Fin de campañas en Caracas

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Los dados dieron la última vuelta en el juego electoral venezolano; en la capital del país, acaloradamente, los principales candidatos a la presidencia —el actual mandatario Hugo Chávez Frías y el el ex gobernador Henrique Capriles Radonsky— procuraron asaetear la conciencia ciudadana de sus compatriotas. Capriles llenó la Avenida Bolívar, Chávez hizo colapsar el centro de la ciudad.| JEAN ARAUD.*

 

La Avenida Bolívar es una de las principales arterias caraqueñas, no es desdeñable el esfuerzo opositor; Chávez, empero, multiplicó el número de adherentes, convirtiendo otras siete vías importantes en la expresión de una marea humana sin precedentes, pese al «palo de agua», verdadero diluvio tropical que pareció regar el entusiasmo de las multitudes.

 

La candidatura opositora logró mostrar fuerza contundente y no poco entusiasmo; negarlo sería estúpido y mentiroso; pero «el comandante» —como llaman las gentes a Chávez— mostró, como lo venía haciendo en las capitales estadales y pueblos y villorrios del interior del país, que no ha perdido bada de su carisma (ya una leyenda contemporánea).

 

Capriles mostró ganas de poder, Chavez demostró —y esto que parece menor es demostrativo anticipado de cómo será el resultado— que es capaz de repartir el poder, sin usura, entregándolo, o exigiendo a las masas que hagan uso de su soberanía.

 

Uno fue el discurso de un empresario esforzándose en sintonizar con la multitud —a veces y no de manera menor, lo consiguió; el otro conformó una pieza oratoria maciza que surgió de la entraña más popular del pueblo; no ofertas para un gobierno, como en el caso de Capriles, sino demandas para terminar de cumplir un programa ya trazado.

 

Más allá de los méritos personales atribuibles a los candidatos, quedó claro en los actos de cierre que si Capriles ofrece la posibilidad de un liderazgo, Chávez entregó la dirección del carro de la historia a la ciudadanía. Uno quiere mandar, el otro obedece al curso del río de la historia.

 

Hay consecuencias inmediatas que los venezolanos —sin distinción de sexo y ubicación social— terminarán de madurar en las 48 hoirasb que faltan para sufragar; quizá la más importante sea que toda especulación sobre desobedecer el mandato de las urnas quedó sepultada por la voz de millones; toda la ciudadanía, al expresarse en ambos actos de cierre, manifestó inmensamente su voluntad —vox populi, voz dei.

 

Quedó también claro que la ciudadanía exige de quienes pretenden representarla mesura, orden y a la vez entusiasmo y entrega. Eso en lo formal; políticamente esos millones de venezolanos que taponaron calles y plazas en Caracas, o que siguieron las manifestaciones pegados a radios y televisores, no están dispuestos a dejar se pellizque uno solo de los logros del proceso bolivariano; en tal sentido y paradojalmente, el leve giro —más para «la galería» que expresión real ideológica de Capriles en el tramo final de su campaña, le jugó en contra: entre la deslavada copia —sí populista, es decir demagógica— del chavismo, la ciudadanía no puede dudar.

 

Lo dijo otro opositor y candidato, el señor Escarra: ante un programa como el de la MUD (la organización que respalda a Capriles y en gran parte estr4ucturada para su candidatura) habrá que defender el poaís con dientes y uñas.

 

Cada uno a su modo Capriles y Chávez pusieron fin a la matriz de golpe y desobediencia que venía insinuándose.Las urnas dirán este domingo la última palabra. Los dados han dejado de correr. La suerte está echada.
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* Informe desde Caracas.

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