Lecciones francesas

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La realidad mundial aún no da para una nueva Revolución Francesa. Pero los franceses se las arreglan para llamar la atención y fijar pautas, aunque no sea ese su objetivo. Esta vez, más que la elección del socialista Francois Hollande como su nuevo presidente, es la derrota de Nicolás Sarkozy lo que da para la meditación y hasta llama a imaginar algunos marcos de próximos acontecimientos.| WILSON TAPIA VILLALOBOS.*

 

El hiperventilado, centro derechista y mediático Sarkozy fue derrotado por sus propios excesos virtuales. Los sondeos dicen que los errores de su gobierno quedaron en un segundo plano. Por lo demás, nadie espera que Hollande haga cambios dramáticos. Tal como Sarkozy es un pragmático, Hollande podría se calificado como un progresista neoliberal, aunque parezca una contradicción.

 

Y desde allí se pueden comenzar a desentrañar las nuevas enseñanzas que trajo la última elección francesa.

 

Después de diecisiete años vuelven los socialistas al poder en París y nadie espera que se acerquen siquiera a lo que planteaba la retórica marxista. Tampoco harán honor a posturas que caracterizaron a la izquierda socialdemócrata —Estado de Bienestar, por ejemplo—. Simplemente tratarán de sacar a su país de la crisis en que se encuentra. Y, tal vez, sin que eso signifique un sacrificio adicional para las clases más humildes —hoy el desempleo en Francia supera el 10%—, aunque eso tampoco es seguro.

 

Hollande no ha sido tajante al respeto. Al menos, no para desautorizar lo que hizo Sarkozy cuando comandó la rígida brigada de rescate que intentó reflotar a la agujereada Europa.

 

Hoy es evidente que los franceses quisieron castigar a Sarkozy por su grandilocuencia, por su sobre exposición y su vacuidad conceptual. Pero nada más. De allí que la diferencia entre los dos candidatos no supere los cuatro puntos porcentuales.
Algo similar a lo ocurrido en las últimas elecciones chilenas. Claro que aquí la castigada no fue la derecha, sino la centroizquierda.

 

Otro elemento importante que deja la experiencia francesa es el crecimiento del Frente Nacional, la ultra derecha. Llegó a cerca del 19%, mientras la izquierda sólo se empinaba al 11%. También sirve para el análisis mirar hacia Grecia. Allí la derecha extrema se instalará por primera vez al Parlamento luego de que ese país recuperara la democracia.

 

Estos resultados hacen surgir muchas preguntas; pero algunas de las más acuciantes dicen relación con lo que realmente están esperando los ciudadanos de la democracia. Los neonazi no son una demostración de ejercicio democrático en sus programas ni en sus acciones. Y si logran votaciones considerables en países que sufrieron las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, no debe ser porque, como aquí, la historia pasó a un segundo plano.

 

Hay que recordar que incluso en Alemania el nazismo de nuevo cuño está surgiendo. La respuesta que parece obvia es que los electores se han cansado de un sistema que no les entrega garantías de estabilidad. Que ante la amenaza de crisis, la única respuesta es recortar los beneficios ganados después de arduas luchas.

 

Y muchos se peguntarán: ¿por qué siempre el equilibrio tiene que buscarse restando posibilidades a los más débiles y no sustrayendo algo de las inmensas ganancias que logran los más fuertes?

 

Para citar sólo un ejemplo, la principal empresa del mundo, la estadounidense del retail Walmart (aquí, Líder, Ekono) facturó US$ 421.849 millones, en 2011. Y lo hizo en medio de una aguda crisis en su país y con coletazos dramáticos en Europa.

 

Todo parece indicar que los signos que vienen de lejos y los que aparecen entre nosotros señalan que los ciudadanos se han cansado de una globalización dispar. Mucho más dispar de lo que era el sistema capitalista en el pasado. Y la búsqueda de soluciones afecta directamente a las instituciones que distinguen a la democracia. Entre ellos, a los poderes del Estado, a los partidos políticos y a quienes detentan el poder económico, manejo que generalmente combinan con el político.

 

Mientras en Francia se conocían en detalle los resultados de su elección presidencial, en Chile, Adimark —empresa encuestadora cercana al gobierno— entregaba su sondeo del mes de abril. En ella, la popularidad del presidente Sebastián Piñera llega al nivel más bajo, con sólo un 26% de aprobación, contra un 66% que lo desaprueba.

 

A los políticos no les va mejor. El Senado obtiene un 17% de aprobación y la Cámara de Diputados un 16%. La aprobación tanto de la coalición de gobierno como de la opositora Concertación también es paupérrima.

 

Mirados de manera general, estos guarismos no permiten detectar preferencias ideológicas definidas. Hay más ejercicio de rechazo que de aprobación. Y eso significa que nadie tiene soluciones claras. Una cuestión que no se puede cargar a la cuenta de los ciudadanos, sino de la dirigencia política.

 

Tal vez esta especie de gran política de los acuerdos no dio los resultados esperados. Por el contrario, generó un rechazo ante lo que se ve como un arreglo de la clase política, pasando por sobre el interés general. Y ante eso, es el malestar el que lleva a pronunciarse. Como ahora ocurrió en Francia y antes pasó aquí.

 

Tal es la realidad hoy, pero la pregunta que queda pendiente, es: ¿seguirán los ciudadanos conformándose con protestar sacando a un presidente para poner a otro que tampoco les satisface o tratarán de ir más allá buscando realmente nuevas alternativas que hoy no se vislumbran?
——
* Periodista.

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