Los salarios, el PC chino, el patriotismo y un pelín de deuda soberana

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A quienes todavía creen en las extravagantes teorías económicas relativas a los salarios —particularmente en la “ley de la oferta y la demanda” aplicada al trabajo humano—, el Cotidiano del Pueblo, diario fundado por Mao Tsé Tung —que sigue siendo el órgano oficial del Partido Comunista chino— les ofrece una magistral lección de capitalismo en su edición del 14 de julio. | LUIS CASADO.*

 

La empresa estadounidense Ralph Lauren recibió el encargo de diseñar y fabricar los uniformes olímpicos de los atletas yanquis. Ralph Lauren hizo hacer todo el trabajo en China, lo que causó el patriótico rechazo de los senadores de Capitol Hill, quienes lanzaron una no menos patriótica protesta.

 

—Esta acción de la parte del Comité Olímpico simboliza la desastrosa política comercial que nos ha costado millones de empleos pagados decentemente, y debe ser cambiada —declaró el Senador Bernie Sanders.
—Esto no es sólo un ultraje, es simplemente estúpido —dijo el representante Steve Israel.
—Estoy tan disgustado. Pienso que el Comité Olímpico debiese tomar todos esos uniformes, apilarlos y quemarlos, y comenzar todo de nuevo —dijo Harry Reid, líder de la mayoría demócrata en el Senado.

 

Reid agregó que el Comité Olímpico debiese estar avergonzado de que los uniformes fuesen fabricados en China, cuando los trabajadores de la industria textil de los EEUU andan buscando trabajo. Ni corto ni perezoso, el USOC respondió:
“El equipo olímpico de los EEUU está financiado por los privados, y estamos agradecidos del apoyo de nuestros patrocinadores. Estamos orgullosos de nuestra colaboración con Ralph Lauren, una icónica empresa americana”.
En otras palabras… «Shut up!»

 

Por su parte, el ya mencionado Cotidiano del Pueblo publicó una nota titulada ¿Pagarán los EEUU el precio de ser «patrióticos”? En esa nota del órgano oficial del Partido Comunista chino encontramos enseñanzas que Milton Friedman no hubiese desconocido como suyas:
“Habida cuenta que el Comité Olímpico de los EEUU se financia con fondos privados, los patrocinadores, como Ralph Lauren, buscan naturalmente el mayor beneficio financiero y social al menor costo. Fabricar los uniformes en China mantiene los costos bajos y una alta calidad”.

 

Por si no quedase claro, el diario ofrece datos duros, indesmentibles:
“De acuerdo a un informe del Departamento de Estadísticas de los EEUU, publicado en el 2011, aun cuando los asalariados chinos están ganando más que nunca, el salario medio horario era de sólo US$ 1,36 en el 2008, comparado con los US$ 32,26 de sus colegas de los EEUU. Casi un 66% de los trabajadores manufactureros chinos están empleados en empresas de pueblos y aldeas donde el salario medio es de sólo 82 centavos.

“De modo que si los políticos estadounidenses quieren uniformes fabricados en los EEUU, tienen dos opciones. Pueden intentar persuadir a Ralph Lauren de traer de regreso su fabricación a los EEUU, en dónde los costos salariales le quitarán una buena mordida de sus beneficios. O bien pueden introducir un patriótico impuesto “atuendo olímpico”, para costear uniformes fabricados en los EEUU.”

 

No contento con cachondearse de los políticos de su segundo socio comercial (el primero es Europa), el diario del PC chino les refriega en la cara el sagrado mandamiento del capitalismo:

“La primera opción mostraría el patriotismo de las empresas estadounidenses, y la segunda el patriotismo de los ciudadanos americanos. Ambas crearían empleos desesperadamente necesarios en los EEUU. Pero las dos cuestan dinero.”

 

Dinero. Ese que en el dólar lleva la conocida divisa “In God we trust”. Es bueno que confíen en Dios, porque en los políticos yanquis, o en el PC chino… ¡ni modo!

