No se hunde, pero el buque hace agua

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Y no parece haber bombas de achique de calidad ni en cantidad suficiente en Chile; los buques, cuando el piloto está borracho, no andan a los tumbos, navegan a los bandazos, quedan al garete. Y entonces el asunto depende del genio de la mar y de los vientos, que a veces —como en una vieja canción de Patxi Andión— los hace zozobrar despacio. |LAGOS NILSSON.

Lo dicho es pertinente, nomás sea porque el país en referencia es un país marino (aunque al permitir la depredación de su mar empecinadamente lo niegue); bueno, también es —o era— un país arbóreo y húmedo; la selva fría del sur de Chile sirve de ejemplo. Todavía un poco, porque…

Kilómetros y kilómetros de de pinos de familias foráneas y eucaliptus no propios secan napas y beben esa agua con la sed de un ebrio desesperado por beber. Pierde entonces el terreno eso que llaman biósfera; pero sobre todo pierden las comunidades mapuche cuando talan o se quema su tierra. Pocos piensan que su rebelión es una por todos los habitantes del territorio.

Y ahora y otra vez los incendios que denominan forestales. Decenas de miles de hectáreas se iluminan de rojo, se cubren de humo y se tapan de ceniza. Todo muere en ellas, no sólo árboles: mueren animales, los preciosos insectos que son la base de la cadena vital, muere el pasto, las flores y los pájaros que anidan o descansan en sus largos viajes estacionales.

Y se queman casas, cultivos por cosechar, graneros, almácigos, invernaderos, establos, terneros, perros guardianes, gatos cautelosos, reptiles huidizos; a veces también personas dentro de sus casas o cuando intentan fugarse de las llamas. En 20 años los bosques artificiales se recuperan, los nativos, si lo logran, tardarán quizá cientos

Y cuando pase la novedad escandalosa de los incendios el ser chileno elegirá olvidar el asunto; el consumidor medio (¡porque eso del ciudadano medio…!) debido a que otras noticias llamarán su atención: la pasta base, el coche nuevo del vecino, la infidelidad de alguien, un buen y sabroso crimen que hace a los televisores chorrear sangre, alguna pelea entre modelos, un «reality».

O el cálculo de sus deudas.

La suerte del país es que la Tierra es redonda, no hay peligro de llegar al borde del Pacífico y caer a la nada. Por ahora el naufragio no es la alternativa —pero no apuesten.

La historia es una charada

Si apelamos a la autoridad de los diccionarios, charada es un tipo de enigma: dadas algunas pistas se trata de adivinar el significado de una palabra. Un juego de salón, o sea. Intentar adivinar el significado de la palabra historia, en el Chile contemporáneo, año II de Piñera & Alianza resulta algo más complejo.

Que la historia sea el relato de hechos ciertos que ya pasaron, develar las intenciones y los motivos de quienes jugaron roles importantes en esos hechos, recuento de los proyectiles disparados en tal o cual guerra, descifrar documentos de antaño, bucear en las contradicciones y conflictos entre las clases sociales, etc…, carece totalmente de importancia. La historia es el acomodamiento de significados.

Tal acomodamiento es (maldita sea) el gran triunfo del gobierno luego de nueve meses —y corriendo— de insurrección estuiantil. Un homenaje al general Pirro, su propio rapto de las sabinas, su Rubicón de vitrina, su destilar cicuta para un Sócrates por nacer, su reconquista en el siglo XXI, su versión de los bastones largos, el homenaje a su inepcia, su más íntimo autorretrato. Tal acomodamiento es cambiar dictadura por régimen.

Así, Chile no vivió 17 años de dictadura militar-cívica, al contrario: gozó esos años bajo un régimen militar; de seguro en esos años nadie fue muerto a balazos, fallecieron los cadñaveres por traumas ocasionados por pequeños objetos de plomo, de bronce, de qué sé yo; la tortura… ¿qué habrá sido eso?, podrían preguntarse los presos de mañana sometidos a un tratamiento eléctrico; y ¿la norma? se interrogarán los de a pie, ¿acaso no es el apetito del gobernante de turno?

Y así ad infinitum.

La ironía mayor —lección del desastre y la ignominia— es que fue pronunciado el cambio nada menos que por ¡el ministro de Educación! (arriba, izq.) Naturalmente deslizó que apenas se trata de acomodar, por eso de la paz social, un concepto menor destinado a la educación de las futuras generaciones; él, el ministro, se lavó las manos.

Por mucho menos en un país respetuoso de la verdad el funcionario en cuestión habría renunciado antes de avalar semejante barbaridad; y por un asunto de dignidad: al fin de cuentas un ministro —de esa cartera al menos— es un suponer, no hay ofensa, tiene entre sus bienes un ojeado y hojeado diccionario de la lengua. Pero no.

En rigor lo que se hizo no fue más que un pequeño roce al timón con miras a definir a futuro un período de la historia. Y que la marinería descanse en paz, aquí —se dice hoy y se dirá mañana—no ha pasado nada. Y de seguro se agregará (como ya lo dicen) que ese «régimen» preparó a Chile para la democracia.

Mientras bosques y pasturas y cultivos y todo cuanto repta, se edifica, reposa y alza sobre la tierra que arde se quema, con premura el gobierno —fiel a sus orígenes— clama por leyes que endurezcan las penas a los culpables de futuros incendios, como si los turistas —locales y extranjeros— fueran una especie de cavernícolas que llegan a esas geografías a probar su capacidad de producir chispas con sus pedernales.

Ni una palabra sobre campañas de educación; ni una palabra sobre reforzar la dotación de guardaparques; ni una palabra sobre reglamentar las visitas a esos frágiles lugares; ni una palabra sobre aumentar los recursos para combatir siniestros de esa magnitud; ninguna palabra relacionada con mayor vigilancia; ninguna palabra acerca de la tarea de recuperar los bosques y pastizales. Ninguna. Sólo promesa de represión —y la idea insidiosa de introducir la iniciativa privada (léase empresas explotadoras) en la administración de los parques nacionales para su usufructo.

Ayer miércoles la cita que presidió este portal fue de Anton Chejov:
Cualquier idiota puede afrontar una crisis, es vivir día a día lo que te agota.
Los chilenos acaso se terminen de cansar. Habrá que ponerse el salvavidas.

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