Frei Betto y el pronunciamiento de obispos católicos contra las medidas de Bolsonaro
Marcela Robaina, Nicolás Iglesias Schneider
Frei Betto, fraile dominico, de fecunda trayectoria junto a los movimientos sociales, participó en el programa Hambre Cero, durante el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva; sin embargo, siempre tuvo una actitud autocrítica hacia la izquierda brasileña. El escritor de numerosos libros sobre teología, política y literatura conversó con la diaria sobre el llamado mundial de solidaridad ante la situación actual de Brasil, la que define como un “genocidio”. En consonancia con esta preocupación, comentó algunos contenidos del duro pronunciamiento reciente de 152 obispos brasileños que critican el gobierno de Jair Bolsonaro.
-¿Cuáles son los actores protagónicos en la trama del poder en Brasil? ¿Qué papel juega el fundamentalismo religioso?
-En el congreso brasileño se destaca un grupo parlamentario conocido como la “Bancada de la B”: buey, bala, Biblia, banco y bola (el fútbol). Representa las más ricas y poderosas corporaciones del país, que están siempre en el poder, incluso cuando no están en el gobierno, como en los 13 años de gobierno del Partido de los Trabajadores. Estas corporaciones concentran las actividades económicas que mueven la economía brasileña, una economía que beneficia a los más ricos y sacrifica a los más pobres: 103 millones de personas, la mitad de la población del país, viven en la pobreza.
Esas fuerzas se articularon para derrocar a Dilma Rousseff y, luego, elegir a Bolsonaro, al que llamo BolsoNero. Este poder lo han construido desde dos trincheras: las redes digitales, con poder para controlar bots y algoritmos, y los sectores cristianos fundamentalistas. Este tema lo trato en mi reciente libro El diablo en la corte. Lectura crítica del Brasil actual.
-¿Cuál es la imagen de Dios que está en la base del discurso político de Bolsonaro y cuáles son sus principales argumentos y objetivos político-religiosos?
-Desde los años 70, la política de seguridad de Estados Unidos contó con el importante apoyo de la CIA y otras agencias, cuando se dieron cuenta de la importancia del factor religioso en la población, sobre todo entre los pobres. Estos grupos, que no tienen acceso a la educación de calidad, son influenciados fácilmente por una visión de mundo centrada en la religión y que desconfía de la ciencia.
En este contexto, surge la iglesia “electrónica”, iglesias con un uso intensivo de las redes sociales y los medios de comunicación, y canalizadoras de un discurso fatalista. Estas iglesias cumplen una importante función en la estrategia del sistema capitalista, influyendo en las personas para que cambien la libertad por el miedo. El miedo se impone por una imagen de Dios vengador y castigador, y –en especial– con un discurso sobre el diablo, que es el que nos pondría las trampas.
Estos grupos religiosos, además, son afines a la teología de la prosperidad, según la cual cuanto más rica es una persona, más está bendecida por Dios. Han desarrollado una fuerte demonización del Partido de los Trabajadores, y reforzado una óptica antipetista generada a partir de la Operación Lava Jato.
-La carta reciente comienza diciendo que hay un genocidio contra el pueblo brasileño, ¿cómo se está usando el discurso religioso e incluso anticientífico para atacar los derechos humanos?
-¡En Brasil hay un genocidio! Es posible que, mientras leas esta entrevista, las muertes ya superen las 100.000 personas. Cuando recuerdo que en la guerra de Vietnam, durante más de 20 años, se sacrificaron 58.000 vidas del personal militar de Estados Unidos, tengo una justa medida de la gravedad de lo que sucede en mi país. Este horror causa indignación y enojo. Todos sabemos que las medidas preventivas y restrictivas, adoptadas en tantos otros países, podrían haber evitado tal número de muertos.
Este genocidio no es el resultado de la indiferencia del gobierno de Bolsonaro; es intencional. Bolsonaro está satisfecho con la muerte de otros. Cuando era diputado federal, en una entrevista televisiva de 1999, declaró: “¡Al votar no cambiarás nada en este país, nada, absolutamente nada! Desafortunadamente, sólo cambiará si un día vamos a una guerra civil aquí, y hacemos el trabajo que el régimen militar no hizo: matar a unos 30.000”.
Debemos recordar que Bolsonaro, al votar a favor del juicio político contra la presidenta Dilma Rousseff, dedicó su voto a la memoria del torturador más notorio del Ejército: el coronel Carlos Brilhante Ustra. Está tan obsesionado con la muerte que una de sus principales políticas gubernamentales es el libre comercio de armas y municiones. Cuando se le preguntó, en la puerta del palacio presidencial, si no le importaban las víctimas de la pandemia, respondió: “No creo en esos números” (27 de marzo, 92 muertes), “Todos moriremos algún día” (29 de marzo, 136 muertes), “¿Y qué? ¿Qué quieres que haga?” (28 de abril, 5.017 muertes).
-En la carta que se envió recientemente para solicitar la denuncia internacional, se compara a Nerón y el incendio de Roma con Bolsonaro y la lógica sacrificial. ¿Cómo se instaló en nuestras sociedades esta lógica sacrificial? ¿Por qué esta política necrofílica?
-La lógica sacrificial está muy bien trabajada en las obras de René Girard y Michel Foucault. Como se dice en la carta, Bolsonaro está obsesionado con la muerte ¡de otros! Para él, liberar el comercio de armas es mucho más importante que liberar recursos para salvar la vida del pueblo brasileño. Y es intencional de parte de él ahorrar recursos con la muerte de pobres, viejos y personas con tratamientos cubiertos por el sistema nacional de salud.
