La pasión del cura Mugica, a 40 años de su asesinato

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La presidenta argentina, Cristina Kirchner inauguró el monumento a Carlos Mugica, el cura obrero asesinado en 1974 destacando su pelea por los pobres y contra la inequidad. Destacó su decisión de “dar la vida pero no matar”, y alertó sobre quienes “quieren reeditar viejos enfrentamientos”. “Hoy no tenemos una sociedad enfrentada en forma violenta”, aseguró.

El monumento de Alejandro Marmo  muestra a Mugica mirando al frente desde una pose de tres cuartos de perfil y fue situado en la 9 de Julio, entre Juncal y Arroyo, al borde de un barrio de clase alta y al comienzo de la autopista que hoy está flanqueada por la Villa 31.

“Cuando hoy me levanté por la mañana y miré las tapas de los diarios, como lo hago todas las mañanas, y vi que alguien resumía o decía ‘hoy la Argentina es una Argentina violenta’, me di cuenta de que querían reeditar viejos enfrentamientos”, dijo la Presidenta. La frase tiene predicado con el verbo en tercera persona del plural pero carece de sujeto. Es tácito.

En otro tramo agregó: “Les pido a todos los argentinos, como Presidenta de la República, también a las instituciones eclesiásticas y de todos los credos, a los sacerdotes, a los laicos, a los obispos, que nadie más permita dividir al pueblo de Dios. Porque cada vez que se dividió el pueblo de Dios masacraron a sus ovejas y además, también, a muchos de sus sacerdotes, a muchos de ellos que fueron mártires como monseñor Angelelli, como los curas palotinos, como tantos otros que ofrecieron su vida, como Carlos Mugica, por los pobres”.

Nacido en 1930, Mugica cumpliría 84 años el próximo 7 de octubre. Fue asesinado el 11 de mayo de 1974, a los 43. Hoy se cumplen exactamente 40 años del homicidio. El principal sospechoso, el jefe operativo de la Triple A Rodolfo Almirón, fue buscado en el exterior desde 1984 pero detenido en Valencia recién en 2006 (ver página 4). Mugica fue asesinado con una ametralladora como las que usaba la Triple A, cuando acababa de dar misa en la iglesia de San Francisco Solano, lejos de la Villa 31 que en aquel tiempo era la mayor de la Argentina y se llamaba Cristo Obrero.

En su libro Vigilia de armas, tomo tercero de su Historia política de la Iglesia Católica, Horacio Verbitsky narra un diálogo entre Almirón y otro miembro de la Triple A, Miguel Rovira, en la residencia presidencial de Olivos. “Le vamos a hacer la boleta a ese cura”, fue una de las frases. También consigna un recuerdo de Gustavo Caraballo, secretario Legal y Técnico de la Presidencia. Cuando lamentó el asesinato delante de Perón y de José López Rega, el secretario privado y ministro de Bienestar Social le contestó “no te metas en un tema que no es de tu área”.

Cuando lo mataron, Mugica tenía diferencias políticas con Montoneros, a quienes criticaba por la continuidad del uso de las armas con Perón de presidente. “Hay que dejar las armas y empuñar los arados”, dijo a fines de 1973, ya producido el asesinato del secretario de la Confederación General del Trabajo, José Ignacio Rucci. Pero las diferencias de vida o muerte eran con López Rega, de cuyo ministerio llegó a ser asesor. Cuando decidió alejarse, según el mismo libro de Verbitsky, el propio López Rega le discutió de tal modo que, tras esa pelea y el comienzo de las amenazas, Mugica comentó a un amigo: “Va a mandar a que me maten”. Una versión autobiográfica de Mugica publicada en 1973 por la revista Cuestionario, de Rodolfo Terragno, puede leerse en la página web El Historiador o en el link http://bit.ly/1lf81vb.

Estos y otros detalles no figuraron en el breve documental presentado durante el acto. El texto del guión solo dijo, en una parte, que “los sectores poderosos quisieron callarlo para siempre”. Pero ese guión se abstuvo de aportar precisiones históricas o presentar el estado de las suposiciones sobre el asesinato de Mugica, que en su mayoría llevan a la autoría de la Triple A. La organización parapolicial o paramilitar comenzó en 1974 la masacre que el golpe del 24 de marzo de 1976, tras la ocupación total del Estado, convertiría en un plan sistemático de asesinatos, tormentos, encubrimientos y robo de bebés.

