Gravísimo, dicen los estudiantes chilenos: «La quema de micros es un montaje»

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El país no es la Dinamarca mencionada en la tragedia shakespeariana, ni el relamo para que el Estado asuma sus responsabilidades en la materia una obra de ficción; pero algo no cuadra cuando se analizan ciertos hechos: surge una suerte de irrealidad tan pesada como el humo de los gases (más que) lacrimógenos que permanece horas suspendidos sobre la capital de Chile. |LAGOS NILSSON.

 

Desde luego por las respuestas que se dan —por parte de autoridades policiales y organizadores de cada marcha o concentración; en el caso de la convocada por liceanos y universitarios en miércoles ocho de agosto, los cálculos bien podrían calificarse de estrambóticos.

 

Para el reportero de una radio cuyo prestigio se basa en la veracidad de sus informaciones —Bío Bío—, los estudiantes oscilaban apenas sobre los cinco o diez mil; tal era el convencimiento —o la cortedad de vista— del profesional que no dudó sencillamente —un acto que «enaltece» la objetividad de la información— en cortar abruptamente la entrevista a un abogado de derechos humanos (al cual previamente confundió con un manifestante tratado sin mayor respeto) cuando este le dijo que el llamado podría haber convocado hasta 100.000 personas.

 

Carabineros (policía) juzgó alrededor de 80.000 o más a lo largo de la jornada. Los organizadores aventuraron entre 100.000 y 120.000 manifestantes.

 

Al ministro que tiene la voz del gobierno, el primer primo de la nación —Andrés Chadwick—, no le interesaron los números. Del alma le salió una frase que en otras circunstancias serviría para un declamado de vodevil: “¡Hasta cuándo los vamos a soportar!”
Y a continuación cargó sobre los hombros de la juventud que este país forma una frase que lo dice todo: «[ellos] «saben perfectamente los efectos que van a producir».

 

«Sorry, ministro, no lo saben». Ellos, ingenuos, piensan que es posible el gobierno les otorgue la dignidad ciudadana que merecen los habitantes de Chile y los oiga; pero no se los escucha. Salen a la calle como integrantes del palo de más abajo del gallinero —y el gobierno sabe qué les pasa a los pollos de más abajo cuando defecan los de más arriba.

 

Algo huele mal. Algo hiere. Algo insiste en rasgar el tejido social. Una fuerza que viene de no muy lejana oscuridad suelta los chorros de agua —a veces inmunda— y los gases comprados a Israel, que hacen mucho más que hacer llorar a quienes se los dedican.

 

Los estudiantes con su intento maníaco por querer eso: estudiar, como los trabajadores de querer que se les pague lo necesario para vivir con dignidad y no sobrevivir como náufragos, como los pobres que claman por su identidad y rechazan la discriminación, en fin, son la imagen final resultante de la dictadura que aplauden todavía quienes apoyan al gobierno.

 

Si fuera un juego de naipes, a un bus quemado se retrucaría con un Cardemil como representante de voluntad popular; contra un encapuchado se apostaría a Jovino Novoa; a un micro-traficante se opondría un ex fiscal Peña; y a las tonterías del vocero se pusiera sobre el tapete los impuestos de la cadena de tiendas Johnson, las carnes podridas de Wall Mart, la entrega del cobre, los crímenes en marcha de Barrick Gold, la propaganda de Lomas Bayas…

 

Y si de «respeto por la convivencia democrática» fuera el «bluff» gubernamental, bastaría quizá con mostrarle los niños mapuche heridos con balas de goma o perdigones.

 

No es un juego de naipes. Desde inicios de la década de 1991/2000, bajo la cobertura de la «recuperada democracia» se ha ido acorralando al país, partiéndolo en dos, que son tres, partes: una con acceso a la cultura, otra con acceso a las drogas ilegales y esa tercera fantasmal que cree sabe leer y escribir y bordea las fronteras de las anteriores.

 

De pronto es posible imaginar que asomará por algún balcón quién proteste por los que protestan: si no hay pan que coman pasteles —¿sabemos cómo terminó la pobre María Antonieta?

 

Buses quemados

 

Está de moda la palabra montaje. Montaje es armar las piezas de un aparato o máquina; en cine, ordenación del material ya filmado para constituir la versión definitiva de una película; en teatro la organización y sentido que da el director a una pieza. Y también aquello que solo aparentemente corresponde a la verdad.
La palabra la hicieron rodar en la sociedad aparatos de gobierno: terroristas españoles, pakistanos, mapuches, bomberos locos…

 

Y ahora La Moneda (y sus paniaguados del periodismo «serio») responsabilizan a dirigentes estudiantiles por «desmanes registrados en marcha no autorizada». Ergo: los ciudadanos necesitan ser autorizados para marchar por las calles; si no se los autoriza se convierten en ilegales —suerte de migrantes internos que se ahogan no en lanchas y precarios botes, sino por los reflujos del guanaco.

 

Si, pero ¿y los encapuchados?

 

Buena pregunta. La responde otra. ¿Acaso los diferentes aparatos (o «agencias» en la semántica estadounidense al uso local) de inteligencia (no es sarcasmo) carecen de información sobre malvivientes? Y una segunda: ¿no podrían las fuerzas del orden poner orden cuando aparecen los fantasmagóricos encapuchados, apresarlos, en vez de apalear a los que se manifiestan? Y una tercera: La principal causa de la delincuencia y otras conductas antisociales —hecho comprobado— es la pobreza que excluye, la discriminación, la mala educación, la falta de oportunidades, la miseria, ¿lo saben las autoridades y la caterva de políticos que saquean las moral del país?

 

En orden público es una tarea policial cuando se quiebra. Hay suficiente evidencia de que en muchas ocasiones los principales causantes de desorden son agentes del Estado; existen fotografías y vídeos de muchos de ellos.

 

Y llegamos a los buses quemados.

 

Por ahí circulan dos fotografías: una de la patente del bus Transantiago quemado en manifestación previa a la del miércoles, y otra de la patente del bus quemado el miércoles. ¡Oh, casualidad!: es la misma…
¿Acaso la empresa usó (o utiliza) el mismo juego de patentes en varios buses? ¿Será legal? ¿Dónde están, qué dicen los conductores de los buses tan salvajemente saboteados?

 

Y la sospecha: ¿qué hacía ese bus quemado estacionado, «íngrimo y solo» en el lugar de los hechos antes de que comenzara la manifestación estudiantil? ¿Quiénes y porqué lo incendiaron previo a que la marcha tomara calor y color? Hay imágenes, un vídeo, de una camioneta policial cargada de neumáticos usados circulando por las proximidades de la marcha; se sabe: siempre que hay desorden se queman neumáticos…

 

Es decir: “¡Hasta cuándo los vamos a soportar!” —y no a los estudiantes precisamente.

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