España, comunicación y cultura: vamos perdiendo

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No porque en 2001 los talibanes hayan dinamitado los budas de Bamiyan (antes, en el siglo XII otros budas habían sido demolidos) o porque buena parte de la historia de Irak, y de la humanidad, haya sido saqueada por los invasores en la última década —esos son ejemplos nada más— los asuntos de la cultura y la comunicación asumen el primer plano de la contemporaneidad. Vale la pena leer lo que sigue, y extrapolar a nuestra realidad americana. |JAVIER COUSO.*

En los últimos años hemos asistido al creciente posicionamiento de una derecha extrema que maneja cada vez mejor los medios de difusión masiva. Como si fuese una reedición del «rearme moral» impulsado por Ronald Reagan en los años 80 que actualizaba el destino manifiesto levantando el orgullo de ser parte de la derecha imperial estadounidense, los imitadores en esta piel de toro renuevan su discurso mostrando un desparpajo cada vez mayor.

Lejos quedan aquellos años donde la cercanía del recuerdo franquista colocaba la supremacía cultural en el ámbito de una izquierda la mayoría de las veces descafeinada, pero donde, como poso, permeaba la sociedad con valores progresistas. Esos años de oscuridad, de acumulación en la sombra, fueron aprovechados por estos sectores ultras para instalarse en los lugares periféricos del PP y de la ortodoxia católica más retrógrada.

En este camino se produce un cambio notable en los parámetros de la derecha extrema histórica. Si antes era anti-judía, anti-anglo y partidaria de una semiautarquía enmarcada en la guerra fría anticomunista, ahora, desaparecida la Unión Soviética, se hace sionista, anti-árabe, decididamente pro-estadounidense y, en lo económico ultraliberal, borrando de un plumazo muchas de las señas de identidad que constituían el alma de la derecha extrema patria.

Lo más preocupante es el manejo en el traslado de un discurso, que ha conseguido calar en una minoría extensa dentro de la derecha, pero también en sectores despolitizados populares que incorporan a su pensamiento diario el discurso de la confrontación derechista renovada.

Este despertar se inicia por medio de buenos comunicadores mediáticos que, usando un lenguaje agresivo, se hacen un hueco desde la radio de la Conferencia Episcopal para dar el salto definitivo, cuando aprovechan, en connivencia con sectores del PP que gobiernan diferentes comunidades, los espacios abiertos por la Televisión Digital Terrestre (TDT). Todo acompañado de una pujante industria cultural que en clave revisionista reescribe los hechos sangrientos del franquismo, la propia historia de España y nutre de contenidos el nuevo ideario ultra, vestido ahora con ropajes de respetabilidad.

Resultado de este inteligente trabajo son televisiones, programas de radio, diarios y editoriales que alcanzan todo el territorio nacional.

Y frente a esto ¿qué tiene la izquierda? Nada. Nada que se acerque a la potencia de ese conglomerado cultural y propagandístico que funciona como una máquina bien engrasada. Ningún diario (salvo algunos espacios en uno), ninguna radio, ninguna televisión, que con proyección nacional pueda trasladar la visión anticapitalista y pueda constituirse en catalizador de crecimiento.

Es cierto que se están utilizando bien los medios digitales y las webs contrainformativas y que la presencia de un buen ciberactivismo en redes como Twitter, dan algo de visibilidad a una izquierda que está viva a pesar de sus problemas. Pero no podemos olvidar que hoy en día lo digital no puede ni aspirar a la extraordinaria difusión y penetración de los medios de la caverna y que internet, muchas veces, acaba resultando un mundo endogámico donde el mensaje llega solo a los ya convencidos.

Lejos queda la potencia de las organizaciones obreras de los años veintes que les llevaba a poseer varios diarios de tirada nacional o a gozar de la supremacía en todos los ámbitos de la cultura.

En resumen: no hemos sabido cortar el nudo gordiano para conseguir medios de calidad económicamente viables, que a la vez sean atractivos. Síntoma y a la vez diagnóstico del verdadero estado de la izquierda.

No solo estamos perdiendo la batalla de la comunicación y la cultura ante el sistema, estamos siendo derrotados también por la ultraderecha liberal.

Y esto es una catástrofe.

* En el «blog» español Hablando República.

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