¡Viva el cine documentado!

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El viernes 31 de agosto Francesco Rosi (que cumplirá 90 años en noviembre), el más destacado y consistente de los cineastas de denuncia del gran cine italiano de postguerra, recibió en el 69º Festival de Cine Venecia el León de Oro al conjunto de su carrera en una ceremonia en la que se proyectó una copia de su película Il caso Mattei (1972) restaurada por la Cineteca de Bolonia. He aquí, podría decirse, su deus et machina personal.| FRANCESCO ROSI.

 

Ya desde niño me fascinaba el cine, influido por la pasión que tenía mi padre por la fotografía y las películas. Comencé a reír con las imágenes y las historias de Charles Chaplin, de Buster Keaton, de Harold Lloyd; conocí la historia del mundo a través de los grandes films de Fritz Lang, de Eric Von Stroheim, de John Ford, de John Huston, de Renoir, de Carné, de Clair, de Camerini, Blasetti, Genina; y después, el cine musical de Hollywood, y el cine civil norteamericano de los años 50, y Kazan, Dassin, Aldrich, Wise, y luego, Billy Wilder, Hitchcock.    

 

Más tarde, abandonados los estudios de Derecho, me puse enseguida a trabajar en lo que salía, radio, teatro, pequeños papeles en el cine, participaciones como ayudante y colaborador en guiones. Eran años muy fervientes justo después de la guerra: el cine italiano revolucionaba con el neorrealismo el modo de hacer cine afirmando una necesidad de verdad que correspondía a una exigencia moral antes que estética.

 

Una necesidad de verdad que se acompañaba del deseo de conocimiento de la realidad del país, y del profundo movimiento de voluntad, de reconstrucción material y moral de la Italia que había salido destruida de la guerra. El cine supo bien pronto hacerse intérprete de la exigencia de hacer hablar a los hechos, de trasladar la realidad de las calles, de las casas, de los verdaderos rostros de la gente en la pantalla, de modo que el espectador reencontrase sin artificios las pasiones, los dolores, las esperanzas de cada día.

 

El ojo de la cámara bajó a las calles, entró en los hogares, dio voz a la gente común convirtiéndola en personaje, mezclando en una milagrosa combinación actores improvisados con actores profesionales. Roma città aperta, Paisà, Germania anno zero, de Rossellini, Sciuscià y Ladri di biciclette, de De Sica, La terra trema, de Visconti, fueron las primeras películas que lograron representar la relación renovada que se estaba formando entre el hombre y la sociedad, con el descubrimiento de la vida real de cada día, de vivir de acuerdo con los ideales de libertad, de justicia y de progreso, tras veinte años de propaganda fascista que había sofocado esos valores.

 

Tuve la suerte de trabajar, como primera experiencia de ayudante de dirección, de asistente de Luchino Visconti, gran artista que me enseñó todo lo que sé. Fue en 1947, y la película era La terra trema.

 

He creído siempre en la función de denuncia y testimonio que significa un filme. Mis películas representan la Italia de mi existencia, de mi crecer y mi madurar como hombre, como ciudadano y como narrador. Y también mi malestar en un sistema que no logra dar respuestas satisfactorias a los males de los que ha enfermado. He apelado al público a hacerse interlocutor responsable de la pantalla y no a permanecer como espectador pasivo.                                         

 

En 1961 me tentó enfrentarme al tema del cadáver de un joven bandido convertido en enemigo del Estado italiano, muerto en un enfrentamiento a tiros con las Fuerzas del orden según la versión oficial, asesinado a traición en realidad por obra de la Mafia y entregado muerto al Estado en el marco de la colusión entre las instituciones y la Mafia.

 

Nació así Salvatore Giuliano. En mi película, relatada con un método de investigación y una libertad de escritura innovadora que se aproximaba a los acontecimientos en razón de lo que significaban, más que siguiendo el orden cronológico en el que habían sucedido, la denuncia significó en primer lugar el conocimiento de hechos y de hombres. Erróneamente hablaron algunos de cine documental, y con este pretexto el film fue rechazado por el Comité de selección de la Mostra de Venecia, mientras que fue después premiado en Berlín.    

 

No era cine documental, sino más bien escrupulosamente documentado con el fin de restituir la verdad y hacer resurgir emociones. Creo que aquel rechazo fue una excusa para evitarse problemas admitiendo a concurso una película incómoda: Salvatore Giuliano se había enfrentado al primer gran misterio italiano.

 

Hoy la Mostra de cine de Venecia me honra con el León de Oro a toda una carrera: es para mí y para toda mi filmografía un reconocimiento importante y me siento orgulloso.
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En Sin Permiso (www.sinpermiuso.info). Traducción de Lucas Antón.

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