El libro y sus enemigos

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¿Es Internet  la última  tecnología que nos llevará  a una nueva edad de oro? … ¿O la que nos hundirá mucho  más en la mediocridad y el narcisismo?  Desde  hace algún tiempo la experiencia viene indicando  que el contenido del medio es menos importante que el medio mismo  en la determinación de cómo pensamos y actuamos. Si todavía dudamos de esta influencia probablemente sea porque los efectos de la tecnología digital no ocurren al nivel de los conceptos y opiniones, sino al nivel de los diseños  de la percepción, es decir, del sistema nervioso mismo que altera continuamente sin ninguna resistencia de nuestra parte.

Según el lugar común,  la tecnología no es buena ni mala. Lo que cuenta es cómo la usamos. “No son las pistolas las que matan. Son los seres humano los que lo hacen”.  ¿Realmente? McLuhan  observaba que hemos llegado a una importante coyuntura en nuestra historia  cultural, un momento de transición entre dos diferentes modos de pensar. Estamos  dejando de lado nuestro viejos procesos de pensamiento lineal en beneficio de  las riquezas  del Internet. Reemplazamos la calma, el enfoque y la ausencia de distracción  de la mente lineal por una mente que quiere y necesita información corta, inconexa y rápida. Viasat quiere dar internet a clientes de alto valor sin acceso o con mal servicio

En opinión del crítico cultural Nicholas Carr, en las últimas cinco centurias,  desde la invención de la prensa, la lectura lineal del libro fue una ocupación popular. La mente literaria  ha estado al centro del arte, la ciencia y la sociedad. Ha sido la mente imaginativa del Renacimiento, la mente  racional  del Siglo de las Luces, la mente inventiva de la Revolución Industrial  y la mente subversiva del Modernismo. Puede que muy pronto solo sea la mente de ayer.

En 1913 el eminente físico español Santiago Ramón y Cajal declaró que en  los centros del cerebro adulto las vías nerviosas  son fijas, inmutables y nada puede ser regenerado. Diferentes regiones del cerebro, e incluso los circuitos cerebrales, juegan papeles definidos en el procesamiento de  la información sensorial y  los que dirigen  el movimiento de los músculos y la formación de recuerdos y pensamiento. Estas funciones  se establecen en la infancia y  no son alterables.

La idea de un cerebro adulto inmutable  fue la creencia dominante de la comunidad científica hasta la segunda parte del siglo XX.  En 1983 el científico Merzenich publica un artículo en el que da a conocer los resultados de sus experimentos con el cerebro de un mono que son completamente opuestos a la creencia de que los sistemas sensoriales se pueden reducir a una  serie de  estructuras fijas.  Mirando hacia atrás, dice,  me di cuenta de que había encontrado la evidencia de la neuroplasticidad.

Su minucioso trabajo, rechazado al comienzo, empieza a ser considerado seriamente por la comunidad neurológica. Con el avance de la ciencia del cerebro, la evidencia se fortalece. El uso de nuevos equipos y microelectrodos confirman las conclusiones de Merzenich y revelan que la plasticidad no se limita sólo a la corteza somatosensorial, sino que es universal. Virtualmente todos los circuitos nerviosos están sujetos a cambios. Nuestras neuronas siempre están rompiendo las conexiones viejas  y formando nuevas y nuevas células siempre están siendo creadas, según el neurólogo James Old.

Aunque todavía no sabemos cómo, el cerebro tiene la habilidad de reprogramarse a sí mismo alterando la forma en que funciona. La dinámica esencial de la neuroplasticidad se resume en la norma de Hebb: “La células que disparan juntas permanecen juntas”. La forma en que pensamos, percibimos y actuamos no están determinadas enteramente por nuestros genes o por las experiencias de nuestra infancia. PLey de Hebb: la base neuropsicológica del aprendizajeodemos cambiar todo ello  a través de la forma en que vivimos y, más importante, de los instrumentos que usamos.

