Siria: el giro a la guerra

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El aparente fracaso de la conferencia de Ginebra puede significar el fin de los esfuerzos diplomáticos para resolver la crisis siria. La conferencia de Ginebra de 30 de junio, convocada por el enviado especial de las Naciones Unidas y la Liga Árabe, Kofi Annan, representaba tal vez la última oportunidad para que las potencias mundiales acordasen una solución pacífica de la crisis en Siria.| GRAHAM USHER.*

 

Este esfuerzo parece estrellarse ahora en el mismo arrecife contra el que han naufragado todas las posibilidades de rescate internacional de la revuelta, que dura ya 15 meses: el desacuerdo sobre el destino del presidente sirio Bashar Al-Assad.

 

Con la asistencia de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, tres países árabes y Turquía, la conferencia de Ginebra tenía como objetivo insuflar vida al moribundo  plan de paz de Annan: un alto el fuego, hasta ahora no respetado, seguido de negociaciones políticas que, en teoría, llevarían a la celebración de elecciones y a un “estado auténticamente democrático y pluralista» en Siria.

 

En Ginebra, la partera del plan iba a ser la formación de un Gobierno de Unidad Nacional de Transición (TNUG), en la que el gobierno y la oposición tendrían representantes. Sin embargo, excluiría a «aquellos cuya presencia podría socavar la credibilidad de la transición y poner en peligro la estabilidad y la reconciliación»: una manera discreta de cerrar el paso a Al-Assad.

 

Esa cláusula había sido exigido por Estados Unidos, la Liga Árabe, Turquía y, sobre todo, la oposición siria, para quien la caída de Al-Assad es condición indispensable para tomar parte en cualquier transición dirigida por la ONU. Rusia se echó atrás, insistiendo que la composición del TNUG era un asunto del «pueblo sirio» y no de «dictados» extranjeros.
Un día largo de negociaciones solo sirvió para alcanzar el  más débil de los compromisos. La composición del TNUG sería por «consentimiento mutuo», según la declaración final de Ginebra; una fórmula que otorga tanto a Al-Assad como a la oposición el poder de vetarse mutuamente.

 

El canciller ruso, Sergei Lavrov, declaró estar  «encantado» con la chapuza. «No hay ningún intento de imponer un proceso de transición ni de excluir a ningún grupo del proceso».

 

Su homóloga de EE UU, Hillary Clinton, apenas pudo contener su rabia: «Al-Assad tendrá que irse, en cualquier caso. Nunca obtendrá el consenso mutuo porque tiene sangre en sus manos».

 

Los estados occidentales habían acudido a Ginebra creyendo que, a falta de intervención militar, el camino del cambio en Damasco pasa por Moscú. No era una creencia equivocada. Por primera vez, en Ginebra, Rusia ha firmado un plan de transición que podría conducir a un futuro post-Assad. Pero Moscú sigue oponiéndose a la interferencia externa, incluida la adopción de medidas por el Consejo de Seguridad.

 

Los comentaristas rusos dicen que no es por lealtad a Al-Assad, ni para proteger sus  contratos de armas por valor de  700 millones de dólares al año, y menos aún para mantener su vieja base militar naval de Tartus. Es para evitar que Occidente orqueste otro cambio de régimen a la Libia en Oriente Medio. Porque según estos analistas, Rusia tiene dos temores en Siria.

 

El primero es que cambio inducido desde fuera pueda provocar un colapso del Estado sirio como en Irak, y con ello, con vertirse en un refugio para los grupos yihadistas, incluyendo Al-Qaeda, como Irak. El segundo es que Damasco acabe en manos de un gobierno de los Hermanos Musulmanes aliado de los Estados del Golfo, pro-estadounidense en su política exterior y hostil no sólo a Moscú sino también a Irán y las minorías no sunitas sirias.

 

Ello supondría un grave riesgo para los 30.000 ciudadanos rusos en Siria. También situaría un gobierno islamista sunita a las puertas  del Cáucaso norte, donde mantienen una activa presencia los jihadistas de origen ruso. Por estas razones geopolíticas, Rusia prefiere la actual formula de poder en Damasco a cualquier otra.

 

El problema es que cuanto más defienda Rusia a Al-Assad de cualquier presión significativa para cambiar de rumbo —incluso en el Consejo de Seguridad— más probable es que se acaben concretando los escenarios que  más teme.

 

Turquía es uno de los poderes regionales que apoyan el plan de paz de Annan en principio, pero a la oposición siria en la práctica. Da refugio al Consejo Nacional de Siria y al Ejército Sirio Libre,  a los que probablemente ayuda a armarse y entrena, dándoles  la forma que quiere, si no como un gobierno alternativo en el exilio, si desde luego como las fuerzas políticas capaces de liderar la transición en una Siria post-Assad.

 

La combinación de dinero en efectivo del Golfo, la experiencia de lucha de un año y un creciente número de deserciones de oficiales, ha transformado a la oposición armada siria de una milicia en un ejército de guerrillas, capaz de controlar grandes franjas de territorio en las zonas rurales de Siria.

 

Cada vez más cercado, el régimen de Al-Assad intenta desesperado derrotar militarmente a la guerrilla retomando el control de los centros urbanos a través de brutales castigos infligidos por helicópteros, artillería, tropas y milicias.

 

De este giro militar se desprenden tres consecuencias. En primer lugar, las víctimas y los abusos de ambas partes se han multiplicado. Cerca de 16.000 sirios han perdido la vida desde  que la revolución comenzó en marzo de 2011. Sin embargo, más de 5.000 personas han sido asesinadas solo desde abril, cuando Annan presentó por primera vez su plan de paz y, al parecer, tanto el régimen como  los rebeldes optaron por la victoria militar y no por el compromiso político como objetivo estratégico.

 

En segundo lugar, el carácter sectario del conflicto se ha vuelto más pronunciado. A medida que el número de muertos asciende, el apoyo del régimen es abrumadoramente alauita, que ven el conflicto en términos cada vez más existenciales. La oposición, por su parte, tanto los combatientes como los simpatizantes, pertenecen en buena parte a  la mayoría sunita: creen que  el censo, la geografía y la historia están de su lado.

 

Por último, el conflicto se ha regionalizado. El mes pasado, Siria derribó un avión de reconocimiento de Turquía, alegando que había violado el espacio aéreo sirio (Ankara dijo que fue derribado en el espacio aéreo internacional).

 

El 1º de julio – tras elevar el nivel de sus reglas de enfrentamiento- Turquía autorizó a sus  aviones F-16 a acosar a los helicópteros sirios que volaban  «cerca» de la frontera. Ankara y Damasco están al borde de comenzar las hostilidades: cualquier error podría iniciar una guerra.

 

La conferencia de Ginebra quizás signifique la desaparición del plan de paz Annan. Pero no augura el final de un compromiso internacional en el conflicto sirio. Pero según el plan de Annan las reglas de ese compromiso debían ser definidas por los diplomáticos, las fuerzas de paz y los observadores desarmados de la ONU. Ahora, lo más probable es que las impongan los guerrilleros y los ejércitos de la región.
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* Periodista y escritor estadounidense.
En www.sinpermiso.info —Traducción de Gustavo Buster.

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