Un estadista, no un gerente

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“… Piñera siempre fue rehén de la Unión Demócrata Independiente, el partido conservador irreconciliable que es el más grande de su coalición y que aumenta el camino a una mayor influencia cuanto más bajo cae  la tasa de aprobación del presidente. Pero el mayor obstáculo para la renovación política en Chile son las instituciones legadas por la dictadura, que congelan cualquier esfuerzo serio de reforma en un estancamiento permanente».| RIVERA WESTERBERG.

No es un texto irreverente «posteado» por algún terrorista de bolsillo o alguno de esos vagos de la oposicion. «A Piñera le quedan dos años de su mandato no renovable: él debería dedicarlos a la reforma electoral. Su país necesita un estadista, no un gerente con síndrome de pato lisiado«, escribió además el editorialista del Financial Times.

La poco habitual dureza del prestigioso diario inglés con énfasis en las noticias y análisis económicos y financieros, sorprendió al mundillo político chileno —que obviamente no se esperaba un «ataque» de semejante naturaleza. Todo comenzó —la brutal baja del respeto internacional al Presidente de la República de Chile— por su peregrina idea de borrar de los textos escolares el hecho de que en el país hubo una —y cruel— dictadura militar-cívica entre 1973 y 1990.

Financial Times no consigna que algunos muy cercanos colaboradores de Sebastián Piñera en las tareas de gobierno fueron entusiastas admiradores, seguidores y afectos (todavía) a recordar con algo así como cariño y admiración al dictador. No era necesario. Sólo mentes pervertidas por la nostalgia pinochetista pudieron pergeñar semejante y torpe sainete.

Si se acepta que la política es una de las actividades nobles del ser humano, que precisa inteligencia, sensibilidad, valor, en ocasiones generosidad y siempre capacidad para ponderar alternativas, que ese periódico londinense haya señalado: «Si bien Chile es un atleta en lo económico, sigue siendo un discapacitado en lo político“ tiene que haberlo sentido el equipo de gobierno y partidos que lo apoyan como una bomba debajo de la cama, una bomba que explotó —además— poco antes de que el presidente se reuniera con los suyos, políticamente hablando, en una cena casera.

El síndrome del pato lisiado (o baldado o simplemente cojo) es una metáfora acuñada en los círculos políticos estadounidenses para describir el último año de una presidencia que no será —o ya no puede ser— reelegida y debe actuar con una muy limitada capacidad para resolver asuntos importantes.

Probablemente la expresión pato lisiado la utilizó quien haya escrito esa columna pensando en las consecuencias para La Moneda y territorios adyacentes que tuvo el prolongado paro estudiantil. Acallado formalmente el movimiento estudantil, porque lo cierto es que ninguna de las demandas planteadas tuvo respuesta coherente, recién comienza a sopersarse el efecto maremoto que tuvo sobre la institucionalidad chilena manejada empresarialmente.

En diciembre, con las festividades comerciales que despiden el año, el país entra en un receso vacacional. O entraba, porque ni los estudiantes secundarios ni los de instituciones de educación técnica o superior parecen dispuestos a gozar del sol. De hecho muchos alumnos y alumnas secundarios eligieron pasar las fiestas en sus colegios en toma. Y acompañados de sus padres, dato que tambien debe molestar a las autoridades: la solidaridad no es un concepto corriente en esos círculos.

Tal vez el editorialista se haya equivocado al dejar sentado que para el presidente Piñera su falta de ideología es un factor de debilidad; no es falta de ideología el crimen o desfase político del mandatario, lo es creer que el resto del país carece de ella. En lo que no yerra es cuando afirma que los obstáculos para la renovación de la política en Chile «son el legado de las instituciones de la dictadura, que impiden cuajar cualquier esfuerzo serio de reforma”.

No sin algún irreverente sentido del humor hay chilenos que se preguntan si este síntoma del pato lisiado afectará también las alas del presidente; es que lo quieren ver alzar el vuelo, a él y sus colaboradores, para que nunca más regresen.

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