La injusticia y el modelo chileno

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El Chile anterior a 1973 fue lo que connotados estudiosos han llamado un Estado Nacional Democrático y Popular. Un país en que el estado fue el centro gravitante en una sociedad de instituciones y donde se verificaba una congruencia territorial, económica, política y cultural. El horizonte, declarado o no, de los distintos gobiernos de aquel periodo se enmarcaba en el crecimiento económico y la expansión redistributiva. | ÁLVARO CUADRA.*

 

Ese país ya no existe más, aunque algunos obstinados políticos pretendan revestir su actuación de nostálgico pastiche republicano carente de sentido en la actualidad.

 

El Chile de hoy apunta más bien a una sociedad organizada en torno al consumo y la comunicación, una cultura desterritorializada. Las instituciones han sido sustituidas por los llamados “poderes fácticos” que operan como actores desnormativizados en el seno de una sociedad cuyo horizonte de sentido se inscribe más en la subjetividad y sus expectativas en la llamada “calidad de vida”.

 

Hay un nuevo país que emerge de una historia traumática y que comienza a sentir la profunda asimetría entre un orden tecno- económico que reclama eficiencia y eficacia y un orden político anquilosado que no alcanza a cristalizar su propia legitimidad.

 

En el Chile actual, ha quedado atrás toda forma de estabilidad en las relaciones sociales, todo reconocimiento a las organizaciones laborales y toda intervención estatal en la economía.

 

Para decirlo claramente, en tiempos neoliberales, hay una apropiación por parte del capital de una porción cada vez mayor del excedente del proceso de producción. A diferencia de lo que acontece en economías mucho más desarrolladas, el aumento de las ganancias, en nuestro país, no proviene de una mayor productividad fruto de la innovación tecnológica sino, principalmente, de una drástica reducción de beneficios y el salario medio de los trabajadores.

 

A lo anterior se suma, por cierto, un fuerte debilitamiento de los sindicatos y una reestructuración del mercado laboral que incluye sectores subempleados y mal pagados como las mujeres y los inmigrantes. Con un Estado que reduce y privatiza sus actividades y al mismo tiempo que renuncia a su papel de regulador económico, social y medioambiental, la gran mayoría de los chilenos estamos a merced de voraces intereses económicos que multiplican sus utilidades en todos los dominios.

 

Lo que antes eran derechos de un pueblo, hoy son mercancías para los privilegiados. Así acontece con todo, incluidos la salud, la educación y la previsión social. El diagnóstico es claro:
el “modelo chileno” no es otra cosa que la injusticia convertida en norma, concebida por militares y mercaderes para el enriquecimiento de las grandes corporaciones nacionales y extranjeras bajo una mascarada constitucional pseudo democrática.
——
* Semiólogo.
Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. Universidad de Artes y Ciencias (ARCIS), Chile.

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1 comentario
  1. Antonio Casalduero Recuero dice

    El tema de las fronteras que separa a los países es algo que cada vez está siendo más y más relegado al pasado. Eso de «la patria» es algo que hoy raya en lo romántico y nostálgico, y más indefinible aún es ese concepto esotérico de «amor a la patria». Sólo aquellos manejados por la máquina publicitaria mantienen vivas estas frases dentro de su mundito. Actualmente toda persona es ella misma su propia patria. Para muchos la verdadera patria es el dinero que guarda en su bolsillo, a fin de cuentas, eso es lo único que solventará su existencia, esté donde esté, el dinero es uno solo en todo el mundo, sea dólar o euro, ambos son auto intercambiables en sí. En una sociedad son esos valores pecuniarios los que determinan el lugar que ocupa una persona en la escala. Para mantener sujetos sus privilegios, los de arriba explotan, se aprovechan y usufructúan de los de abajo, manteniéndolos en la ignorancia, privándolos de educación, encareciéndosela o echándosela a perder, usando diversos medios para perpetuar esa condición de mansedumbre e ignorancia, tales como religión, fútbol, farándula, teleseries, películas, tecnología del ocio (celulares, iphont, MP, etc), llegando a emplear los ejércitos para reprimirlos a sangre y fuego. Cuando hay mucha efervescencia política les colocan un partido de fútbol contra otro país, y entonces las fornteras se levantan como un resorte. Pero sin embargo, en el Chile de hoy esta situación ha empezado a modificarse. Los jóvenes hoy son más instruidos (gracias a Internet), más informados, más conscientes de las causas que mantienen su deteriorada situación en la precariedad, y por ello luchan para cambiarla, se movilizan creativamente, se distancian de los partidos políticos que pretenden cooptarlos. «Educación gratis» se ha convertido en su bandera de lucha, es el principal norte que guía su marcha, saben que el sistema no la entregará fácilmente, no obstante, precisamente eso los insta a redoblar su lucha. Los medios -la casi totalidad en manos de los regentes del poder- los ignoran, tergiversan el objetivo sus reivindicaciones, magnifican imágenes de hechos aislados de violencia; o bien, interpretan falazmente la razón de su presencia, que no es otra que resentimiento y odio puro contra el sistema que los oprime y que los mantiene sumergidos en la pobreza. En este nuevo 39° aniversario del Golpe Militar -septiembre de 2012- se repetirá la pantomima de los medios, proseguirán en su doble interpretación de las movilizaciones, pero sin duda habrá otros miles de jóvenes más dispuestos a defender el derecho a una educación, más aún que los que había antes, incluso más conscientes y más informados aún que aquellos, hasta conseguir ese objetivo que se propusieron por primera vez ese año 2006, llamada «la rebelión de los pingüinos». Este movimiento data de hace ya seis años, y sin duda que los actores han ido cambiando: María Jesús Sanhueza, César Valenzuela (cooptado por el PS), Camila Vallejos (sin duda la más relevante), Boris, Petelman, etc.

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