El síndrome de Tom y Jerry

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Contrariamente a otras cuestiones de actualidad internacional, el conflicto que opone Israel a los palestinos es objeto de numerosos artículos, temas y reportajes. El problema de la cobertura mediática de este conflicto no es tanto cuantitativo como cualitativo. Una descodificación de esta cobertura nos lleva a distinguir tres defectos importantes que caracterizan la información relativa al Próximo Oriente, tal como nos es propuesta por los “grandes medios”.| JULIEN SALINGUE.*

 

El primero de estos sesgos es el de la conminación permanente a un tratamiento “equilibrado” del conflicto. Los acontecimientos del Próximo Oriente suscitan en Francia, por razones políticas, históricas y culturales, que no podemos desarrollar aquí, una atención muy particular.

 

Son generadores de pasiones y su percepción está marcada por una pesada carga emotiva, lo que no deja de tener repercusiones sobre la forma en que los grandes medios intentan cubrirlos.

 

Sobre el arte de equilibrar una situación desequilibrada
De ahí la conminación al tratamiento “neutro”, que puede a veces asimilarse a una forma de censura, incluso de autocensura por parte de algunos periodistas y ciertas redacciones: no habría que herir a ninguno de los dos “campos” y, para hacerlo, hay que adoptar una posición “equilibrada”.

 

Sin embargo la situación no se presta a ello por la sencilla razón de que el Estado de Israel y los palestinos no están en una situación equivalente. Si existe claramente un “conflicto” que opone a dos “partes”, nadie debe olvidar que sus actores son, de una parte, un Estado independiente y soberano, reconocido internacionalmente, dotado de instituciones estables, de un ejército moderno y sobreequipado y, de la otra, un pueblo que vive bajo la ocupación y/o el exilio, sin soberanía y sin instituciones realmente estables y autónomas.

 

Adoptar un planteamiento que se pretende equilibrado conduce pues necesariamente a ocultar ciertos aspectos de la realidad, sencillamente porque no tienen equivalente en el otro “campo”. Es así como los grandes medios privilegiarán los momentos de tensión visible, en otros términos militares, los “intercambios de disparos”, las “víctimas a deplorar en los dos campos”, o, en un caso reciente, los “intercambios de prisioneros”.

 

Se trata de mostrar que el sufrimiento de unos no ocurre sin el sufrimiento de los otros, y que los momentos de tensión o de apaciguamiento están ligados a decisiones puntuales tomadas por uno u otro de los dos “campos”, o por los dos conjuntamente.

 

Es así como el tratamiento mediático oculta casi totalmente lo que es, sin embargo, esencial en la vida cotidiana de los palestinos y uno de los nudos del “conflicto”: la ocupación civil (colonias) y militar (armada) de los territorios palestinos.

 

Los campos militares israelíes y las colonias no tienen equivalente en Israel, como tampoco los centenares de puestos de control, (checkpoints), que dividen los territorios palestinos, el muro erigido por Israel, las requisas de tierras y las expulsiones, las campañas de detenciones, los ataques realizados por los colonos, los períodos de toque de queda, las carreteras prohibidas por criterio nacional, etc.

 

Una cobertura que se pretende “equilibrada” lleva necesariamente, por la búsqueda permanente de un contrapunto, de un contracampo, de una equivalencia, a dejar en silencio informaciones sin embargo esenciales: es así como hay que ir a consultar la prensa israelí para saber, por ejemplo, que solo en el año 2010 no son menos de 9.542 palestinos de Cisjordania los que han sido llevados ante los tribunales militares israelíes, con una tasa de condena del 99,74%.
Una información muy esclarecedora, pero que no tiene equivalente en el lado israelí. Por tanto, no será tratada.

 

Esta cobertura sesgada, esta “obsesión por la simetría”, en nombre de una pretendida neutralidad conduce, pues, a los grandes medios a ofrecer una imagen deformada de las realidades próximo orientales. El público es así desposeído de una gran parte, sin embargo indispensable, de los elementos de comprensión de la persistencia del conflicto que opone Israel a los palestinos. A fortiori en la medida en que este primer sesgo va acompañado de un segundo, tan destructor como el primero para la calidad de la información: el “síndrome de Tom y Jerry”.

