Estados Unidos: no habrá nuevas leyes sobre armas, ganó la NRA

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Los políticos no siempre se han mostrado alérgicos al control de armas, ni siquiera los republicanos. En 1968, tras los asesinatos de John y Robert Kennedy y el reverendo Martin Luther King, Jr., el Congreso — mediante voto bipartidista — ilegalizó la venta de armas a delincuentes y enfermos mentales.| DOYLE MCMANUS.*

 

En 1993, cuando el Congreso aprobó la Ley Brady, que exigía
comprobar los antecedentes de quienes compraran armas, el expresidente Reagan, que escapó por los pelos de ser asesinado en 1981, se encontraba entre sus defensores.

 

En 1994, cuando el Congreso aprobó la prohibición de armas de asalto, diez senadores republicanos aprobaron la disposición. Y en fecha tan reciente como 2002, cuando Mitt Romney se presentó al cargo de gobernador por Massachusetts, se declaró fuertemente a favor de «estrictas leyes sobre armas».
 «Creo que [estas leyes] nos protegen y nos proporcionan seguridad», declaró Romney.

 

Dos años más tarde, firmó una prohibición de las armas de asalto para todo el estado que continúa en vigor. Pero eso fue diez años atrás. Esta semana, días después de que un tirador con rifle de asalto acabara con la vida de doce personas en un cine de Aurora, en el estado de Colorado, ni Romney ni el presidente Obama sacaron a colación la idea hoy radical de resucitar  la prohibición federal de armas de asalto, que expiró en 2004.

 

Hasta la principal autora de la ley, la senadora Dianne Feinstein (demócrata por California), reconoció que se trataba, de momento, de una causa perdida. Feinstein culpó del bloqueo de las nueves leyes a la National Rifle Association y otros grupos favorables a las armas.
«Dedican una gran cantidad de dinero [a campañas electorales], y ha habido gente que ha perdido su cargo después de haber votado a favor de esa legislación», declaró.

 

Pero los poderosos grupos de presión y los políticos inexpertos no son los únicos impedimentos a leyes más estrictas sobre armas. En las dos últimas décadas, se ha derrumbado el apoyo público a las mismas. En 1990, antes de la prohibición de las armas de asalto, una encuesta de Gallup descubrió que el 78% de los norteamericanos estaba a favor de una regulación más estricta sobre armas. Pero ese número ha ido descendiendo de un modo constante desde entonces.

 

El año pasado, Gallup formula la misma pregunta, y solo el 43% de los encuestados afirmaron estar a favor de leyes sobre armas que fueran más estrictas.
El público no está de acuerdo con la NRA en que las leyes sobre armas deban relajarse aun más: sólo el 11% mantienen esa opinión, de acuerdo con Gallup. Pero en la cuestión central — el derecho a la tenencia de armas con mínimos controles gubernamentales— la NRA ha ganado el debate.

 

Los científicos sociales albergan opiniones que difieren sobre la razón por la que la opinión pública se ha desplazado de forma tan notable, pero una probable explicación se cifra en que ha descendido la delincuencia. Hace veinte años, cuando las cifras de asesinatos eran elevadas, quienes patrocinaban la legislación sobre control de armas la anunciaban como una forma de sacar las armas de la calle y reducir la tasa de asesinatos.

 

No está claro que el control de armas retirase muchas armas de fuego de las calles, pero el crimen violento ha descendido drásticamente y, con ello, parte del impulso a favor de una mayor legislación.

 

Otra razón probable del cambio es la caída de la confianza de los ciudadanos en el gobierno federal. En 2011, Gallup concluyó que solo el 43% de los norteamericanos afirmaba confiar en el gobierno federal a la hora de resolver problemas internos, la cifra más baja registrada; el 49% declaraba considerar al gobierno federal «una amenaza inmediata a los derechos y libertades de los ciudadanos corrientes», la mayor cifra registrada. Cuando la gente se muestra suspicaz ante el poder federal, se muestra asimismo recelosa de las leyes federales sobre armas.

 

La polarización política representa también otro factor. Lejos quedan los días en que los dos partidos podían encontrar un terreno de consenso sobre el control de armas. Las encuestas del Pew Research Center concluyeron que, entre 2007 y 2012, el porcentaje de norteamericanos que creían que controlar las armas era más importante que proteger el derecho a poseerlas disminuyó del 59% al 45%.

 

Pero la mayor parte de ese cambio se produjo entre los republicanos; hace solo cinco años, el Partido Republicano se encontraba estrechamente dividido sobre esta cuestión, pero hoy sólo un cuarto de los votantes republicanos dan mayor prioridad al control de armas que al derecho de poseerlas. Entre los demócratas, por contra, cerca de dos tercios quieren control de armas y sus opiniones apenas sí han cambiado en veinte años.

 

Ese cambio no le ha pasado inadvertido a la NRA. En momentos anteriores, el grupo dejaba su impronta atacando a demócratas vulnerables, como el entonces portavoz de la Cámara, Tom Foley, que perdió su escaño por el oeste del estado de Washington tras contribuir a la aprobación de la prohibición de las armas de asalto en 1994, e incluso al candidato presidencial, Al Gore, que perdió en su estado natal, Tennessee, en el año 2000.

 

Y más recientemente, la NRA se ha centrado en mantener a raya a los republicanos, sólo sea porque son tan pocos los demócratas conservadores a los que pueden recurrir. En las dos últimas décadas, el historial de la Comisión Electoral Federal muestra que la NRA se ha gastado casi 49 millones de dólares en gastos de campaña independientes, sólo por detrás de Service Employees International Union. Y ese género de gasto deja un mensaje.

 

La NRA atacó al senador Richard G. Lugar (republicano por Indiana) en su campaña de las primarias este año, acusándole de «hostilidad hacia nuestro derecho a poseer y portar armas» basándose en su apoyo a la prohibición de las armas de asalto. Lugar perdió frente a un candidato más conservador del “Tea Party” que consiguió el respaldo de la NRA.

 

Al igual que otros republicanos, Romney ha tomado nota de la fuerza de la NRA. El presunto candidato republicano firmó en 2004 la prohibición de armas de asalto en su estado, pero tan pronto como empezó a considerar presentarse a la presidencia, se desplazó a la derecha. Romney se afilió discretamente a la NRA en 2006 e hizo campaña para la nominación republicana en 2008 como firme defensor de los derechos de quienes poseen armas, postura sólo empañada por su extraña declaración de que era simplemente cazador ocasional, y aun así, solo de «alimañas».

 

«No apoyo ninguna legislación nueva», afirmó ese año Romney. Este año, la cuestión apenas si ha hecho acto de presencia.

 

Esa ausencia de debate es la mejor prueba de que la NRA ha ganado la discusión, al menos por ahora. Obama presenta a un partido cuyos votantes disienten, en esta cuestión, de la mayoría de los norteamericanos. La mayoría de los demócratas, sobre todo de los demócratas urbanos, dicen que quieren leyes sobre armas más estrictas, como una prohibición de las armas de asalto que ilegalizaría el depósito de cien cartuchos que utilizó James Holmes para matar a los espectadores del cine de Colorado.

 

Pero Obama quiere llevarse también a los votantes independientes y sabe leer las encuestas.
——
* Periodista estadounidense.
En www.sinpermniso.info
Traducción de Lucas Antón.

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