La caída es un deporte violento

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También: el que escupe al cielo cuchillo de palo. O más vale mal acompañado que pájaro volando. Porque: en el país del rey casa del herrero, ya que nunca es tarde cuando la pena duele, dado que en la puerta del horno están las uvas verdes. En definitiva una mano lava a la otra y las dos rascan el trasero, puesto que a caballo regalado todos se mojan. En fin: hay unos pobres por allá que quieren entrar. O navegar. LAGOS NILSSON.

 

No. No es la transcripción de una charla entre esos viejos personajes de Gómez Bolaño, aunque muchos en el gobierno luzcan orgullosas licenciaturas y estupefactos doctorados de la mayor variedad; tenían razón los de antes: lo que Natura non da no se encuentra en La Moneda —ni en ministerios aledaños—. Los poderosos juegan como los niños.

 

¿Por qué no se enojan y se llevan el guanaco a casa? El presidente —dicen— sabe mucho de fútbol. El que sabe de zorrillos es su ministro del Interior. El pobre Álvarez no sabía nada de nada y le cortaron la energía. Ojalá alguien se la interrumpa también al inefable Lagos Weber, que hace política porque, ¡aleluya!, se recibió de buen chileno en seis clases de cueca (clases para aprender a bailarla, no tipos de cueca —que tal vez haya más).

 

La tragedia de los hombres públicos es que suelen involuntariamente protagonizar chistes de mal gusto, acordes con sus actuaciones de frente o al costado de la ciudadanía, y detrás de sus escritorios, tribunas o acodados en las mesas de directorios varios.

 

La desdibujada frontera entre el mero chiste y la farsa

 

El último chiste (o el primer parlamento del último acto de la farsa aliancista) lo deslizó un político de indudable «paladar negro» (como califica un periodista argentino a los que son lo que son sin lugar a dudas); nos referimos a uno de los referentes, acaso civilizado, de la UDI, Hernán Larraín (no confundirlo con el de más negro todavía paladar, Carlos Larraín, que es sapo de otro grupo y —claro que sí— humorista como pocos han habido). En fin, HL, medio admonitorio, medio de veras enojado dijo:

 

«Piñera tiene que asumir una determinación» —por la salida de su camarada de armas Alvarez del gobierno—. Y el presidente debe hacerlo porque «ya empezó el segundo tiempo, y si seguimos haciendo las mismas cosas, vamos a obtener los mismos resultados». Por segundo tiempo alude a la etapa final del infortunado gobierno que se padece.

 

Más difícil es comprender qué quiso señalar con eso de «los mismos resultados».

 

Al respecto, y a propósito, lo mejor que se ha dicho del gobierno lo expresó en presidente de los estudiantes de la Universidad de Chile. Dijo el joven egresado de Derecho que en dos años el sacrosanto ministro del Interior, Hinzpeter, no había nunca encontrado solución para ningún problema que debió haber resuelto. Interesante.

 

La hipótesis real bien podría ser que el gobierno se hunde como un barco mal estibado en pleno temporal; y, como sucede hasta en los mejores naufragios, con la tripulación, los pasajeros y hasta el capitán se hunden también los ratones que lo habitan. Los ratones son grandes viajeros, que lo digan si no los dirigentes sempiternos de la Concertación (que achican aguas con desespero y sin, naturalente, resultados. Salvo la cueca porteña del mentado Lagos Weber).

 

Eso de que hunde —y ahoga— con el gobierno la Concertación bien puede ser o castigo de dios o la continuación de la farsa por otros medios.

 

Farsa o tragedia, mortal ambivalencia

 

Uno recuerda. Y porque recuerda —y le vienen a la memoria relatos que otros, anteriores a uno, recordaban— sabe que Chile nunca fue un país perfecto; sabe que su clase dirigente a través del tiempo escasamente buscó eso que se llama justicia social

 

(sabemos que no hay en puridad tal cosa como una clase dirigente del mismo modo que no hay una clase política o una clase media; y si a ver vamos, ¿de dónde salió ese disparate de sociedad civil, acaso hay una sociedad militar, una sociedad de a caballo, otra motorizada, una en bicicleta y aquella que camina? La farsa se vuelve teatro del absurdo cuando, además, los lenguaraces cotidianos hablan de «los» líderes de esto o aquello cuando en ocasiones se refieren a personajes dignos de los antiguos dibujos animados, ni siquiera a dirigentes, sólo a individuos que por algo o alguien se destacan para obtener esos consabidos cinco minutos de gloria perdida; líderes que «chequean» cualquier cosa por la que se les pregunta o piden opinión, quizá distraídos porque no terminan de recordar dónde «aparcaron» su «carro», todo envuelto en decenas de gerundios, pobres mentes que cuando uno los escucha le parece estar oyendo una traducción simultánea del inglés, y dicho sea entre estos paréntesis, no hay dos líderes ante una circunstancia o frente a un movimiento: el liderazgo, por definición, no se comparte, no hay colegas ni hermanos ni amigos líderes, el líder es uno y los demás historia —o funeral)

