los ejecutivos de las corporaciones e instituciones financieras pasan a ser ministros de gobierno para luego volver a sus cargos corporativos. Una puerta giratoria que continuará con Biden.

Este es el fascismo financiero que en la descripción de Boaventura  es quizás la forma más viciosa de la sociabilidad fascista. Es el tipo de fascismo que controla los mercados financieros y su economía  de casino. Es uno de los más pluralistas y crueles  en el sentido en que los flujos de capital son el resultado de las decisiones de inversores individuales o institucionales repartidos por todo el mundo que no tienen nada en común, excepto el deseo de maximizar sus activos.

Esta es la forma más cruel del fascismo porque su espacio de tiempo es el más adverso a cualquier forma de intervención y deliberación democrática. Un largo plazo, según un corredor de la bolsa, son los próximos diez minutos. Este espacio-tiempo virtualmente instantáneo y global combinado con la lógica especulativa de la ganancia que la sustenta, confiere un enorme poder discrecional al capital financiero, lo suficientemente fuerte para sacudir en segundos la economía real o la estabilidad política de cualquier país. El ejercicio del poder financiero es totalmente discrecional y las consecuencias para los afectados por él, a veces naciones enteras, pueden ser desvastadores.

Según Boaventura este es el tipo de fascismo que se ha transformado en el modelo y criterio operativo de las instituciones de regulación global. Las agencias de calificación, por ejemplo, que están certificadas internacionalmente para evaluar la situación financiera de los diferentes estados y los riesgos y oportunidades que pueda ofrecer a los  inversores extranjeros, son las que determinan las condiciones en las que un país o empresa puedan ser  elegibles para créditos internacionales.

Según el periodista del New York Times Thomas Friedman, el mundo de la posguerra fría tiene dos súper poderes: Estados Unidos y Moody’s. Si es cierto que Estados Unidos puede aniquilar a un enemigo utilizando su arsenal militar, la agencia de calificación financiera Moody’s tiene el poder de estrangular financieramente a un país al otorgarle una mala nota.

Este fascismo es un régimen caracterizado por relaciones sociales y experiencias vitales bajo relaciones e intercambio de poder extremadamente desiguales que conduce a formas de exclusión particularmente graves y potencialmente irreversibles. Es el estado de naturaleza que prolifera a la sombra del poscontractualismo y precontractualismo.

El primero es el proceso mediante el cual los grupos e intereses sociales hasta ahora incluídos en el contrato social son excluídos de éste sin ninguna perspectiva de retorno. Trabajadores y clases populares son expulsados del contrato social mediante la eliminación de los derechos económicos, convirtiéndose así en poblaciones desechables: basked of deplorables. El precontractualismo es el bloqueo de la ciudadanía al acceso a grupos sociales que antes se consideraba como una expectativa razonable. Es la cancelación de la movilidad de clases que durante la guerra fría le daba cierto prestigio al capitalismo.

Como sistema político este tipo de fascismo, según Boaventura, puede coexistir con la democracia política liberal. En lugar de sacrificar la democracia a las demandas del capitalismo global, la trivializa  a tal grado que ya no es necesario o conveniente sacrificarla para promover el capitalismo. Esta es una nueva forma de fascismo que antes no existía. Puede que estemos entrando a un período en el que las sociedades sean políticamente democráticas y socialmente fascistas.

La crisis de legitimidad que Trump desencadenó en EU está destinada a persistir. Los Revolucionarios no causan las revoluciones. Es la concentración del poder político y económico la que lo hace. Pero, la revolución no vendrá. Ni siquiera la pseudo revolución de Sander. Lo que está en las cartas como solución a corto plazo, en cambio, es acabar con la disidencia. El Acta Patriótica vigila cuidadosamente a los ciudadanos para que el estado corporativo no esté expuesto al peligro “terrorista”.

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