La segunda independencia de África
Desde 1964, la mayoría de los países de la región del Sahel (palabra de origen árabe, que significa margen, y se refiere a la franja norte del África subsahariana) han experimentado uno o más golpes de Estado (sólo en Sudán, 17). Los que se han ido produciendo más recientemente, aunque con perfiles diferentes, tienen algo en común que les separa de los golpes anteriores. Me refiero en particular a los golpes de Estado en Malí, Burkina Faso y Níger. Veamos las razones con mayor detalle. Todos estos golpes, que son promovidos por personal militar entrenado por los antiguos países colonizadores, tienen como objetivo liberar al país de la dependencia económica y social de la potencia colonizadora (en este caso, Francia) que permaneció en gran medida intacta después de los procesos de independencia política en la década de 1960.
Su objetivo es obtener el control de sus recursos naturales después de llegar a la conclusión de que han sido saqueados por empresas de la antigua potencia colonizadora u otros países del Norte global, sin que su extracción resulte en ningún aumento del bienestar de la gente, a pesar de que puede ser una fuente de búsqueda de rentas para las élites políticas corruptas. En segundo lugar, la democracia es una farsa cada vez que se impone desde el extranjero. Siempre que sea promovida por el Norte global, su objetivo es elegir políticos que sean serviles y garanticen la continuidad del saqueo; con este fin, movilizan todos los medios abundantes a su disposición, financieros y mediáticos.
Cada vez que los africanos quieren tomar la democracia en sus manos y elegir políticos que no están en la lista de los autorizados por el neocolonialismo y el imperialismo, las potencias del Norte global organizan golpes de Estado para «proteger la democracia». En tercer lugar, el mantra de los derechos humanos, los valores universales y el orden internacional basado en reglas (que el Norte formula exclusivamente) solo se usa verdaderamente cuando defiende los intereses imperiales y neocoloniales.
Cuando no es así, prevalecen estos intereses, se olvidan los principios y se recurre a la violencia. Tomemos la reciente pandemia de Covid y la crisis humanitaria que ha creado. Los intereses de cinco compañías farmacéuticas del Norte global fueron suficientes para evitar que países como Brasil, Sudáfrica e India produjeran vacunas efectivas producidas en masa a bajo costo. ¿Cuántas vidas se habrían salvado? La hipocresía del Norte global ha alcanzado límites que el Sur global no olvidará fácilmente.
¿Estamos ante una segunda independencia de África destinada a complementar la que se produjo al final de la segunda guerra mundial y cuyas promesas han dado lugar a profundas frustraciones? Tal vez sea solo una nueva fase de un proceso que ha tenido otras fases en el pasado reciente. Así se debe entender la nacionalización del Canal de Suez por Gamal Abdel Nasser (1956), la lucha fatal de Muammar Gadafi por cambiar la moneda de referencia en los asuntos internacionales de los países de la Unión Africana (2011) o incluso la lucha de Robert Mugabe en Zimbabue por la (fallida) devolución de las tierras que la independencia dejó en manos de la minoría blanca (2008).
Tal vez sea legítimo hablar de una nueva fase porque el movimiento atraviesa varios países y las condiciones internacionales pueden favorecer su expansión a muchos más países. Los objetivos de los segundos procesos de independencia tienen características diferentes. Distingo entre nacionalismo anticolonialista, nacionalismo antiimperialista y colonialismo interno. No se trata de categorías inflexibles, ya que cada uno de ellos tiene elementos de cualquiera de los otros. En el caso de los países que estuvieron sometidos al colonialismo francés, el movimiento es de nacionalismo anticolonialista porque pretende profundizar en la descolonización. La supuesta descolonización francesa fue sangrienta (Argelia) o se negoció en términos tan leoninos que dejó a los nuevos países en estricta dependencia de Francia (la Françafrique: control de la moneda, reservas en el Banco de Francia, control de la política monetaria y económica, privilegios extractivos para las empresas multinacionales o estatales francesas, etc.). La dependencia neocolonial de la que se quejaba Nkrumah en 1965 era especialmente marcada en el caso de las colonias francesas.
En el caso de los otros países africanos que se independizaron del colonialismo inglés y portugués, el perfil de la segunda independencia es de nacionalismo antiimperialista. El saqueo de los recursos naturales por parte de corporaciones transnacionales radicadas en varios países del Norte global (algunas antiguas colonias de dominio blanco como Estados Unidos, Canadá y Australia), el (des)orden de las imposiciones del FMI y la primera guerra fría contribuyeron a que las redes de dependencia fueran más amplias y convirtieran al excolonizador en uno solo entre otros de los beneficiarios del saqueo y, a menudo, como en el caso portugués, ni siquiera el principal beneficiario.