Y no solo las actividades físicas pueden cambiar nuestro  cerebro. La actividad puramente mental  puede también alterar los circuitos neuronales. Pascual-Leone condujo un experimento en donde le enseñó a un grupo de participantes, sin experiencia en tocar piano, una pequeña pieza musical. Luego dividió el grupo en dos. Uno practicó dos horas durante  cinco días la melodía en un teclado. El segundo grupo se sentó frente al teclado por el mismo tiempo, pero sólo imaginó tocar la melodía, sin tocar el teclado.

Usando la técnica de la estimulación magnética craneal  Pascual-Leone mapeó la actividad craneal antes, durante  y después del test. Lo que descubrió es que los que sólo imaginaron tocar la melodía mostraron los mismos cambios cerebrales que los que realmente tocaron el teclado. Aquí  podríamos decir que llegamos a ser, neurológicamente hablando, lo que pensamos. Podemos alegrarnos que nuestros mecanismos mentales son capaces de adaptarse a nuevas experiencias. Es esta flexibilidad  la que nos permite  escapar al determinismo genético.

El problema es que la neuroplasticidad  también impone su propia forma de determinismo en nuestras conductas. Una vez que creamos  nuevos circuitos en el cerebro,  tendemos a mantenerlos activados en la forma de  hábitos que permiten  acciones  rutinarias más rápidas y eficientes. Pero, habría que agregar, los cambios plásticos no representan necesariamente una ganancia para el sujeto. Además de ser el mecanismo del aprendizaje y desarrollo pueden ser también la causa de mecanismos patológicos. Las adicciones, por ejemplo, fortalecen los circuitos cerebrales  transformándolos  en conexiones mortales.

La posibilidad de la decadencia intelectual es parte de la maleabilidad del cerebro. Cada tecnología  expande nuestra fuerza física, amplía nuestros sentidos y remodela la naturaleza. La máquina de escribir, el ábaco, el sextante, el globo, el libro, el periódico, la biblioteca, la computadora y la Internet, por ejemplo, son parte de esos  instrumentos que mayor impacto tienen en cómo y qué pensamos. Es evidente  que los avances técnicos  marcan momentos cruciales en la historia. Menos evidente es la influencia que  las técnicas intelectuales tienen  en el flujo químico de las sinapsis  que  determinan como funciona el cerebro.

Leer un libro en silencio requiere la habilidad de concentrarse intensamente por un largo tiempo, de perderse y sumergirse en sus letras. Tal habilidad no es fácil de lograr. Nuestro estado natural, como animales que somos, es el de la distracción, del cambio constante de  la mirada y atención, de estar consientes  de lo que está pasando alrededor.  Esta actitud ha sido crucial en nuestra sobrevivencia a través de nuestra historia. Concentrado Pequeño Hermano Y Hermana Leer Libros En El Sofá En Casa Foto de stock y más banco de imágenes de Alimento - iStock

Leer un libro, dice Carr,  es un proceso antinatural que exige la atención sostenida en un solo objeto estático. Para ello es necesario entrenar el cerebro para ignorar todo lo que está ocurriendo en el ambiente. La habilidad de enfocarse en una sola tarea  es una anormalidad en la historia de nuestro desarrollo sicológico. Por supuesto, muchos cultivaron esta capacidad  antes  que apareciera el libro. Entre ellos el cazador, el artesano, el ascético. Lo que es diferente en la lectura de un libro es la profunda concentración combinada con  el eficiente y activo desciframiento e interpretación del significado del  texto.

La lectura de la secuencia de las páginas impresas es valiosa, no solo por la información que obtenemos, sino también por la forma en que el escrito promueve  vibraciones intelectuales en nuestra mente.  Creamos  asociaciones, extraemos conclusiones y analogías, desarrollamos nuestras propias ideas. “Pensamos profundamente en tanto leemos profundamente”.  A diferencia de la meditación, que es el vacío de la mente,  la lectura libresca la llena y repone.

