La momia de Kim Jong Il, ¿a quién interesa?

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La muerte de uno los últimos socialdictadores que todavía pueblan, o poblaban en este caso, las pesadillas en las que se convirtió el sueño emancipador de Marx para la sociedad humana —me refiero al fallecimientos del “compañero Kim Jong Il” como lo califica la carta de condolencia enviada por el Partido Comunista de Chile al gobierno de Corea del Norte— me llevó a desenterrar un viejo artículo. | CRISTIÁN JOEL SÁNCHEZ.*

Lo escribí a propósito de la polémica de los primeros años post derrumbe de la Unión Soviética acerca de qué hacer con la momia de Lenin ubicada en la Plaza Roja de Moscú. Se publicó en la desaparecida revista Piel de Leopardo con el título La momia de Lenin, ¿a quién molesta?[1]; y más que la disputa concreta, de por sí grotesca y bizantina, quiso simbolizar en los restos embalsamados del líder bolchevique, el despreciable culto a la personalidad que obsesionó a los comunistas de todo el mundo que terminaron momificando una de las ideologías más humana y justa concebida por el hombre en su búsqueda de la sociedad ideal.

Si actuáramos de la manera objetiva que el propio marxismo exige para analizar la realidad, la controversia por el qué hacer con los restos de Lenin (las ideas de los nuevos rusos que se asomaban frenéticos a la sociedad de mercado iban desde exhibir la momia en un circo hasta incorporarla a un “tour” para turistas) estaríamos de acuerdo con lo que dijo Putin respecto al tema, es decir que efectivamente no tenía importancia. Más aún si entre los múltiples errores de la superestructura socialista de los tiempos soviéticos, el culto a las momias muertas —y, lo que es peor, a las que estaban vivas— fue uno de los hitos claves en la tergiversación que se hizo de la ideología marxista. 

El culto a la personalidad, llevado a un extremo aberrante, pobló el sistema socialista de países de socialdictadores con carácter de semidioses infalibles —que aspiraban a ser momificados como Lenin para adoración eterna de sus pueblos—. Pero la vida los barrió a todos.

Los Stalin, los Kruchev, los Brezniev, los Honneker, los Ceauscescu, y quizás si pronto a la dinastía fraudulentamente comunista de los Kim, sólo por nombrar algunos de la larga lista, se derrumbaron al desmoronarse sus pedestales podridos que alguna vez intentaron apuntalar con los andamios del socialismo. 

Ello no debiera extrañar si se tiene presente que la historia, como lo dijera el propio Marx, es dialécticamente implacable también en este sentido. Lo malo es que la caída de estos santos patronos del seudomarxismo, arrastró al basural de la historia también a la ideología y hasta hoy la perplejidad que todavía mantiene consternados a los revolucionarios del mundo, no ha permitido un esfuerzo real por rescatarla sacudiendo de sus hombros la cantidad de mierda con la que la salpicaron los iluminados de entonces. 

El marxismo como concepción filosófica, objetivamente goza de buena salud, pues como alguien dijo por ahí, las ideas no se matan. Tampoco se embalsaman, podemos agregar nosotros. No se trata, sin embargo, de una entelequia enmarcada en el fanatismo dogmático que resultara tan funesto para la propia ideología. Más: resulta ridículo, y hasta sospechoso, que el único argumento y las únicas referencias que hoy se hacen a la grave crisis desatada en el seno del «socialismo científico», sea sólo repetir con letanía litúrgica: “¡el marxismo no ha muerto!”

Se elude de esta manera, y desde la década de los noventas, el inevitable momento en que haya que desmitificar al marxismo comenzando con la más severa y profunda autocrítica, exenta de las antiguas momias que, muertas o vivas, todavía deambulan en la trastienda de los nostálgicos del socialismo real.

Un muerto convaleciente

En estricto rigor, el marxismo como ideología no ha muerto en cuanto a método científico de análisis de la realidad social en su más amplio sentido, y tampoco como concepción sociopolítica y económica para regir las relaciones de la sociedad humana, no obstante que la experiencia nefasta habida en los países donde se intentó llevarlo a la práctica pareciera desmentirlo.

Sin embargo, pareciera ser que se perfila como una ley social, el que las grandes corrientes de nuevas ideas y sus consecuentes expresiones sociopolíticas y económicas, encuentren cada vez mayores dificultades en afianzarse a medida que la sociedad humana se hace más y más compleja.

En otras palabras, el parto histórico se ha ido volviendo más doloroso mientras mayor es el avance de la humanidad hacia otras formas de relación que no son las mismas que conociera Marx en su época. 