La Presidenta dijo en su discurso que Mugica “fue también víctima de una Argentina violenta”. Contó: “Su juventud había transcurrido en una Argentina violenta, donde los argentinos se enfrentaban entre sí. No hablo ni con eufemismos, ni con hipocresías, ni con parábolas. Le tocó vivir en una Argentina donde se dirimieron las cosas a los tiros. Venía de una familia peronista, que se hizo antiperonista en el ’54 por el enfrentamiento entre la Iglesia y el gobierno de Juan Domingo Perón”. El padre de Mugica llegó a ser uno de los ministros de Relaciones Exteriores de Arturo Frondizi. Mugica se hizo peronista.

Uno de los curas villeros que ayer compuso el cuadro principal de quienes rodeaban a Cristina en el palco, Guillermo Torres, leyó la oración que Mugica recomendaba decir a los militantes de clase media que iban a trabajar a los barrios pobres. Se llama “Meditación en la villa” y dice: “Señor, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos que tienen 8 años parezcan de 13. Yo me puedo ir. Ellos no. Me puedo ir de las aguas servidas. Ellos no. Señor, puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie hace huelga con su hambre. Señor, sueño con morir por ellos. Ayúdame a vivir para ellos. Quiero estar con ellos a la hora de la luz”.

Además de rodearse de los sacerdotes relacionados con Jorge Bergoglio, la Presidenta citó varias veces al Papa en su discurso. Lo hizo mediante la lectura de párrafos de la exhortación apostólica “La alegría del Evangelio”, que mostró con su tapa roja. “Algunos deberían viajar menos a Roma y leerlo más”, recomendó. Leyó el punto 34 del documento pontificio, donde una frase menciona “la velocidad de las comunicaciones y la selección interesada de contenidos que realizan los medios” para advertir que “el mensaje que anunciamos corre más que nunca el riesgo de aparecer mutilado y reducido a algunos de sus aspectos secundarios”.

También el punto 60: “Los mecanismos de la economía actual promueven una exacerbación del consumo, pero resulta que el consumismo desenfrenado unido a la inequidad es doblemente dañino del tejido social. Así, la inequidad genera tarde o temprano una violencia que las carreras armamentistas no resuelven ni resolverán jamás”. El mismo apartado 60 contiene una crítica a quienes “se regodean culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males”. Leyó la Presidenta: “Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países –en sus gobiernos, empresarios e instituciones– cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes”.

El acto en recuerdo de Mugica estuvo precedido por un diálogo televisado entre un grupo de funcionarios mezclados con dirigentes y vecinos de la Villa 31 a quienes encabezaba el diputado nacional Juan Cabandié. El ex legislador porteño contó que “aquí se pintaron doce murales de homenaje a Carlitos Mugica”. Uno de los vecinos, antiguo estibador, agradeció los planes de educación y salud.

La Presidenta, al final, sonrió y dijo que sólo calificaría el momento y el clima como “una hermosa tarde de sol”, referencia obvia a la expresión “hoy es un día peronista”. Pidió disculpas “a los vecinos que hayan tenido algún inconveniente de tránsito” y agradeció “a los sacerdotes que entienden el mensaje pastoral del Evangelio y de Jesucristo, haciéndolo junto a los pobres”.

Addendo
La vigencia de Mugicaarg cris y mugica

“Nada ni nadie me impedirá servir a Jesucristo y a su Iglesia luchando junto a los pobres por su liberación.” La frase le pertenece al sacerdote católico Carlos Mugica y es la misma que los curas del Grupo en la Opción por los Pobres eligieron como lema para conmemorar este 11 de mayo, los cuarenta años de su martirio| WASHINGTON URANGA.

En 1974 Mugica, reconocido militante peronista y del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM), referente inevitable de los pobres en las villas de Buenos Aires, caía asesinado a balazos en las puertas de la iglesia de San Francisco Solano, en Villa Luro, Capital Federal. La primera frase la dijo el 9 de octubre de 1971, poco después de sufrir un atentado con una bomba, y se completaba con una afirmación premonitoria: “Si el Señor me concede el privilegio que no merezco, de perder la vida en esta empresa, estoy a su disposición”.

“Ahora tenemos que estar más que nunca junto al pueblo”, le dijo Mugica a una enfermera del Hospital Salaberry de Buenos Aires cuando estaba agonizando. Tenía 43 años. El había adelantado su suerte días antes en una reunión con vecinos de la villa de Retiro (la misma que hoy lleva su nombre) donde eligió vivir. “(José) López Rega me va a matar”, dijo refiriéndose al siniestro jefe de la organización terrorista.