Las últimas investigaciones en los efectos neurológicos de la lectura lineal muestran que el lector mentalmente simula cada nueva situación que encuentra en la narrativa y las  acciones y sensaciones que encuentra  son integradas en el conocimiento y experiencia  personal, lo que indica que la lectura  no es una actividad  puramente pasiva.

Después  de más de cinco siglos,  la imprenta y sus productos empiezan a ser desplazados del centro de la vida intelectual. Primero por la radio, el cine, el fonógrafo y la televisión. Afortunadamente, debido a su limitada capacidad para transmitir la palabra escrita, estos no pudieron reemplazar al libro. Con la revolución electrónica la cosa es diferente. La pantalla de estos artefactos, con su capacidad de reproducir y compartir  textos, está en mejor posición para reemplazar al libro.

El problema es que nos introduce a un lugar bien diferente  del de la página escrita. Con ella una nueva forma intelectual empieza aLibros digitales y dispositivos de lectura, ¿dos mercados indisociables? | blok de bid  tomar lugar que desvía otra vez los circuitos cerebrales. El acto cognitivo de leer usa no solo la vista, sino también el tacto. Toda lectura libresca es multi sensorial. El cambio del papel a la pantalla, además de cambiar la forma que navegamos un escrito, influye notoriamente en el grado de atención  y profundidad que le dedicamos.

Los “hiperlinks”, por ejemplo, alteran la experiencia del medio digital. Los enlaces no sólo nos llevan a otros trabajos suplementarios, sino que nos impulsan a ellos. Nos estimulan a rastrear una serie de textos, a saltar de uno a otro constantemente en lugar de dedicarle una atención sostenida a uno solo de ellos. Nuestra fijación a un texto se vuelve provisional, tenue y fragmentada. La combinación de diferentes tipos de información en una sola pantalla distrae nuestra concentración.  Una sola página puede contener unos pocos pedazos de  texto, un vídeo, varios comerciales, enlaces a otros sitios, etc. etc.

Mientras leemos el texto, llega un e-mail, el teléfono móvil avisa la llegada de un “texto”,  la pantalla avisa que tenemos  nuevos mensajes de Facebook y Twitter. En esta cacofonía de estímulos, la concentración  hace mutis por el foro. Y mientras más se expanda el Internet, más se contraen los otros medios.

Por ahora el libro físico  todavía existe y no hay razón para creer que desaparecerá en el próximo futuro. Pero, a la larga, la lectura del libro, como la hemos definido, se aproxima a su crepúsculo cultural. El silencio, el arte de la concentración y memorización son  totalmente desechables. Según algunos educadores es tiempo de abandonar la lectura profunda,  “el mundo lineal y jerárquico del libro” y entrar en el mundo de la “conectividad ubicua y la proximidad penetrante” y “descubrir el significado emergente de contextos que están en un flujo continuo”.

¿Qué impacto tiene todo esto en la mente? Junto con el alfabeto y el sistema numérico, Internet es la tecnología más poderosa en la alteración de la mente que ha existido en la historia humana… ¿Bueno o malo?  La lectura de libros muestra intensa actividad en las regiones asociadas con el lenguaje, la memoria y la vista, pero no actividad en la región prefrontal. Los usuarios de Internet, en cambio, muestran una intensa actividad a través de todas las regiones del cerebro cuando escanean la “web”.

Este exceso de actividad impide la habilidad de hacer las conexiones mentales que la lectura profunda posibilita y nos convierte  en meros descifradores de información. De cultivadores de conocimiento personal ahora nos  convertimos en recolectores  y juglares de datos electrónicos. La actividad múltiple de Internet, según  el neurólogo Jordan Grafman,  obstaculiza el pensamiento profundo y creativo.  Internet, en su lugar nos facilita la ubicuidad. Pero, como decía Séneca… “Estar en todas partes es  estar en ninguna parte”.

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