La pugna por la chapa progresista: drama o charada para el verano chileno

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Chapa es un documento de identidad falso. Represores, estafadores y revolucionarios saben mucho de eso (aunque por distintos motivos). El término progresismo se suele aplicar para describir movimientos, partidos y grupos —también a personas— según sus ideas y acciones frente a la institucionalidad en boga. Aunque es algo más complejo, se trata de quién usa la chapa. |LAGOS NILSSON.

A fines del XVIII y principios del XIX las cosas eran sencillas: progresistas son quienes piensan que la reciente y en marcha revolución industrial resolverá, por derrame de las riquezas que crea, los problemas sociales, y el progresismo impulsa, por eso, los procesos de cambios sociales que piden o exigen las clases preteridas que emergen organizadas a lo largo del siglo XIX.

Al progresismo se oponen, grosso modo, dos corrientes: el conservadurismo —poco amigo de los cambios en la estructura social o directamente enemigo de aquellos— y los moderados —un poco entre progresistas y conservadores—; al comienzo en la vereda progresista se ubican los revolucionarios, pero muy pronto, y por efectos del pensamiento socialista (antes de los trabajos de Marx y Engels, que luego aaquellos recibieron un tanto despectivamente el calificativo de utópicos) y sobre todo el anarquismo y su mensaje libertario; así las cosas el progresismo debe asumirse como parte de los moderados.

A vuelo de pájaro

Cabe señalar —también en trazos gruesos— una diferencia sustancial: mientras todas las ideologías (modos de concebir la realidad social para operar sobre ella), coinciden en la necesidad del Estado como consecuencia del contrato social y marco del desenvolvimiento social, y del gobierno como garante-administrador del Estado y árbitro de las pugnas entre los intereses de los distintos sectores sociales, distintas vertientes del marxismo organizado en partidos políticos afirman la necesidad de fortalecer el gobierno en manos de una clase para luego avanzar hacia la disolución del Estado.

Las corrientes anarquistas se inclinan por la supresión de todo gobierno, confiando en que la educación, el trabajo, la solidaridad y autonomía de los sectores populares genera la creatividad necesaria para darse normas de convivencia.

El pensamiento conservador afirma, por su parte, la necesidad de una suerte de desmantelamiento del Estado, reduciendo al gobierno paulatinamente a cumplir sólo el rol de árbitro y agente policíaco-represor de subversiones e insurgencias; en su extremo el conservadurismo se torna reaccionario, en el sentido de no admitir se dispute su ideología (una especie de dictadura del proletariado al revés, como lo probaron las dictaduras suramericanas en la segunda mitad del siglo XX).

Es el mercado, lugar intangible donde se transan necesidades, apetencias, satisfacciones, ilusiones, fracasos y victorias sin regulación alguna y presidido por la ambición, paradigma, motor y factor de la organización social y las relaciones entre individuos y países.

Si bien estas corrientes del pensamiento filosófico (y político) se originan en los desarrollos sociales previos a la Revolución Francesa de 1789, que marca el comienzo del lento final de las monarquías [de lo que no se han enterado en el norte de la península coreana] y que, junto con la independencia de la la América colonizada por Inglaterra en 1776, influye poderosamente en el independientismo caribeño y suramericano, en su sentido actual progresismo, conservadurismo, moderación, ser reaccionario o revolucionario, en fin, comienzan a fijarse luego de la Comuna de París, alzamiento popular aplastado a sangre y fuego y sin contemplaciones a mediados del XIX.

Hubo unos años en que ser progresista significó no estar preparado todavía para asumirse comunista, pero ser respetablemente amigo de la «patria socialista», lo que se llamó —algo después de Lenin, pero antes del final— socialismo real (quizá para diferenciar la caricatura del boceto original). De esos tiempos viene que por progresismo se estime algo así como una izquierda moderada. Y aquí progresismo se confunde con reformismo.

Todo partió de un cruce y parto entre ética, comodidad, paciencia, ponderación e intereses (¿quién dijo que los sexos son solamente dos?). Es decir: ante las evidentes injusticias reales de la sociedad real, que operan como el malogrado cemento que la une y obliga, si necesario, al uso de las ametralladoras como en Santa María de Iquique, muchas buenas conciencias idearon, no obstante, que no se puede ser tan radical como para pregonar eso de una tal lucha de clases; más: algunas de esas buenas conciencias pusieron en duda la existencia de las clases. Bastaba con introducir reformas —consensuadas entre todos— para que las cosas mejoraran.