Carlos era miembro de una familia rica. Su padre (Adolfo Mugica) fue canciller del gobierno de Arturo Frondizi y su madre (Carmen Echagüe) parte de una familia de terratenientes bonaerenses. El abandonó sus estudios de Derecho a los 21 años para seguir su vocación sacerdotal. Fue ordenado cura en 1959 y se marchó un año a misionar en Resistencia, junto al obispo Juan José Iriarte. De regreso a Buenos Aires se desempeñó en parroquias porteñas y fundó la capilla Cristo Obrero, en la villa de Retiro. Ese fue su lugar de referencia más importante, al que se lo vincula y donde es reconocido por los habitantes como “mártir” popular, condición que la Iglesia institucional aún no asume formalmente.

El año 1968 marcó profundamente la vida del cura. Viajó a Francia para estudiar y allí trabó su amistad con el también sacerdote Rolando Concatti, uno de los fundadores del MSTM. En esa oportunidad también se trasladó a Madrid donde conoció y se entrevistó con Juan Domingo Perón a quien acompañaría en su regreso a la Argentina en 1973. En 1970, cuando fue detenido el cura Alberto Carbone, también miembro del MSTM, acusado de complicidad en el asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu, Mugica fue uno de sus principales defensores ante la opinión pública. El “cura villero” ya era una figura pública reiteradamente requerida por los medios y sus opiniones contrastaban muchas veces con la de los obispos.

Durante el gobierno de Perón, en 1973, Mugica aceptó un cargo ad honorem en el Ministerio de Bienestar Social cuyo titular era José López Rega, pero diez meses después renunció porque, según dijo, no podía cumplir su misión de servir a los pobres de las villas debido a las discrepancias políticas con el titular de la cartera.

Tras la muerte de Mugica, su figura fue rescatada por los sectores progresistas de la Iglesia, por el peronismo y las organizaciones populares, en particular de los habitantes de las villas. Su entierro fue una gran manifestación popular. La jerarquía católica guardó distancia de su figura, usando como pretexto la vinculación que el cura mantuvo con Montoneros, varios de cuyos jóvenes integrantes surgieron de la Juventud Universitaria Católica, de la que el sacerdote era asesor. Pero la contradicción entre Mugica y la jerarquía católica se basaba en dos perspectivas opuestas acerca de la Iglesia y su misión en el mundo. Gran parte de los obispos argentinos se enrolaba en vertientes muy conservadoras, aun en contra de lo que estaba sucediendo en el mundo católico con la renovación impulsada por el Concilio Vaticano II y en América latina, a partir de la Conferencia General de los Obispos realizada en Medellín (Colombia, 1968), en la cual las palabras claves fueron liberación y opción por los pobres.

Pese a sus debates con los obispos Mugica siempre permaneció en el marco de la institucionalidad eclesiástica. En una entrevista a la revista Siete días en 1972 afirmó que, “siguiendo las directivas del Episcopado, pienso que debo actuar desde el pueblo y con el pueblo: vivir el compromiso a fondo, conocer las tristezas, las inquietudes, las alegrías de mi gente a fondo, sentirlas en carne propia. Todos los días voy a una villa miseria de Retiro, que se llama Comunicaciones. Allí aprendo y allí enseño el mensaje de Cristo”.

En el momento del asesinato, y debido a las críticas políticas que Mugica había hecho a Montoneros después del regreso de Perón al país en 1973, se pretendió adjudicarles su muerte. La especie fue desmentida por Montoneros y todos los datos señalan a la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) como autora material del homicidio.

Tanto los curas en la Opción por los Pobres como, en general, los llamados curas villeros se ubican en la misma orientación pastoral de Mugica. José María Di Paola, un sacerdote dedicado actualmente al trabajo en las villas de Buenos Aires, dijo que “estamos agradecidos del gran legado que nos dejó Mugica, que vivió el sacerdocio de una manera entusiasta, más allá de la sacristía, para relacionarse con otros ámbitos como el sindical o el universitario; y que decidió venir a vivir en las villas, al lado de los más pobres”.

Al iniciarse la asamblea episcopal de esta semana en Pilar, el presidente de la Conferencia Episcopal, arzobispo José María Arancedo, mencionó a Mugica como “víctima de un asesinato” pero se cuidó de mencionarlo como “mártir”. Dijo, no obstante, que “fue un sacerdote que vivió su fe y su ministerio en comunión con la Iglesia y al servicio de los más necesitados, que aún lo recuerdan con gratitud, cariño y dolor”.

Tras su asesinato el sacerdote fue enterrado en el cementerio de Recoleta. En 1999, contando con el apoyo de Jorge Bergoglio, entonces arzobispo de Buenos Aires, sus restos fueron trasladados a la parroquia Cristo Obrero, en la Villa de Retiro, donde aún permanecen y son venerados.

 

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