Desde el principio, declaró que lo importante no era salvar vidas, sino la economía. De ahí su negativa a declarar un cierre, cumplir con las pautas de la Organización Mundial de la Salud e importar respiradores y equipos de protección personal. El Supremo Tribunal Federal tuvo que delegar esa responsabilidad en los gobernadores y alcaldes.
Bolsonaro ni siquiera respetó la autoridad de sus propios ministros de Salud. Desde febrero, Brasil ha tenido dos, ambos despedidos por negarse a adoptar la misma actitud que el presidente. Ahora, al frente del ministerio está el general [Eduardo] Pazuello, que no entiende nada sobre temas de salud: trató de ocultar los datos sobre la evolución del número de víctimas del coronavirus; empleó a 1.249 militares en funciones clave del ministerio, sin que estos tuvieran las calificaciones requeridas, y suspendió las conferencias de prensa, que eran la vía para que la población recibiera orientaciones.
Las razones de la intencionalidad criminal del gobierno de Bolsonaro son evidentes: dejar morir a los ancianos, para ahorrar recursos de la seguridad social; dejar morir a quienes tienen enfermedades preexistentes, para ahorrar recursos del SUS, el sistema nacional de salud; permitir que mueran los pobres, para ahorrar recursos del programa de Renta Familia y otros programas sociales para los 52,5 millones de brasileños que viven en la pobreza y los 13,5 millones que están en la pobreza extrema (según datos del gobierno federal).
Mucho antes de que lo hiciera el periódico The Economist, en las redes digitales trato al presidente como BolsoNero porque, mientras Roma arde, él toca la lira y anuncia que la cloroquina, un medicamento sin eficacia científica, pero cuyos fabricantes son aliados políticos del presidente, es efectiva contra el nuevo coronavirus.
-¿Qué expresiones culturales, políticas y religiosas han salido a la disputa u ofrecen resistencia al régimen de “BolsoNero” en Brasil?
-En la cultura, son oposición a Bolsonaro la mayoría de los artistas –de cine, teatro, telenovela, pintura, música, danza, etcétera– más conocidos. El problema está en las fuerzas políticas progresistas, que no llegan a una articulación y están todavía muy centradas en elecciones, en la disputa entre sí. No tienen un proyecto de Brasil. Una lástima. Hoy la principal oposición religiosa son los obispos católicos progresistas. En la carta, que firmaron 152 obispos de Brasil, hay críticas muy duras al gobierno y se denuncia la situación que vive el país, que denominan la “tormenta perfecta” [ver recuadro].
Pienso que no hay que “disputar” espacios con los fundamentalistas. Lo más importante es volver al trabajo de base popular, a la metodología de educación popular (de Paulo Freire) y a rescatar los segmentos populares que, en los 70, 80 y 90, eran la base que sostenía al Partido de los Trabajadores y los movimientos populares como el MST [Movimiento de los Sin Tierra]. Pero ¡qué difícil es convencer a gente de izquierda de la importancia del trabajo de base! Muy pocos quieren meter los zapatos en las calles rotas de las favelas.
La carta de los obispos
En la misiva a la que adhirió Frei Betto, los religiosos brasileños definen la situación de Brasil como “la combinación de una crisis sanitaria sin precedentes con un abrumador colapso económico y la tensión que sacude los cimientos de la República, provocada en gran medida por el presidente de la República y otros sectores de la sociedad, lo que resultó en una profunda crisis política y de gobernabilidad”.
En la carta, los obispos brasileños denuncian que la vida de los sectores más vulnerables y excluidos, en esta sociedad estructuralmente desigual, injusta y violenta, está en peligro y ellos no pueden ser indiferentes. Incluso “la casa común [la tierra] está constantemente amenazada por la acción sin escrúpulos de madereros, buscadores de oro y minerales, mineros, terratenientes y otros defensores de un desarrollo que desconoce los derechos humanos y los de la madre tierra”.
Sobre el abordaje de la situación de pandemia, denuncian “los discursos anticientíficos, que intentan naturalizar o normalizar el flagelo de los miles de muertes por Covid-19, tratándolo como fruto del azar o un castigo divino”, así como “el caos socioeconómico que se avecina, con el desempleo y la hambruna que se proyectan para los próximos meses, y los arreglos políticos que apuntan a mantener el poder a cualquier precio”.
Asimismo, los 152 obispos católicos brasileños (un tercio de la Conferencia Episcopal de Brasil) critican la incapacidad del gobierno federal para enfrentar estas crisis, ya que el modelo neoliberal que se practica sólo aumentó el privilegio de los poderosos. “Las reformas laborales y de la seguridad social, que deberían mejorar la vida de los más pobres, resultaron ser obstáculos que hicieron aún más precaria la vida de las personas.
Es cierto que Brasil necesita medidas y reformas serias, pero no como las que se hicieron, cuyos resultados empeoraron la vida de los pobres, desprotegieron a los vulnerables, autorizaron el uso de plaguicidas anteriormente prohibidos, aflojaron el control de la deforestación y, por lo tanto, no favorecieron el bien común y la paz social”.
Citando al papa Francisco, afirman que el sistema de gobierno actual no pone en el centro a la persona humana y el bien de todos, sino la defensa intransigente de los intereses de “una economía que mata”, centrada en el mercado y las ganancias a cualquier precio. Los obispos continúan su denuncia señalando que la incapacidad e incompetencia del gobierno federal para coordinar acciones se ve agravada porque se opone a la ciencia, a los estados y municipios, a los poderes de la República, y se acerca al totalitarismo al utilizar métodos ilícitos, como apoyar y alentar actos contra la democracia.
*Publicado La Diaria, Uruguay