 

y tardaron añales en descubrir, por ejemplo, que el tifus habitaba los conventillos de Santiago, que las várices dolían a los empleados de tienda, que los mineros y campesinos merecían ganar su salario en billetes y no con fichas o galletas, que las mujeres eran parte de la humanidad —e inteligentes, que los trabajadores merecenn descansar el domingo…

 

Sabemos —porque recordamos y guardamos en la memoria lo que otros recordaban— que el orden público es una resultante de la esperanza, al menos, de paz social cuando (ahora sí la palabra) las clases sociales obligadas a ser siempre preteridas ven alguna luz en el horizonte —y las clases o la clase dominante no le tira la caballería encima o abre fuego con las ametralladoras. El orden público resulta, no se impone por la fuerza, la violencia siembra nuevos desórdenes, y cada uno será más desordenado que el anterior.

 

También recordamos que otros recordaban o decían que esa luz en el horizonte la provee una linterna que se llama trabajo, linterna alimentada por pilas marca dignidad. Y sabemos que dignidad no es sinónimo de riqueza (con excepción de aquella que decimos espiritual), no tiene que ver con manejar automóviles de lujo, tener helicóptero o avión ni menos con estafar a miles o dar zarpazos a ideas ajenas.

 

Chile es teatro del absurdo: teatro que ya no tiene doble desde que el alcalde de Zalamea emigró a Bolivia. La cantante calva pasea por balnearios y centros del placeres invernales. Godot no aparece porque es un seremi tortuoso. Todas las celosías están corridas. Los días felices juegan punto y banca en los Enjoy. Se acerca el fin de la partida. Como para verlo desde el balcón.

 

Más de lo mismo

 

El año recién pasado, 2011, el gobierno soltó lo mejor de su rinoceronte sobre los estudiantes; al final hubo un cuasi pacto (nunca de caballeros, el gobierno no es de caballeros) para analizar la cosa de la educación. Mucho bla-bla sobre platas, cero sobre educación. El cero sobre educación (programas, contenidos, metodología, etc…) se mantiene. Pero con el habitual «bonus track», en este caso también cero a la educación gratuita: un panel asesor del gobierno desestimó el establecimiento de la educación gratuita por considerarla ineficiente e inequitativa.

 

¡Bravo!

 

 

Lo único ineficiente e inequitativo en Chile es el modelo neoliberal que defienden los asesores del gobierno, respondieron los universitarios. La gran pregunta es: ¿cuánto falta para la próxima marcha y el consiguiente apaleo?Acorralar en todo sentido a la juventud ¿es mal chiste, farsa, teatro del absurdo, tragedia?

 

Acaso no sea más que mucha idiotez. O defensa del orden público. Un orden público extraño: se puede manifestar lo que uno quiera, a condición de que no lo manifieste. «Claramente la única forma de diálogo va a tener que ser a través de las calles, las manifestaciones y la organización popular». Lo dijo el presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Concepción.

 

¿Por qué en las calles? Pues porque «Ahora los beneficios de las becas van a llegar a las universidades privadas o el subsidio que se le va a aplicar al crédito con aval del Estado beneficiará principalmente a la banca privada, lo que demuestra que la política de este gobierno es una política empresarial».

 

Periodistas peligrosos, pero no tienen rabia

 

Nadie sabe por qué un periodista, trabajador de Radio Cooperativa, fue esposado a un árbol mientras cubría un hecho noticioso; en los últimos meses la detención o represión lisa y llana de los periodidtas se ha convertido en un «must» policial.

 

Pero los trabajadores de prensa se la llevan de arriba. 27 obreros peruanos miserablemente explotados por, para variar, un hacendado chileno, fueron velozmente puestos en la frontera. Seguro para que no sufrieran. No se sabe en qué condiciones estaban ni en qué medios de transporte viajaron un par de miles de kilómetros hasta la bendita línea de la concordia. Menos se sabe si les pagaron lo trabajado.