Sudáfrica es un caso especial porque casi desde principios del siglo XX ha estado dominada por el colonialismo interno en la forma particularmente violenta de las políticas segregacionistas del apartheid. El fin del apartheid en 1994 no significó el fin del colonialismo interno, aunque alteró profundamente su modus operandi. De ahí que las luchas sociales en Sudáfrica que pueden integrarse en la idea de la segunda independencia tomen la forma de una lucha por el fin real y no solo formal del apartheid, que tiene que ver con la devolución de la tierra, el control de los recursos naturales y la lucha contra la desigualdad y la corrupción de las élites políticas.
La idea de la segunda independencia de África busca mostrar que la primera estaba incompleta. En lugar de discutir su carácter incompleto, tal vez sea más importante averiguar por qué, a pesar de todo, fue posible. Sólo así podremos analizar las condiciones de posibilidad de esta segunda independencia y, sobre todo, especular de manera informada si esta segunda fase será definitiva o si seguirán otras fases. Hablar de fase implica una peligrosa generalización cuando se trata de un continente. Baste recordar el caso de Egipto, cuya independencia de Inglaterra tuvo múltiples fases, desde 1922 (fin formal del protectorado con la continuación de la ocupación) hasta 1956 (guerra por la nacionalización del Canal de Suez). Con todas estas reservas, tiene sentido hablar de la primera fase y la segunda fase si nos limitamos al África subsahariana y excluimos a Sudáfrica.
La transición a la independencia de las antiguas colonias francesas es sólo el caso más extremo de la continuidad de la dependencia poscolonial, pero no es el único caso. Basta con leer el acuerdo de Lancaster House de 21 de diciembre de 1979 sobre la independencia de Zimbabue. De hecho, Lancaster House fue el lugar donde se negoció la independencia de otras colonias británicas, como Nigeria y Ghana, Zambia y Tanzania, con una lógica similar. Todos los líderes africanos pasaron por allí, de Nkrumah a Nyerere, de Kaunda a Mugabe. Allí se negociaron las dependencias posteriores a la independencia. Las negociaciones posteriores con los nuevos aspirantes al poder en las antiguas colonias han continuado hasta hoy en Londres, esta vez en Chatham House.
Las independencias del colonialismo portugués configuran una situación diferente en África. Ocurrieron después de un prolongado período de guerras de liberación (Angola, Mozambique y Guinea-Bissau) entre 1961 y 1975, y terminaron con el fin del largo régimen fascista en Portugal (1926-1974). De hecho, los dos acontecimientos están estrechamente vinculados y los demócratas portugueses deben más de lo que se pueden imaginar a la heroica lucha de los combatientes africanos por la restauración de la democracia. Dado que no era previsible que ninguna de las partes ganara la guerra a corto plazo (excepto quizás en Guinea-Bissau, donde las fuerzas del PAIGC, Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde, tenían grandes ventajas operativas), algunos militares portugueses propusieron una solución política al conflicto como continuación de lo que se había intentado anteriormente.
El régimen fascista, sin embargo, decidió no escucharlos. Ante esto, al no poder terminar la guerra, los valientes militares de abril, como se les conocería, decidieron acabar con el régimen en la madrugada del 25 de abril de 1974. A pesar de las vacilaciones iniciales, el proceso de descolonización, como transición a la independencia, permitió a los nuevos países decidir los nuevos destinos de sus países sin que Portugal hubiera podido imponer condiciones. Esto por sí solo explica por qué todas las antiguas colonias optaron por regímenes socialistas y la ideología marxista-leninista. ¿Por qué esta opción?
La respuesta a esta pregunta ayuda a explicar las condiciones en las que tuvo lugar la primera fase de las independencias en África. La era posterior a la segunda guerra mundial estuvo dominada por la llamada «guerra fría» entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. En abril de 1955, 29 países asiáticos y africanos (así como representantes de varios movimientos nacionalistas) se reunieron en Bandung para discutir la posibilidad de definir sus políticas de forma independiente y sin subordinarse a los intereses de una de las dos grandes potencias que surgieron de la guerra. De África, solo la Costa de Oro (ahora Ghana), Etiopía, Egipto, Libia, Liberia y Sudán participaron, porque la mayor parte del continente todavía estaba sujeto al colonialismo europeo.