Esas reformas —nobleza obliga— consistieron en un arrebato de privilegios al sector dominante (algún impuesto a la herencia, pongamos por caso, o la obligación de proporcionar a los empleados de comercio una silla, en fin, declarar obligatoria la enseñanza primaria o básica) y movilizar posteriormente (en la medida de lo posible) la máquina del Estado para ampliar y diversificar las actividades económicas (digamos, líneas de crédito y otros apoyos para fundar una industria que sustituya productos importados, estímulo a la formación de cooperativas y pequeñas empresas).

El sentido de estas reformas progresistas consistió en ampliar el sentido identitario, incluso hasta en otorgarlo, a sectores sociales marginados; consistió en integrar más gente al proceso productivo y de servicios; consistió en crear, diversificar o modernizar el parque industrial. Y consistió en echar a correr un concepto hasta entonces poco considerado: el de justicia social.

Los países de América —en especial en el sur de América del Sur— crecieron, se urbanizaron, aumentó la «mano de obra» fabril con grandes migraciones del campo a la ciudad, se eliminaron enfermedades endémicas como el tifus. Todo esto se produjo a fines de la primera mitad del siglo XX e inicios de la segunda mitad del mismo período; pero nada es perfecto: hacia 1960 en Santiago de Chile niños descalzos vendían periódicos en la calle —o lustraban zapatos.

El progreso es lento: por esa época conseguir la instalación del teléfono hogareño era un drama en muchos actos. En esa década un progresista, Eduardo Frei Montalva, llegó a la Presidencia de la República ofreciendo —en la barca de las «aspiraciones insatisfechas» — la ola de una revolución en libertad. Fue no la primera, la última clarinada del progresismo; poco después Frei se empecinó en avinagrar el vino tinto con que los chilenos iban a comerse las empanadas de su revolución. Y Allende terminó muerto, Pinochet (y otros, algunos entonces jóvenes pero hoy bien conocidos) en el poder y por causas que todavía se ignoran el mismo Frei asesinado por aquellos que recibieron o creyeron recibir de su parte un empujoncito cómplice.

La «gracia» costó un número indeterminado de muertos; los menos en combate, la mayoría oscuramente asesinados de cien maneras crueles. Todo ello para que el profesor Alwyn de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Chile (entonces gratuita), operador político de alto vuelo de Frei Montalva en los días aciagos previos al golpe de Estado de 1973, dijera una vez presidente de los chilenos (porque por oscuras negociaciones llegó a la Presidencia del país) que se haría justicia en la medida de lo posible: tierno matrimonio entre el positivismo a menudo ateo y la conducta política cristiana a veces creyente.

El resto es la contemporaneidad y el sopor del progresismo. Entre 1991 y nuestros días actuales esa palabra se deletreaba Concertación, se pronunció por varios años con acento miedo (el Tata todavía caminaba por los regimientos), se conjugó con el verbo nosotros o la derecha —y el país fue una joda de mínimos cerebros a la caza de un vino merlot adecuado a los nuevos administradores.

Y entonces la «gente» —nunca los ciudadanos, ciudadano es una palabra fea, basta con consumidores, del mismo modo que obrero es una condición soez si existe el limbo operario—, la gente, entonces, se aburrió. En chileno mandó a la cresta a la Concertación y su balbuceante candidato y en un gesto supremo de buen humor quiso investir al señor Piñera como su primer mandatario.

Craso error. No por tirar por la ventana a los concertacionistas y sus 4×4 y pequeños negocios a la vera del calor estatal. No, no por eso. El error fue no considerar que el vicio de una cosa es el exceso de su virtud; así, si el humor es risa, su exceso será el llanto, y no por las lacrimógenas que carga el piñeril ministro del Interior. El señor Piñera está bien, gracias.

Este 2011 se va cabizbajo con miles de estudiantes secundarios que repetirán su año escolar; pobre 2011: alguna vez este repetir el año será motivo de orgullo, entre otras cosas por haber recuperado la ética para sus mayores. Pero se va cabizbajo también por otra razón. En el maremágnum político del país futbolizado hasta el «dóping» se abre —y se dilucidará ojalá sin sangre— una polémica áspera: ¿quiénes son en Chile los verdaderos progresistas?

