Murales: hacia una costumbre que no alcanzó a ser

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Ocurre a veces: el arte conoce la calle, se hace cotidiano, entra a las casas, charla con el soberano.[1] Como un amanecer sobre la tarde, bandada tan desvalida como los destinatarios de su hacer, los pintores, gente de teatro, los que bailan, poetas, en fin —y muchos otros— dejan su vino, sus amores (o sus amores los o las acompañan) y se integran en lo que son a la ciudad en la que viven. |ALEJANDRA LAGOS WERTH – MAGALÍ SILVEYRA.

 

A contrapelo de la realidad a medias forzada que vive la población, la cultura —en rigor el arte— se convierte, en ocasiones, en algo más que la banalidad diaria, la diaria competencia por el dinero, la constante fatuidad de mostrar los objetos que se tienen, y adquiere su real estatus de forma de vida, de valores, de solidaridad, de emulación e igualdad en la diversidad. Es cuando los artistas caminan.

 

Los artistas son cosas seria (aunque conviene desconfiar de los que se toman a sí mismos en serio): han vivido, se diría genéticamente, todo cuanto puede vivir una persona: esclavos alguna vez —poco más que objetos semovientes que indicaban cuánto había medrado una familia—, sirvientes también, constantemente rebeldes, en ocasiones seres libres pese a ellos mismos, conservadores sin estar seguros por qué o revolucionarios tampoco seguros de por qué lo son, pero en conjunto a través de las edades han contribuido más que ningún otro grupo a modelar lo que el animal humano es. Y a dejar huella de sus cómo y a menudo de los por qué.

 

Acuciados y espoleados generalmente por la necesidad —por todas las necesidades— esos solitarios no siempre bien vestidos y de modales cambiantes, en ocasiones de ropajes estrafalarios y sed de muchas necesidades rara vez son bienvenidos —hasta que se los conoce.

 

El buen burgués no los entiende ni quiere entenderlos ni recibirlos en su casa (a menos que sea un artista del que otros hablan [otros a quienes, por cierto, el buen burgués jamás querría de verdad conocer], un artista, es decir, equiparable por su nombradía a los famosos de la tele). Y hace bien el buen burgués. Porque el arte libera.

 

No hay nada más inútil que la obra de arte: literalmente no sirve para nada; lo único que se puede hacer con ella, frente a ella, es crecer hacia adentro. Y eso habitualmente no produce dinero. No sirve. Pero los artistas insisten, está en su naturaleza no darse por vencidos (o, lo que es lo mismo, insisten en que sus contemporáneos y los hijos de sus contemporáneos no se den por vencidos). Y salen a la calle.

 

Los artistas nucleados en torno de la charla y el vinillo amical del Altillo de Couve y de la Casa de Víctor Jara —de una comuna populosa de Santiago de Chile— salieron a la calle. Curiosamente nada demandaba su presencia por los rumbos de las calles Club Hípico y Salvador Allende. O sí: el muro al costado de la Escuela México del sector. Un muro de ladrillos a la vista, maltratado por el tiempo. Allí dejaron huella.

 

El mural

 

No eran muchachos que iluminan la ciudad con graffitis que pocos aprecian —y en contra de los cuales todos reclaman—; no, fueron maestros y maestras pintores y pintoras de edad indefinida entre la juventud nueva y la «juventud acumulada (que describe Hugo Chávez); nadie los convocó para esto o aquello. Se autoconvocaron en defensa de la educación pública y, dato curioso o sorprendente por ello, no fueron reprimidos por la autoridad.

 

En estos tiempos chilenos, tiempos que determinan que si quieres una buena o regular educación sólo tienes que comprarla, llama la atención el empeño de esas locas y locos —que desafiaron un sol y calores que desmentían el otoño— por la educación. Conviene mencionarlos:
Osvaldo Lira
Angela Montero
Marcelo Lira
Magdalena Labbe
Sergio Neuman
Patricia Garcia
Gonzalo Flores
Claudio Moya Efren Cortes
Barbara Figueroa.
Pablo Arteaga
Róbinson Avello
Mario Soro
Jorge Alexy.

 

Con ellos también participaron la poeta Libertad Lamarque, la diseñadora de vestuario Paulina Jorquera y Alexandra Acuña, poeta y cantautora.

 

Quizá se entienda mejor el interés por la educación pública si se menciona que no pocos pasaron —en otros años— por la Escuela de Educación Experimental Artística, el último semillero avalado por la sociedad destinado a formar artistas libres, vinieran de dónde vinieran y sin considerar su condición socioeconómica.

 

Este grupo de artistas ojalá imponga una ética y un trabajo en el plano estético y social que se había iniciado a mediados de la década de 1961/70 y, que de la manera que todos los que quisieron saber lo saben, la dictadura licenció para largas vacaciones…
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1] Soberano: el pueblo, lamentablemente suele decirse que ejerce su soberanía a través de las autoridades que determinan las constituciones y lo demás es sedición, porque esas autoridades en la paráctica ya no son sirvientes del soberano, sino sus amos —o los yanaconas al servicio de otros dueños. Y dan palo.
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* ALW es editora y coordinadora de asuntos culturales.
MS de la redacción de SyS

 

Addenda
El grupo: deber y placer cumplidos.

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1 comentario
  1. emilioe dice

    Destellante autoinvitacion, hace celebrar la memoria . Los experimentalinos visten una conciencia social que no crece en muchos lugares del planeta. Felicitaciones.

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