 

El síndrome de Tom y Jerry

 

Tom y Jerry, célebres personajes de dibujos animados, están en conflicto permanente. Corren uno detrás del otro, se golpean, se construyen trampas, se disparan a veces y, cuando parecen reconciliarse, en realidad están elaborando nuevos subterfugios para hacer sufrir al adversario. El espectador ríe con ganas, pero permanece en la ignorancia: no sabe por qué esos dos se detestan, no se le ha explicado jamás porqué Tom y Jerry no pueden llegar a una tregua duradera, incluso a una paz definitiva.

vLa comparación tiene sus límites, pero sin duda no es exagerado considerar que los grandes medios, particularmente los audiovisuales, nos ofrecen a menudo, cuando se trata de Próximo Oriente, una información digna de Tom y Jerry: “el ciclo de la violencia ha recomenzado”; “la tregua ha sido rota”; “la tensión sube un nivel”; “las dos partes suben el tono”; etc.

vPero, ¿porqué esos dos se detestan? Muy a menudo, el público no tendrá respuesta. Deberá contentarse con una cobertura mediática que se focaliza en la sucesión de acontecimientos, sin interrogarse sobre las causas profundas o las dinámicas a largo o medio plazo. La información es pues la mayor parte de las veces descontextualizada, despolitizada, «deshistorizada», llegando a veces a flirtear alegremente con el ridículo.

 

Fue así como en diciembre de 2010, fue publicado en el periódico francés Libération un verdadero párrafo antológico. El “reportaje”, que analizamos en detalle en nuestra página-web,[1] acumulaba la casi totalidad de los defectos de la información relativa al Próximo Oriente, entre otros el síndrome de Tom y Jerry.

 

La ausencia de la mención a las raíces políticas e históricas de las “tensiones” puede a veces confinar al ridículo. Testigo de ello, este pasaje del artículo, una verdadera obra maestra del género:
“Las tensiones, sin embargo, se han multiplicado estos últimos tiempos. En agosto, el arranque del un árbol por soldados israelíes en la línea azul, trazada por la ONU tras la retirada israelí del sur de Líbano en 2000, ha provocado cuatro muertos y estado a punto de degenerar en conflicto abierto”.

 

Uno se frota los ojos y lo vuelve a leer para comprender, fijándose esta vez solo en el sujeto, el verbo y el complemento: el arranque de un árbol … ha provocado cuatro muertos.
Pero, ¿qué ha ocurrido?
¿Los que lo estaban arrancando se han caído del árbol? O, quizás, ¿se ha caído el árbol encima de una familia que estaba merendando debajo de él tranquilamente? O, quizá, explicación plausible, ¿Hezbolá, movimiento islámico y por tanto, a su manera, “verde”, ha manifestado su fibra ecologista queriendo vengar la muerte del árbol?

 

Dejemos la ironía: desgraciadamente, el incidente llamado “del árbol”, ha sido, él también, trágico, saldándose con la muerte de dos policías y de un periodista libanés, así como la de un oficial israelí. La única explicación que permite comprender cómo han podido degenerar así las cosas es bien evidentemente el contencioso fronterizo entre Israel y Líbano. En efecto, aunque Israel se retirara de Líbano en 2000 tras veintidós años de ocupación, el trazado de la “frontera” sigue siendo objeto de polémica. Polémica también sobre el tema de la zona llamada de las “granjas de Chebaa”, conquistada por Israel en 1967. Y cualquiera que observe la vida política regional sabe que es en particular porque reivindica la soberanía árabe sobre las zonas ocupadas que Hezbolá se sigue considerando en guerra contra Israel.

 

Es así como muy a menudo los grandes medios proponen al público focalizarse sobre el árbol que oculta la selva. Los acontecimientos espectaculares y las causalidades inmediatas son privilegiadas, en detrimento de la exposición y el análisis de las causas profundas y de las tendencias a largo plazo. El pseudo equilibrio y la carrera por el acontecimiento van quizá a ofrecer al público los medios para conmoverse, pero en absoluto para comprender.

 

¿Un periodismo de diplomáticos?

 

Un tercer y último error puede ser identificado: se trata del alineamiento casi sistemático de las líneas editoriales con la agenda diplomática. No se trata solo de privilegiar, o de valorar, los análisis y las propuestas de la diplomacia francesa y, más en general, occidental. Se trata muy a menudo de elegir las informaciones, conscientemente o no, en función de los avatares del mal llamado “proceso de paz”.