Con la opinión pública en el ring side las huestes de Marco Enríquez-Ominami, agrupadas bajo la bandera del Partido de los Progresistas se enfrentan a las mesnadas que cobija el instrumental Partido por la Democracia —que espera acoger a otros resilientes de la Concertación—. Lo que está en juego puede ser mucho, electoralmente hablando, que desde el lugar de las ideas Chile político, salvo pocas, y por eso honrosas, excepciones es un baldío.

Ojalá MEO recuerde sus estudios de filosofía e intente en ese árido paisaje plantar alguna idea; que el sociólogo Lagos Weber se deje de jugar a hacer pan dulce y las retruque; que el ya no tan joven senador Navarro produzca algo; que Arrate no se nos muera (tiene buen humor y un poco de memoria); que el doctor Girardi se decida por la medicina; que Teillier, Guillermo, que Jorge era otra cosa, haga política en serio; que el Partido Radical decida si se murió o no; que la DC termine de una buena vez de explotar; que el PS considere que en alguna parte de su ADN todavía puede brillar la solitaria lágrima de la vergüenza. Y que los anarquistas no dejen de serlo

Del otro lado del espectro mejor ni hablar (algo que debería aprender el senador Chahuán, buena persona, dicen, si las hay), que lo mejor que podría surgir de ahí es alguna silueta del fascismo corriente —a menos que el inefable con Carlos (de los Larraínes) salga con bien de las manos de quienes pretenden descuartizarlo; si ello ocurre todavía es posible una monarquía al viejo estilo, con un rey de chiste de muy buen chiste.

Addenda

Terminando la redacción del artículo precedente, texto escrito para ser leído como ayuda para dejar atrás la resaca de las fiestas (¿hay algo para festejar?), recibimos la declaración que transcribimos íntegra. Quizá ayude a completar el artículo. O no.

Hablar de ideas

El secretario general del Partido Progresista señaló: “Mientras los autoproclamados progresistas sigan rindiendo pleitesía a los conservadores de la Concertación será difícil que puedan ofrecer una alternativa distinta al país”. | MARIO AGUILERA.*

Para hablar de ideas no se necesita del beneplácito de otros partidos menos de sus cúpulas, aseguró Cristian Warner, Secretario General del Partido Progresista, al referirse a las declaraciones del Presidente del Senado, “como partido invitamos al PPD a hablar de ideas y la respuesta que tuvimos de parte de su directiva fue un texto para revisarles la ortografía de un reglamento interno de la concertación de primarias con letra chica y sin proyecto programático previo”.

Desde su gestación, el Partido Progresista ha planteando una a una, al resto de organizaciones políticas de oposición la posibilidad de promover acuerdos programáticos y la realización de primarias sin condiciones en todas las comunas del país, basados en un marco de respeto mutuo, cosa que no ha sucedido y a nuestro parecer ya no sucedió en esta vuelta electoral.

Cristian Warner, sostuvo además “Me toca visitar comunas del país completo, y puedo asegurar que en más del 80% no están seguros si harán o no primarias porque aun están en el cálculo chico electoral que se sustenta en el temor de la DC de presentar su peor performance electoral en años, por lo que nosotros de cara al país les decimos que no podemos seguir esperando, que avanzaremos con los progresistas de todo Chile, afiliados y no afiliados a alguna tienda que juntos hemos entendido que la concertación no quiere cambiar nada que afecte el estatus quo que le permite seguir sobreviviendo”.

El dirigente progresista aseguró también, “Estamos trabajando a pasos agigantados con ecologistas y humanistas y movimientos sociales, en la redacción del proyecto común de cara al 2012, basado en ideas, y preparando a nuestros pre-candidatos para nuestras primarias, que serán libres, vinculantes, en todo el país”.
“No creemos en cantos de sirenas de posibles rupturas dentro del duopolio, si no se han hecho es porque no tienen el valor de enfrentar el riesgo de replantearse ante la ciudadanía, como algo nuevo, nosotros lo enfrentamos el 2009 y seguimos en ese camino, en ese combate. Nos veremos en octubre del 2012 en cada comuna de Chile, y en la primera vuelta el 2013 podemos asegurar que habrá más de dos alternativas”, finalizó Cristian Warner.

* Periodista.

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