Fenomenología del Chuck E. Cheese’s

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Lo más importante son los niños, no usted. Su hijo vino a pasarlo bien, no usted. Su hijo vino a ser feliz, no usted. Usted acompaña y observa. A usted le timbraron la muñeca con tinta invisible, igual que a su hijo. Eso fue a la entrada, para que a la salida su hijo no vaya a perderse. Usted mira, observa; su hijo juega.

La idea nació en San José, California. Pero la sede actual se encuentra en Irving, Texas. El fundador es un señor de apellido Bushnell. La empresa obtuvo un beneficio neto de 34 millones de dólares el primer trimestre del año 2009. Usted mira y observa, su niño juega. Ya se dijo.

Usted debe esperar hora y media: lo que dura el cumpleaños. Usted no puede escapar del ruido porque lo timbraron con tinta invisible en la muñeca. Le guste o no, está atrapado. Mira y observa. Los niños juegan a matar monstruos o seres humanos. Corren en motos y en autos. Se atropellan. Disparan. Aprietan botones luminosos. Introducen fichas en las ranuras de unas máquinas incomprensibles para usted. Máquinas que escupen tickets de premio y a usted lo hacen pensar en las tragamonedas de los casinos como si esto fuese una lección acelerada de ludopatía.
Pero bueno.

Usted mira, observa.
Un ratón antropomórfico lo mira y observa a usted. Es más o menos de su mismo tamaño. Usa jockey y polera azules con una C amarilla en el centro, por lo que usted deduce que se trata de Chuck y etc. en persona. Un muñeco o un robot, algo muy básico plantado sobre un pedestal bajo que gira el tronco y la cabeza hacia uno y otro lado, que pestañea y mueve los ojos. Si usted fuese un niño pequeño podría asustarse, pero visto que es un hombre sólo siente esa vaga inquietud que provocan los seres a medio camino entre la vida y lo inanimado.

Al fondo de la sala se celebran los cumpleaños. Pues aquí lo primero son los niños. La celebración es industrial. Modelo taylorista, diría yo. Usted mira. Frente a sus ojos hay unas diez mesas largas puestas una al lado de la otra, cada cual con un estandarte donde se lee el nombre del cumpleañero para que usted sepa dónde le corresponde sentarse a su hijo.

Diez cumpleaños al mismo tiempo. Luego otro diez, y otros diez más. Hasta que se complete el horario de celebraciones. O la agenda, si usted prefiere. Yo se lo explico: aquí opera la sincronía.

Ponga atención. Al fondo unas pantallas, dos o tres, exhiben la cuenta regresiva para la hora del festejo. El reloj corre hacia atrás. Usted conoce las cuentas regresivas. Son como la vida. Con música y fanfarrias. Unos animadores vestidos de rojo se apostan delante de las mesas. No uno por mesa, pues acaso no haya tanto presupuesto para animadores o alguno se ha enfermado de tanto festejar; pero digamos que en razón de dos por mesa. Súmele un hombre con disfraz de ratón y si quiere agregue al muñeco que se mueve en una esquina entre lo vivo y lo inorgánico. La coreografía completa.

Usted mira, observa, trata de oír lo que se canta cuando los relojes, en sincronía, retroceden hasta el cero. Son diez cumpleaños cantados, animados, bailados al mismo tiempo, por lo que usted no puede distinguir ni por asomo el nombre de los festejados. Su hijo tampoco. Diez cumpleaños recién salidos del horno.

Su hijo anda con una masa de tickets en las manos y los bolsillos que podrá cambiar como en una pulpería por algunos juguetes. Su hijo se frustra cuando recibe un objeto demasiado pequeño en relación con el número de tickets que ha juntado. Usted podría decirle la vida es así, que nada es gratis. Pero lo cierto es que no abre la boca. Acaba de leer en un libro digital descargado en su teléfono un episodio triste en la vida de un hombre de otra época. La muerte de un hijo tuberculoso. Un hijo que hacía bromas a los padres en medio de la miseria cantando y contando chistes sin saber que le quedaba muy poco. Un hijo que se fue para siempre. Su propia cabeza o incluso el Chuck E. Cheese’s hacen posible estas cosas: que usted vuelva a la vida real, o que no pueda huir de ella. En medio de esto. Hasta que lo liberan del timbre con tinta invisible. A usted y a su hijo. Hora y media después.

 

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