 

Dos ejemplos ilustran esta idea. Solo a partir del año 2002 la temática de la necesaria “reforma” de la Autoridad Palestina hizo su aparición marcada en los grandes medios franceses. Corrupción, clientelismo, nepotismo, etc.: el “sistema Arafat” era un verdadero fracaso y toda perspectiva de “salida del conflicto” pasaría necesariamente por una refundación del sistema institucional palestino y por la emergencia de nuevos actores.

 

¿Coincidencia? Fue precisamente en este período cuando los Estados Unidos e Israel consideraron que Yasser Arafat, que había sido sin embargo un actor central del “proceso de paz”, no era ya un interlocutor creíble y debía ser puesto fuera de juego.

 

La corrupción y la incuria del aparato político administrativo palestino eran un secreto a voces para cualquiera que se interesara aunque solo fuera un poco por la cuestión. Numerosos informes de ONG o de comisiones parlamentarias estaban en circulación desde mediados de los años 1990. Esas informaciones habían sido raramente reproducidas y no parecían, entonces, necesitar una atención mediática particular.

 

La explicación más probable es que, entonces, el “proceso de paz” en su versión original parecía seguir siendo una perspectiva creíble para los occidentales y que no había que correr el riesgo de ponerle en peligro criticando abiertamente a la dirección de Arafat. Fue cuando la situación diplomática cambió a comienzo de los años 2000 cuando la atención de los medios se desplazó progresivamente hacia cuestiones hasta entonces ignoradas.

 

Segundo ejemplo, entre otros: Mahmud Abbas. El Presidente de la Autoridad Palestina es también un personaje central del “proceso de paz”. Considerado como más “moderado” y más “pragmático” que su predecesor Yasser Arafat, ha gozado durante muchos años de las alabanzas de la administración estadounidense, de las cancillerías occidentales e incluso de los responsables israelís. E incluso si el procedimiento que ha emprendido en la ONU le ha atraído numerosas críticas, continúa siendo considerado como un elemento clave en la perspectiva de eventuales negociaciones.

 

Tal es el personaje que presentan igualmente los grandes medios. Pero ¿sabe el público, por ejemplo, que Mahmud Abbas escribió el prefacio en 1983 de un libro de Robert Faurisson sobre las cámaras de gas, antes de publicar una tesis de doctorado conteniendo elementos negacionistas? No. ¿Esta información es indispensable y merecería necesariamente ser comunicada? La cuestión merece un debate. Pero imaginemos, por un momento, que no fuera Mahmud Abbas sino uno de los dirigentes más mediáticos de Hamas (Khaled Meshaal e Ismail Haniyah) quien hubiera escrito dicho prefacio a Faurisson o publicado una tesis negacionista. ¿Se puede imaginar que esta información estaría mucho tiempo disimulada al público? La respuesta está, muy evidentemente, en la propia pregunta.

 

La hipótesis según la cual Mahmud Abbas goza de un tratamiento “diferenciado” debido a su papel confesado o no, potencial o plausible, en una solución diplomática tal como la conciben los países occidentales es por tanto muy probable. Es, a imagen del cambio de tono en relación a Yasser Arafat, una de las muy numerosas confirmaciones del alineamiento, voluntario o no, de la mayor parte de los grandes medios con las posiciones y los ritmos diplomáticos franceses, fenómeno típico del “periodismo de guerra” (ver sobre este tema en nuestra página-web la rúbrica Journalisme de guerre – periodismo de guerra). No se trata evidentemente de juzgar la política francesa o a los dirigentes palestinos, sino de constatar una vez más, que el rigor periodístico desaparece cuando la diplomacia entra en juego.

 

Alguna notables excepciones[2] permiten esclarecer un poco este sombrío panorama, particularmente del lado de los raros corresponsales permanentes de la prensa escrita y audiovisual. Pero su rareza no hace más que confirmar las tendencias generales tal como las acabamos de describir. Los tres escollos que hemos señalado aquí son raramente evitados por los grandes medios y añaden una víctima suplementaria al conflicto que opone a Israel a los Palestinos: la información.
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1] “Journalisme en tenue de camouflage : un reportage de Libération au nord d’Israël”, diciembre 2010. (aquí.
2] Ver Acrimed.org.
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* Artículo publicado en la revista trimestral Acrimed, Médiacritique(s), aquí.
Traducción del francés de Faustino Eguberri para Viento Sur.

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