Memes, máquinas y espíritu

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Desde el momento en que los filósofos empezaron a argumentar acerca de las sorprendentes similitudes entre el hombre y el reloj, el humanismo se encontró en dificultades. Resulta que el conjunto de creencias que reemplazaban a Dios por el hombre ahora pareciera que reemplazan al hombre por la máquina. En la cultura popular la figura humana más atractiva no es la del “Zorro”. Es la del “Terminator”.

Los nuevos modelos de subjetividad de los que se habla en el campo de las ciencias cognitivas y de la vida artificial sugieren que, incluso, un Homo sapiens sin alteración biológica puede considerarse poshumano. Lo que realmente cuenta no es tanto la introducción de la máquina en el cuerpo, sino cómo conceptualizamos el funcionamiento de la mente y el cerebro.VFX EN LA SAGA DE TERMINATOR

El humanismo nunca rompió totalmente con la tradición de un hombre espiritualizado y la variedad de dualismos, de un tipo u otro, que de ella surgieron, han sido la norma filosófica. En el poshumanismo el asunto es diferente. La conciencia humana deja de ser ese fenómeno misterioso de reflexividad infinita, que constituyó la preocupación central de la filosofía moderna, al reemplazar cuestiones de ontología y epistemología por cuestiones de funcionalidad.

Los procesos cognitivos se transforman en operaciones sintácticas semejantes a las que realizan las computadoras y la conciencia, en medio de ellas, se reduce a un epifenómeno. La subjetividad se dispersa en la compleja interrelación de sistemas y subsistemas encargados de recibir e interpretar datos. Al perder su inefabilidad, la mente se ubica dentro del alcance de la racionalidad científica. El cerebro se hace máquina y la mente materia. El dualismo filosófico da paso al monismo.

Lo curioso de todo ésto, según el teórico Dougherty, es que si extendemos el modelo computacional al estudio de la cultura y la ideología éste empieza a revelar consecuencias no del todo científicas. Los proponentes de la teoría “memética” y las tecnologías cibernéticas intentan demistificar la cultura y exteriorizar nuestra red nerviosa con el fin de ampliar las ondas de comunicación telepáticas. Según la teoría computacional de la mente los estados mentales individuales tales como creencias y deseos son representaciones simbólicas poseedoras de propiedades semánticas y sintácticas.

De acuerdo con esta premisa es posible explicar las ideologías y la transmisión cultural de creencias según los mismos principios causales que gobiernan los cuerpos físicos. Lo paradójico es que a pesar de su clara adherencia a los principios del materialismo Teoría Memética – Framing y Comunicacióncientífico, la teoría memética exhibe una curiosa afinidad con las creencias primitivas del animismo y la posesión espiritual. Un proyecto científico proyectando una sombra ocultista.

A pesar de que desde el surgimiento mismo del empiricismo la metáfora de la máquina se ha empleado para apoyar la eficacia de la causalidad científica en la explicación de los procesos físicos y mentales, su analogía mecánica no lo libera automáticamente de la metafísica. En el siglo XIX, por ejemplo, fue popular la noción de que un organismo tenía que lograr una armonía trascendental entre sus partes para poder funcionar.

Más tarde, el modelo biológico mecanicista se deshace de toda noción de armonía, totalidad o propósito al considerarlas mero juego de palabras. Durante el siglo XX la maquinaria industrial empieza a ser parte del paisaje físico y conceptual y proporciona una nueva plataforma para movilizar otro juego de palabras que empieza a servir como una instancia natural para un nuevo modelo trascendental.

¿Son las metáforas computacionales más apropiadas que las metáforas biológicas para disfrazar la metafísica subyacente? Según Dawkins, meme es una unidad de datos autorreplicantes que se materializan a sí mismos como instrucciones mentales cada vez que un ser humano imita a otro. La palabra meme, al evocar su contrapartida biológica, gene, contiene la presunción de que toda vida se desarrolla gracias a la sobrevivencia diferencial de entidades replicantes. Desde una perspectiva biológica el replicante más importante es el ADN que usa al ser humano, o cualquier otro ser vivo, como vehículo para su propia inmortalidad.El genoma humano cumple diez años

El meme, que debe considerarse como una estructura viva, es un nuevo tipo de replicante que, aun moviéndose torpemente en la sopa primordial, ha empezado a evolucionar rápidamente. Incluye productos culturales tales como creencias religiosas, convicciones políticas, modas culturales o cualquier cosa que pueda imitarse. Y, al igual que el ADN, este nuevo replicante inicia otro proceso evolucionario, independiente del anterior.

Si estos replicantes, que constituyen cadenas culturales, son entidades autodirigidas es algo que aun no podemos decir. Lo que sí es posible decir es que, al igual que los genes, los memes también son entidades fantasmales, concebidas como trozos de datos discretos capaces de existir fuera de su contexto corporal. Pero, a diferencia del gene, cuya presencia se conecta con la existencia verificable de la molécula ADN que le proporciona una seudomaterialidad, el meme es un fantasma absoluto. Aquí no se puede decir, como el geneticista, “este es el cuerpo físico que garantiza la presencia del meme”.

