El revés de la guerra del cerdo o en Chile se fueron al chancho

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Una de las Leyes de Newton: «A toda acción corresponde una reacción en igual magnitud y dirección pero de sentido opuesto». Es como decir, casi, que toda exageración de amor engendrará un resultado de odio. Algo que a los comunistas chilenos —como la historia— no parece importar. | LAGOS NILSSON.

 

Las acciones lícitas son del poder, las reacciones al poder serán calificadas de no lícitas. Y castigadas. Ni el amor ni el odio tienen cartas en este juego. Los cerdos tampoco. Los gobiernos sí.

 

La crueldad de los jóvenes que en una esquina —donde funciona una suerte de mercado: mercado tómese nota— matan a palos a un viejo marca el comienzo del miedo. Es una esquina nocturna de una época reconocible, pero atemporal. No era anciano Bioy cuando escribió Diario de la guerra del cerdo, quizá fue una premonición.

 

Las premoniciones se diferencian de las profecías en que son vívidas; la profecía quiere un dios que ordene su cumplimiento, por eso suelen ser oscuras y no fácilmente comprendidas; la premonición, en cambio, es el trágico golpe del asesino en la puerta de su víctima; o el llamado de la víctima a la puerta del asesino.

 

Profecías y premoniciones suelen estimarse fantasía; en nuestra época —heredera del positivismo— la fantasía se llama ciencia-ficción. La ciencia-ficción es un cuento —o novela— que trata del futuro. Y la lógica más simple nos dice que, fatalmente, «el futuro nos alcanza». Aunque al revés de aquellas.

 

En Chile, por ejemplo, los jóvenes no salen a la calle a matar viejos, por más que el país esté lleno de poderosos viejos (y partidos políticos) de mierda.
Es hora de distinguir.

 

Son jóvenes los que arrancan de esas máquinas mitológiocas que son zorrillos y guanacos; como jóvenes se les perdona la media ignorancia: el guanaco existe en Chile, el zorrillo, en cambio, no: es el ilustre chingue chileno. Pero no es culpa de los jóvenes, al fin y al cabo son «ilustrados» por viejos.Los viejos son los que mandan que circulen los dichos guanacos y chingues.

 

(La vida es una metáfora o, como los estudiantes comienzan de verdad a descubrir cuando intentan conocer y lo que es peor: ejercer los derechos ciudadanos, una «herida absurda»).

 

No hay víveres

 

El organismo del Estado —que maneja a discreción el gobierno de turno— determinó que allí donde hay huelga de escolares, o tomas de liceos, no habrá alimento para los alumnos. El razonamiento es impecablemente empresarial. Y, como tal, escabulle el fondo del asunto. O lo confunde.

 

Ya no solo se roban —¿recuerda el lector algún documental de la tele en el que se veía cómo esos santos «sostenedores» se robaban las bandejas de comida en 2011?— las raciones para los niños, que pagan los impuestos y el cobre que nos queda, ahora lisa y llanamente no se las dan, aunque haya clases.

 

Volvemos a la Antigüedad: se cerca, sitia y vence por hambre a la ciudad enemiga. Aunque no sea ciudad y sean los meros hijos de la sociedad. Mientras todos aprueban seudo reformas. Porque es más fácil vivir en la sordera que intentar oír lo que viene de abajo.

 

Allende quiso al menos medio litro de leche para los niños; Piñera les quita el pan, literalmente, ya que no hay pan en los colegios «conflictivos». La letra ya no con sangre sino con hambre ¿entrará? (de la sangre se encarga el GOPE).

 

Los adultos, a los que no les sobre el pan, ni el concreto ni el metafórico, tranquilos. Ignoran todo lo que está ahí para conocerlo, se deben a su «city car», a su dormir de consumidores endeudados «hasta las patas» —y lo que conocen no son capaces de registrarlo.

 

El nuevo, o sea, diario del cerdo es la bitácora —o el «blog»— de la caza de chicos y chicas, muchos de uniforme escolar, por los viejos hoy sentados en La Moneda —edificio que sin duda al ver tamaño desajuste histórico de pensar querría nunca hubieran recubierto las cicatrices de 1973, para agregar a la ignominia del bombardeo la farsa de la institucionalidad democrática.

 

Camila, un resbalón no es caída, dos resbalones son traición

 

La vida cívica —entendiendo por vida cívica la vida política, esto es: la que concierne a todos—, la vida cívica, decimos, chilena transcurre un poco como la de un viajero perdido en la niebla que siente la humedad del frío y al que le ponen, de repente, mil luces ante los ojos. Quiero decir que la ciudadanía está confusa, confunde fines con medios, riqueza con dinero, felicidad con ostentación, vida sexual con pornografía, moral con impunidad.

 

Los estudiantes conforman un cambiante o transitorio sector social —entre ellos primarios que en escuelas compiten con ratas, secundarios a los que birlan sus liceos, universitarios y de materias tecno-mecánicas a ratos convencidos de que el estudio es solo un medio para tener buenos ingresos— que, y no por arte de magia, descubrieron que merecen más.

 

No es bueno descubrir que se merece más, cierto, a menos que el descubrimiento esté acompañado del hecho de qué es ese más y por qué. En eso están solos como en el principio del mundo. Pero tratan de ver más allá de las cortinas que les han cerrado —y a la sociedad toda— la vista a su pasado cambiando las ventanas al futuro por una pantalla de quién sabe cuántas pulgadas para ver los «matinales» de la tele.

 

Así que se rebelaron.

 

Y comenzó la batalla por el control de la rebeldía.
La rebeldía reproduce una vieja batalla por los medios a emplear para conducirla.
La conducción esconde una herramienta de poder.
El poder se concibe como un «hermano grande», como el consenso entre primos o como acuerdos entre pares.
El poder excluye por género, egoísmo, temor o discriminación.
El poder se concentra o se comparte.

 

Uno será —siempre—tiránico; el otro —con suerte— democrático.

 

Los chicos del secundario en Chile aprenden sobre el poder; muchos universitarios se replantean la cuestión del poder. Los adultos de «a pie» luego de casi 40 años se preguntan acerca de poder. Los políticos —que no piensan según se sabe, pero respiran poder— afilan garras para conservarlo, les va mucho en ello, a ellos, familias, amigos, socios y paniaguados: han descubierto el significado de la palabra clientela.

 

Los dirigentes de ayer se convierten en «líderes» del conservadurismo estalinista que pervive; el adjetivo reemplaza a las funciones neuronales; los derruidos mitos de la historia reciente buscan las manzanas doradas.

 

Y los compañeritos de ayer son los del Kronstadt de hoy.
Ya no en un acorazado, basta con golpear la puerta del PC —y que salga una gorda de dudosa higiene a insultarlos.

 

¡Cuidado, Camila!: ¿es posible caer todavía mas bajo que acusar a los que reclaman de facistas? ¿Qué París te han prometido para que celebres tamaña misa?

 

Política: te han calificado de reina de las protestas. No te olvides de María Antonieta (que si protestó fue por otra cosa).O, historia, que el que liquidó a los del Kronstadt de repente no pudo ir más a la plaza de los mariachis.

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