Norte Grande, Premio Gabriela Mistral de poesía

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R.W.

El epígrafe, preámbulo, prólogo, marco, guía, en fin, del libro que obtuvo el Premio Gabriela Mistral en los Juegos Literarios 2010 de poesía otorgado por la Municipalidad de Santiago de Chile, dice:

Los naturales límites del Norte Grande
son el día y la noche
y al oriente la sombra del poniente.

Lo que dice mucho acerca de lo que contiene Norte Grande. Y probablemente de por qué fue escrito. Texto de la obra.

Addenda

Chile —dicen los chilenos— es país de poetas; algo desenmascaró de semejante aserto Roberto Bolaño. De cualquier modo lo cierto es que la escritura de los poetas solía interesar no solo a los poetas (¡hay tantos que parecen escribir como puja un ofertante contra otro en los remates!), interesaba al mundillo cultural; pero hace semanas se otorgó el Gabriela Mistral y el premio obtenido por Pampa —seudónimo del autor que es a la vez un susurro de pertenencia a la pampa nortina y una demostración de afecto por su perra Pampa— no parece haber merecido ningún interés. El Gabriela Mistral 2010 es un premio silencioso en Chile.

Pampa es Sepúlveda, un apellido que se repite en las letras, por citar algunos y sin orden: Sepúlveda Leyton, Luis Sepúlveda, la poeta Ximena Sepúlveda, Jesús Sepúlveda, Sepúlveda Llanos, en fin en Chile, Homero Sepúlveda en México —y otros más. A esa suerte de cofradía se une Alejandro Sepúlveda, que vive a orillas de la mar y a la vera del desierto. Será educativo, sin duda, leer a su debido tiempo —cuando los haya, si los hubier— los comentarios y críticas que merezca esta obra a la culteranía chilena y pares del autor de otras tierras.

Tal vez porque el poeta vive lejos de los centros urbanos de su país y es ajeno a coloquios, cenáculos, academias, grupos, asociaciones se posterga la difusión de la obra (será difícil acceder a ella, quizá se extravió entre la burocracia cultural de la Ilustre Municipalidad de Santiago de Chile —lo que, de haber ocurrido, sin duda debe doler o al menos perturbar profundamente al señor Alcalde, cuyo interés por las letras, se sabe, es de vieja data).

Para prevenir que quede en el limbo una obra que juzgamos al menos merecedora de difusión es que la publicamos íntegra luego de habernos puesto en contacto virtual con su autor, al que finalmente encontramos allá bajo los 20º de latitud sur.

Por ahora —éste acaso sea el primer libro de Alejandro Sepúlveda— y mal recordando a Lorca, podemos afirmar que estamos ante un escritor que hace de su sangre la tinta con la que escribe. Lo que, convengamos, no es poco.

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