 

Sí se tiene certeza de que el dueño del fundo no está preso.

 

El postre moral

 

La imagen que abre este (doloroso) artículo no es la de un carabinero que hace gimnasia en uniforme, no. Es la fotografía de un carabinero emprendièndolas a piedrazo limpio contra las puertas de ¿duro? vidrio del local en el que funciona el Liceo de Aplicación, uno de los «emblemáticos» públicos del país. Todo ocurrió cuando la huelga y toma del colegio por sus alumnos.

 

Hay otras fotos-testimonio de la delicadeza policial, en especial para no provocar destrozos en el mobiliario del establecimiento. Destrozos —la imagen lo da claramente a entender, deben pensar las brillantes autoridades— responsabilidad de los alumnos de ese liceo (¡la foto lo prueba!) y con mayor razón en otros.

 

Acuciosos los gobernantes y su piara de asesores han sacado cuentas sobre muebles rotos y objetos y enseres robados (¿adivinen? ¡Sí, por los alumnos!); pero no tienen una mínima idea de la cantidad de niñas y niños vejados y golpeados.

 

En pocos días, pronto, dicen los agoreros, todo volverá a comenzar. El buque se hunde sin orquesta a bordo, algunas ratas nadan asustadas a su vera, otras bailan cueca, aquellas piensan, tal vez, en encontrar otro amor, las demás pactan entre las olas (que se las llevará).

 

Mientras, el ministro de educación (o lo que sea parecido a lo que se llamó instrucciòn pública, se conduele que caso un tercio de los profesores «no da la talla»; eso sí: ni una palabra sobre los institutos donde aquellos se formaron —y pagando caro.

 

Aysén no se apaga, no es el viento, compadre, son las injusticias las que mueven. Veremos si es cierto que Punta Arenas —también en la Patagonia— va quedando atrás; por ahora la sirena que corrobora el naufragio ha comenzado, como antaño, a sonar, como el run-run, en el norte. No importa. Siempre —creen los oficiales a cargo del desastre— es posible un buen montaje judicial-policial para distraer a las masas. Que no se den cuenta de que si se ahogan será en la mierda que ellas, las masas, no produjeron.

 

De la copia feliz del Edén quedará una huella de algún futuro rally Dakar, un solitario eucaliptus chupando la última agua de las napas, una hermosa poza artificial en el Aysen, varios incendios (eso sí: concesionados), la prohibición de cualquier nueva cosa que se les ocurra a los fogoneros del barco, probablemente algún obrero —obrero, no operario— muerto (¡pero hay tanto pobre y todos convencidos de que son clase media que no importa!).

 

Tampoco tendrá importancia que el arzobispo de Santiago no vaya a sus funerales, para entonces se habrá quizá cansado de tener que ir a consolar a algún cura preso por violación de menores. Incidentalmente: el repugnante Karadima —repugnante si hemos de creer en los tribunales papales— mereció la visita del hombre de la jerarquía, no la familia del muchacho asesinado a golpes por homosexual, y eso que todos eran, sin, católicos.

 

La caída es un deporte violento. Y se cae el país, no el gobierno (que nunca se levantó). Cuando se vuelva a poner de pie, ojalá la mar piadosa haya dispuesto la basura.

 

«Last but not least»

 

Allá en una fecha que los acontecimientos e hipocresías quiieren lejana, borrosa y barrosa, la ciudad de Nueva York prestó su encanto —afirman— para una singular reunión. Fue la hora maravillosa en que dos chilenos —Bachelet y Teillier— compartieron con uno de la dinastía Rockefeller.

 

Corría setiembre de 2009, el otoño había retirado de las calles y plazas de la Gran Manzana los últimos restos del calor del verano, un clima ideal para una ocasión ideal: por mandato de la dirección de la benemérita Barrick Gold (¿recuerdan Pascua Lama?) sería condecorada misiá Michelle Bachelet, entonces presidenta de Chile.

Las primorosas invitaciones no fueron diseñadas, pero sí pagadas por David Rockefeller, que hacía de anfitrión. Uno de los honorables invitados era el actual diputado Jorge Teillier, que se presentó correctamente vestido y sin lucha de clases para compartir durante la cena con integrantes de la pandilla de los Jóvenes Líderes (para un mundo libre y capitalista).

El acto no se cerró con La internacional, pero el emocionado señor camarada ni se dio cuenta de esa gaffe.

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1 comentario
  1. P. dice

    Está buenísimo, abarcó de todo jaja Saludos.

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