Desde que el meme es una unidad discreta de datos no hay razón para que el memeticista tenga que usar metáforas biológicas para conjurarlo. Quienes se inclinan por las ciencias informáticas el modelo computacional ofrece una elegante simpleza. J. M. Balkin (“Cultural Software”, 1998), por ejemplo, sostiene que es posible comparar ciertas características culturales, y la forma en que la cultura opera, con el disco blando que se instala en una computadora para procesar información.

Las teorías pertenecientes a la tradición moderna, dice Balkin, no pudieron responder a cuestiones ontológicas (¿Qué tipo de entidad es la cultura?) o causales (¿Cómo la comprensión común se hace común?) y son modelos inferiores. La cultura no es un Espíritu Colectivo, no es la expresión de un agente súper natural o un agente kantiano trascendental. Y tampoco es reducible a convenciones comunes o conductas sociales. Al asemejar la cultura con los datos inscritos en el disco blando el problema de la ontología se resuelve con la movilización de la metáfora computacional. Ya no necesitamos continuar con la pregunta que ha preocupado al modernismo.

Cartel Conceptual Moderno Del Arte Con La Estatua Antigua De La Cara Y El Disco Blando Collage Del Arte Contemporáneo Stock de ilustración - Ilustración de vendimia, cultura: 151936523Cultura es disco blando. La metáfora, obviamente, tiene una enorme atracción para los amantes de la cibernética. La teoría computacional de la mente ha demistificado los términos mentales y ya no necesitamos del espíritu, del alma o de las fuerzas ocultas para su comprensión. La mente es lo que el cerebro hace y lo que el cerebro hace es procesar información. Las creencias son inscripciones en la memoria, los deseos son inscripciones de fines, las percepciones son inscripciones causadas por censores y pensar es computar.

La teoría computacional de la mente nos permite mantener las creencias y los deseos como explicación de nuestras conductas y enraizarlas, al mismo tiempo, en el universo físico. Las creencias son fragmentos de materia, al igual que los datos digitalmente inscritos en la mente, encarnados en símbolos y transportados a otras mentes gracias al disco blando cultural. La cultura o cualquier subcultura es, en realidad, una vasta población de memes compitiendo por su sobrevivencia en el medio ambiente de la mente humana. Lo que caracteriza a una tradición dada es una población relativamente estable de memes que constituyen al individuo que vive en ella.

En la tradición judía, por ejemplo, lo que permite a los individuos pensarse a sí mismos como judíos tradicionales no es la creencia de que ellos están repitiendo exactamente lo que la gente hacía hace 3.000 años atrás en el antiguo Israel. Según Balkin debemos ver a la tradición judía como una línea de descendencia memética en la que los memes compartidos por una comunidad actual son los replicantes de los memes compartidos por los miembros de la comunidad original. Los memes de una cierta restricción dietética se perpetúan a sí mismos al replicarse a través de miles de años en el ambiente propicio de la mente cerebral.

En otras palabras, la tradición es una función de la agencia memética. En su versión más extrema, Susan Blackmore (“The Meme The Meme Machine : Blackmore, Susan: Amazon.es: LibrosMachine”, 1999) dice que no tenemos que pensar que los productos de la cultura son nuestra creación. En su lugar, tenemos que pensarlos como la acción de memes egoístas cuyo fin es replicarse a sí mismos. No hay “yo”. Solo memes. Si todavía tenemos conciencia de un “yo” que piensa nuestros pensamientos es porque los memes no nos dejan en paz. Día a día, millones de ellos están constantemente compitiendo por nuestro espacio cerebral.

El ser humano, con toda su complejidad social, histórica y moral, dice Dougherty, pareciera reducirse a sus memes, el equivalente secular del alma cristiana. Independiente del cuerpo y la historia el meme aparece como un elemento inmortal y fundamental en la constitución de la identidad. En esta nueva narrativa cultural el ser del individuo y del orden social son la expresión directa de esta poderosa, fantástica y mágica entidad.

Si el estudio de la sociedad y el ser humano quiere verse libre de la asociación con la tradición filosófica, los computacionalistas y memeticistas tienen solo una manera de lograr legitimidad… sus disciplinas deben transformarse en ciencias físicas. El materialismo científico insiste en que la causalidad científica define los límites de todo fenómeno y es esta insistencia la que hace desaparecer al cuerpo como un objeto legítimo de conocimiento.

En las ciencias de la vida el organismo se transforma en una estructura de datos configurados por el gene. En la memética y en el modelo computacional la mente humana se transforma en un procesador de información y los agentes culturales empiezan a asemejarse cada vez más a espíritus desencarnados.

Dice Dougherty que el rechazo  a admitir la eficacia de las instituciones, tecnologías y prácticas humanas en la transmisión de creencias y afirmar, en su lugar, el fantasma del meme como ladrillo constructor de la cultura podría explicarse por la ansiedad que provoca el escaso control que tenemos sobre el poder transformativo de las nuevas tecnologías de comunicación. Ellas cambian la forma en que nos relacionamos, cómo vemos el mundo y cómo entendemos la naturaleza de nuestro ser.

El problema es que si nos vemos como productos de información que nos transciende, como meras correas de transmisión de datos cuyo origen mistificamos, podemos terminar en lugares a los que no queremos ir. Una visión poshumana que insiste en que el ser humano no es nada más que una máquina nos condena a ser recipientes pasivos de información mercantilizada.

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