 

¿Qué elegir? ¿El ser humano o el dinero? El Cotidiano del Pueblo nos entrega una pista:
“La bandera nacional es un ejemplo aún mejor. De acuerdo al Christian Science Monitor, una vasta mayoría de banderas de los EEUU ya no son fabricadas en Estados Unidos, desde el 11 de septiembre del 2011, cuando la demanda aumentó brutalmente. Quienes compraron banderas no fueron suficientemente patriotas para pagar el precio que cuesta tener banderas
fabricadas en los EEUU, y forzaron a las empresas yanquis a subcontratar la fabricación de las banderas para reducir los costos.”

 

Descartando cualquier responsabilidad en el calvario de los trabajadores estadounidenses (y con razón, visto que el Partido Comunista chino sólo es responsable del calvario de los trabajadores chinos), el Cotidiano del pueblo las emprende contra los políticos y la prensa yanquis:
“El mensaje de los políticos y de la prensa de los EEUU trata al público como si fuese idiota.
«Escogieron a China como chivo expiatorio e ignoran el hecho que la mayor parte de los productos chinos caros, exportados hacia los EEUU, son en realidad productos de las empresas estadounidenses.
“Esas empresas gozan de la ecuación: trabajo barato en los países en desarrollo, más consumidores en el mundo desarrollado, igual enormes beneficios.
«El enorme volumen de esos beneficios les permite ser celebrados en los EEUU como icónicos símbolos del status Nº1. No obstante, cuando sus productos son atacados por ser no-Americanos, especialmente cuando China está involucrada, se ocultan rápidamente detrás de su careta rojo-blanco-azul.”

 

Decía pues que estos dimes y diretes a propósito de algunos cientos de trajes para una sola ocasión —la nada misma—, nos ofrecen una brillante demostración de lo que David Ricardo tuvo el mérito de explicar hace ya dos siglos. Que el producto de la actividad humana, la riqueza creada, debe remunerar los dos factores de producción, el capital y el trabajo, y que:

 

“No puede haber un aumento del valor del trabajo sin una caída del lucro.
“La proporción que puede ser pagada como salario es muy importante para la cuestión del lucro; porque debe notarse que los beneficios serán altos o bajos en exacta proporción a que los salarios sean bajos o altos”.
(David Ricardo. The Principles of Political Economy and Taxation, 1817).

Lo que David Ricardo no explicó es como se fija la proporción en que son remunerados el el trabajo y el capital. Los economistas han intentado tejer todo un enredo de razonamientos, teorías y descabelladas explicaciones con el propósito de desviar la atención de los principales interesados: los asalariados.

 

Incluso entre los economistas serios —que también los hay— suelen surgir estadísticas y complicados cálculos de la “productividad” llenos de dobles integrales y sumatorias entre límites sabiamente elegidos, destinados a apuntalar razonamientos más que dudosos.

 

El informe de la OCDE Perpectivas del empleo 2012 nos ofrece un brillante ejemplo cuando señala:

“Estos tres últimos decenios, la parte del ingreso nacional constituida por los salarios y elementos accesorios del salario —la parte del trabajo— ha disminuido en la casi totalidad de los países de la OCDE.”
(Perspectives de l’Emploi de l’OCDE 2012. Ver aquí).

 

Ahora bien, nadie pretende que la productividad de los trabajadores alemanes, franceses, españoles, belgas, italianos, etc., haya disminuido durante esos treinta años. Por el contrario, hay cientos de estudios que prueban exactamente lo contrario: que la productividad aumenta persistentemente, sobre todo en los años de crisis: cuando las empresas despiden miles y miles de trabajadores, los que logran salvar su empleo producen tanto o más que cuando sus colegas despedidos estaban en la empresa.

 

Otros economistas menos serios —de los que hay a mogollón— pretenden que el nivel de los salarios lo determina el mercado. La sagrada ley de la oferta y la demanda. O bien se escudan detrás de lamentables estudios y
“recomendaciones de organismos internacionales” para justificar un aumento o, por el contrario para llamar, incluso exigir, una indispensable “moderación salarial” (en esto último el FMI es imbatible).

 

La noción más alejada de la realidad económica, y la más desprovista de alguna inteligencia, es la que tiene que ver con un pretendido “salario ético”. Ni la ética ni la moral nunca tuvieron nada que ver en el razonamiento de los patrones que ahora llaman empresarios o “emprendedores”. Aún menos en el funcionamiento de la economía real. Quién tenga alguna duda puede dirigirse a EEUU, a Francia, a Rusia, a Alemania y a Israel, que son los principales exportadores de armamento en el mundo.

 

La verdad es muy otra. Karl Marx sostenía que cuando dos derechos se oponen, termina imponiéndose la fuerza. Especialmente en el mundo del trabajo. Incluso en China. Los múltiples ejemplos de la historia reciente me dispensan de aportar la demostración.

 

De modo que la relación de fuerzas entre patrones y asalariados es una buena pista para entender lo que conduce a una distribución del ingreso regresiva, injusta, expoliadora y a ratos francamente criminal.

En vez de perder tiempo haciendo vanos calculitos sobre la evolución de la “productividad”, o de manipular la opinión pública con vergonzosos discursos acerca de la “competitividad”, es mucho más útil interrogarse con relación a la pérdida de influencia de los sindicatos y de la inmensa masa de trabajadores que crean la riqueza con su trabajo en el seno de las sociedades modernas.
Descubriríamos tal vez que el ejercicio del poder está en manos de quienes se sitúan objetivamente del lado del capital.

 

Ese hecho explicaría también otra forma de expoliación a la que es sometido el ciudadano de a pie, el simple trabajador, en su dimensión contributiva, o sea: de pagador de impuestos: la deuda pública o deuda soberana. Griegos e irlandeses, españoles e italianos, portugueses, franceses y alemanes están en estos días muy bien situados para comprenderlo.

 

Hace ya casi un siglo y medio Karl Marx denunciaba la apropiación del Estado por parte de los capitalistas, mediante el ingenioso mecanismo de la deuda pública:

 

“La deuda pública, en otros términos la alienación del Estado, ya sea despótico, constitucional o republicano, marca con su sello la era capitalista. La única parte de la pretendida riqueza nacional que entra realmente en la posesión colectiva de los pueblos modernos, es su deuda pública. Por un golpe de varita mágica, ella gratifica el dinero improductivo con la virtud reproductiva y lo convierte así en capital, sin que por ello tenga que sufrir los riesgos, los trastornos inseparables de su empleo industrial e incluso de la usura privada. La deuda pública puso en marcha las sociedades por acciones, el comercio de toda suerte de papeles negociables, las operaciones aleatorias, el agiotaje, en suma,  los juegos de Bolsa y la bancocracia moderna.
«Desde su nacimiento, los grandes bancos, ataviados con títulos nacionales, no eran sino asociaciones de especuladores privados establecidos a la vera de los gobiernos y, gracias a los privilegios que obtenían de ellos, en situación de prestarles el dinero del público”.

 

Lo que los grandes empresarios no logran quitarle al trabajo en las negociaciones salariales, lo recuperan bajo forma de impuestos que sólo pagan los más desposeídos. Impuestos necesarios para pagar la deuda pública, esa que produce ganancias desmesuradas para unos pocos. Karl Marx no fue ni el adivino ni el profeta en que quisieron convertirlo algunos celosos zelotes, pero describió magistralmente un fenómeno que hoy en día tiene al planeta cabeza abajo.

 

Para volver al tema de los salarios, y a guisa de conclusión, debo decir que ni los “organismos internacionales”, ni los rezos ni las plegarias, ni la ética ni la moral, ni los calculitos de los economistas, tienen respuesta para esta cuestión.

 

De ahí que alguien dijese alguna vez que la redención de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos.
El grito que hoy resuena como un rugido visionario: “Trabajadores de todos los países, ¡uníos!”, ¿te dice algo?
——
* Economista.

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