¿Significa esto que, a la luz de la realidad actual el marxismo es impracticable, que llegó quizás atrasado a su cita con la historia? Evidentemente que no. Lo que es impracticable es la forma dogmática con que se interpreta al marxismo tomándolo desde su extremo más distal como si se tratara de su génesis, aplicándolo a como dé lugar, que es lo que hicieron los reyezuelos del socialismo y sus camarillas, forzando al hombre a encuadrarse en una ideología convenientemente adaptada a ellos, tergiversando los basamentos mismos del pensamiento marxista que pone a la filosofía al servicio de un hombre que cabe en ella con todos sus grandes defectos y todas sus grandes virtudes y, sobre todo, con sus grandes libertades.

Los “conductores” desde Stalin a Brezniev, pasando por toda la troupe de repetidores en los otros países, incluyendo el nuestro, no sólo cambiaron por decreto las relaciones de producción, sino que intentaron cambiar los valores ético morales y conductuales del ser humano, poniéndolos a su servicio disfrazados de la nueva mentalidad para los nuevos hombres. 

La mejor prueba de tamaña aberración fueron ellos mismos. Esos dirigentes inmaculados —que le pedían al pueblo trabajar más a cambio de medallas de plomo con su propia esfinge, ordenando lo que había que escribir, lo que había que decir y hasta lo que había que pensar— fueron los primeros en corromperse, en caer en la tentación de usufructuar del poder total en su propio provecho, sustentados en amanuenses que aquí y allá, se hicieron cómplices de la momificación de un socialismo científico que nunca llegó a ser tal.

Errare, ¿marxista est?

La falta de esa autocrítica imprescindible que la izquierda mundial le debe aún a la humanidad, está llevando sutilmente a caer en otra vez en las mismas aberraciones que convirtieron a Lenin en una momia circense. El socialismo del siglo XX no fue derrotado por el imperialismo, ni la CIA, ni los “agentes del anticomunismo” como se tildaba por aquí y por allá a los que osaban criticar las aberraciones de los socialdictadores, sino que el socialismo cayo porque se pudrieron sus bases socavadas por las prácticas del personalismo de sujetos como el “compañero” Kim.
El culto a la personalidad ha sido el principal talón de Aquiles del socialismo y sin embargo continúa ahí latente y tremendamente pernicioso.

A manera de ejemplo, se va convirtiendo gradualmente en una inquietante amenaza en la experiencia que comenzara tan auspiciosa con el socialismo bolivariano que recorre América Latina. La única elección que perdiera la revolución socialista venezolana no la perdió esa formidable y novedoso proceso, sino que la perdió Chávez cuando quiso refrendar su reelección mediante una reforma que fue rechazada por la mayoría de los venezolanos.

El nuevo presidente de la FECH Gabriel Boric, un izquierdista fuera de toda sospecha, respondiendo a una pregunta en el programa de TV Tolerancia Cero dijo que en su visita a Venezuela, donde permaneció un mes, pudo constatar el gran esfuerzo bolivariano por poner el socialismo efectivamente al servicio del pueblo, pero que no podía eludir su preocupación por el creciente personalismo y la idealización de viejo cuño que se hace con la figura de Hugo Chávez.

En Chile, mientras en los partidos políticos se sucede la renovación dirigencial producto del dinamismo de la discusión de posiciones que vigorizan las ideas, don Guillermo Teillier, al viejo estilo que anquilosó y condujo al fracaso al socialismo, lleva ya siete años de presidente del PC sin contar los años anteriores a Gladys Marín en que ofició de secretario general. ¿Será un nuevo Corvalán que se mando 30 años atornillado en el puesto para terminar como uno de los principales cómplices de los errores del socialismo mundial?

El “partido de Recabarren, Lafferte, González, Neruda y Corvalán”, consignas que tanto gustaban vociferar antiguamente en el PC, se dirige sospechosamente a agregar a los futuros gritos también el nombre de Teillier, no obstante los ostensibles errores que marcan la línea errática que lleva el partido. Una de las últimas han sido sus conciliábulos con el mundo desprestigiado de los políticos seudoizquierdistas y seudodemocráticos, y que le valió al PC una estruendosa derrota en el sector estudiantil, siendo desplazados de las principales federaciones universitarias que ellos controlaban casi de manera histórica.

El “compañero” Kim Jong Il seguramente también será momificado para adoración eterna y “espontánea” de su pueblo. ¿O llegará quizás en un corto futuro al escaparate de alguna vitrina del comercio neoliberal como curiosidad pintoresca?

No lo sabemos todavía. Sólo esperamos que en la religión en la cual fue transformado el marxismo por algunos que aún se adjudican sus banderas, tampoco esté la conservación de momias dogmáticas y que el día en que se establezca por fin la mesa de la verdadera discusión para el nuevo marxismo, ellas yazcan a varios metros bajo tierra despejando el persistente olor a formalina que todavía satura el aire que respira la izquierda en el mundo.

Nota
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