De esta reunión y de la primera Conferencia realizada en Belgrado em 1961, surgió el principio de la No Alineación y el concepto del Tercer Mundo. Este no es el lugar para analizar el significado de la Conferencia de Bandung y su evolución en las décadas siguientes. Sólo quiero resaltar que la señal dada a los países africanos todavía sometidos al colonialismo europeo fue que la no alineación tendría que tener en cuenta que los países colonizadores pertenecían al bloque occidental y que, si hubiera negociación, este factor pesaría.
Este fue el contexto que dominó la primera fase de las independencias africanas: por un lado, el deseo de independencia plena y, por otro, la necesidad de negociar con el colonizador. Uno de los primeros líderes africanos en denunciar las antinomias de este proceso fue Kwame Nkrumah, primer presidente de Ghana, en el libro de 1965 (Neo-Colonialism, the Last Stage of Imperialism) en el que acuñó el término que dominaría muchas de las discusiones posteriores: neocolonialismo. Este término definiría el carácter incompleto de las independencias. Para escapar de esta camisa de fuerza, la única solución sería la guerra de liberación.
Fue la solución seguida por los líderes de los movimientos de liberación de las colonias portuguesas en África después de haber intentado durante mucho tiempo soluciones pacíficas y negociadas. Pero la guerra era solo otro campo para la afirmación de la guerra fría. Mientras que Estados Unidos y Europa Occidental ayudaron más o menos encubiertamente al régimen fascista y su política colonialista, la Unión Soviética y luego China y otros países miembros del bloque soviético ayudaron a los movimientos de liberación. Esto explica el perfil político de los nuevos países africanos liberados del colonialismo portugués.
De todo esto se puede concluir que la guerra fría fue el gran condicionante geopolítico de la primera fase de las independencias de África. ¿Cuál será el condicionante de esta segunda fase y qué posibilidades puede ofrecer a los países africanos que la primera fase no permitió? Todo apunta a que estamos entrando en una nueva guerra fría, esta vez entre EU y sus aliados, principalmente la Unión Europea, contra China y sus aliados, principalmente Rusia. Pero como la historia no se repite, no me parece que esta nueva guerra fría tenga el mismo impacto que la anterior.
Es que hay un hecho nuevo, los BRICS, el surgimiento de un grupo de países, demográficamente numerosos (47% de la población mundial), y económicamente poderosos (36% del PIB mundial). La polarización es ahora ideológicamente menos intensa: en lugar de capitalismo versus comunismo/socialismo, la dicotomía ahora es capitalismo multinacional con una mezcla de democracia/autocracia pro-occidental versus capitalismo de estado con una mezcla de democracia/autocracia soberanista y en algunos casos movilizada por la idea del Sur global. Este no es un nuevo pacto de Bandung porque ahora no hay lugar para la no alineación ni para un horizonte pos-capitalista. Por otro lado, si es cierto que China y Rusia son parte de los BRICS, Rusia ya no es la Unión Soviética y ninguno de estos países tiene la autonomía para imponerse unilateralmente porque India, Brasil y Sudáfrica también forman parte de este grupo.
La asociación de países africanos que actualmente luchan por una segunda independencia está en marcha. Las relaciones que se establezcan entre estos países y los BRICS serán decisivas para determinar si la segunda independencia es la última o sólo una fase más a superar por otras que eventualmente seguirán. Para ser la última, tendrá lugar en un vasto campo de soberanías compartidas en el que las relaciones de cooperación, la ayuda mutua, los tratados horizontales y los contratos equitativos, la libre circulación de personas como solución a la migración (terminando muchas veces en la muerte en el desierto, en el mar o en alambre de púas), el compromiso con la salud colectiva y la paz justa, y del que se eliminan las viejas recetas de «ayuda al desarrollo», del extractivismo de los recursos naturales y humanos, de responsabilidad injusta por la inminente catástrofe ecológica, de transiciones ecológicas sólo para que el capitalismo pueda seguir adelante, de bases militares para proteger intereses que ya están más que protegidos.
¿Es esto posible dentro del marco del sistema capitalista, ya sea el del Norte global o el del Sur global? No creo. Si estoy en lo cierto, la segunda fase de las independencias de África será seguida por otras fases que ya no afectarán a África, sino al mundo en su conjunto.
*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial.