Óptica. Los hijos de…

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Cristian Joel Sánchez*

No se asuste. No voy a hablar de esos otros hijos de… que hay muchos. Me refiero a los hijos de famosos, en cualquier ámbito, artistas, escritores, poetas, incluso a esos hijos de empresarios que heredan del magnate el fabuloso negocio de sus ancestros.

 

Como tengo cierta tendencia a generalizar –y acepto de inmediato las críticas al respecto– pienso que en la mayoría de los casos esas segundas partes, los hijos de…, no son buenas y la sombra del progenitor invariablemente termina nublándoles el sol de la fama que los “hijos de” quisieron capturar con mano ajena.

Con los hijos de políticos ocurre lo mismo y es a ellos a los que quiero referirme.

También en este ámbito, el de la política, la mediocridad suele ser bastante frecuente. Y también aquí heredar el apellido resulta fundamental. En la historia política de Chile la lista de estos herederos del renombre es larga. Ahí están los Alessandri, ninguno de los cuales alcanzó ni la mitad de la fama del viejo tronco, el león de Tarapacá, a quien, al margen de su condición de paladín de la derecha oligarca, hay que reconocerle su gravitación en la política chilena en un periodo álgido y dramático de comienzos del siglo XX.

Sus herederos, incluido el híbrido Jorge, presidente en 1958, cuyo triunfo tiene el triste privilegio de haber sido la última elección que la derecha ganara en Chile, han sido una decadente sombra de don Arturo. En la actualidad anda otro hijito de otro papá político que, amparado en el apellido paterno, quiere repetirse la presidencia que ejerciera hace algunos años después del fin de la dictadura.

¿Es entonces un baldón, un designio amargo, una limitación insalvable ser el retoño de una figura que se adelantó a brillar con luz propia dejando al descendiente condenado a ser siempre “el hijo de…”? Naturalmente que no, y me apresuro a desmentir mi propia generalización expresada más arriba en cuanto a que las segundas partes nunca son buenas. Ha habido honrosas excepciones donde la línea filial ha significado heredar del progenitor no sólo el nombre, sino algo mucho más trascendente como son los valores auténticos expresados en principios que van más allá la importancia efímera que puede entregar un apellido. Y es a una de estas excepciones a la que vamos a referirnos.

Una propuesta muy decorosa

Antes de nombrar al protagonista de este artículo y hablar del por qué de las esperanzas que concita en grandes sectores de la ciudadanía, en especial entre los jóvenes, se hace necesario entender el contexto en que se desarrolla su irrupción en el escenario nacional. Ya en ocasiones anteriores hemos descrito la particularidad que caracteriza a la realidad política de nuestro país.

Quizás porque estamos viviendo en medio de ella, quizás si porque todo se confabula hoy para mantener este status quo, la indignidad de los dirigentes, las claudicaciones descaradas que en otras circunstancias hubieran sido vergonzosas, el complot de los medios de información que terminaron circunscribiendo y pauteando el interés de la gente en tres o cuatro temas alienantes, en fin, quizás si porque todo sumado de manera inconsciente o deliberada ha desembocado en la más supina de las mediocridades, es que el surgimiento de una voz diferente que pugna por desprenderse de la rémora circundante provoca por primera vez un atisbo de luz que pareciera, seamos cautelosos, que pareciera, digo, ser el comienzo de un camino que no se entrampa a pocos metros de iniciado.

Esta figura que de manera sorpresiva y en muy poco tiempo se ubica como una gran alternativa popular es Marco Enriquez-Ominami, que para aquellos que fuera de Chile pudieran no saberlo, es hijo de Miguel Enríquez Espinoza, uno de los líderes más significativos de la izquierda chilena, fundador del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, y que muriera asesinado por la dictadura de Pinochet.

Marco Enríquez-Ominami, salta a la palestra política 35 años después de la muerte de su padre a quien ni siquiera llegó a conocer físicamente pues estaba recién nacido. Surge en un momento crucial en el que las ideas por las que entregara la vida Miguel Enríquez y Salvador Allende, junto a un trágico número de chilenos, irrumpe con fuerza hoy en un continente que se prende de norte a sur bajo el liderazgo bolivariano, demostrando que esos sueños no murieron bajo los escombros de La Moneda ni con la metralla que la dictadura descargó sobre la casa de Santa Fe 725.

Pero Marco Enríquez-Ominami no es mirista y, por si fuera poco, milita en un partido socialista cuya directiva lo aleja a pasos acelerados del pensamiento de izquierda. Tampoco lidera ningún movimiento revolucionario armado ni propicia aplicar el tipo de socialismo cubano a la realidad chilena. ¿Significa eso entonces que sus propósitos deban ser contrarios a los de Enríquez padre? ¿O al menos que el sueño socialista de Miguel padre es ahora obsoleto, demodé, y le corresponde a Marco hijo un "aggiornamento" que descarte el modelo socialista del estado como lo hace hoy su partido?

La crisis de los principios

Complejas preguntas que la claudicación de la dirección del PS creyó resolver con la palabra “renovación”, unciendo el partido de Allende al proyecto neoliberal que los artífices del arribismo creyeron inmutable y exitoso ad infinitum. El salvaje derrumbe del modelo económico capitalista que la Concertación hizo suyo con la complicidad socialista, ha dejado a este partido a la deriva, con la carencia absoluta de un ideal, de un objetivo y un leit motiv por el cual luchar, al cual dedicar la esperanza diaria y más aún por el cual entregar incluso la vida como lo hicieran tantos y tantos militantes del socialismo.

Durante casi todo el siglo XX el movimiento sindical y los partidos representantes de la clase trabajadora se propusieron como objetivo la construcción de una sociedad sin clases y la abolición del modo capitalista de producción estableciendo un Estado popular auténticamente democrático y representativo. Jamás en el pensamiento originario del socialismo chileno se planteó ni remotamente conceder al capitalismo la posibilidad de ofrecer una cara distinta a la que nace de su esencia originaria.

Los dirigentes fundadores entre los cuales estuvo Allende, cimentaron los principios programáticos del partido en las ideas de Carlos Marx, y su fin estratégico fue siempre la conquista de una sociedad socialista, un estado y una economía socialista. Los dirigentes actuales, creyendo que la ideología se había extinguido junto con la caída de las democracias populares, quisieron reemplazar esta aspiración fundacional del partido por un reformismo trasnochado en el que las migajas de las ganancias capitalistas iban a ser administradas para aplicar una “justicia social” marginal, sin tocar las bases de un modelo, el neoliberal, que hoy se desmorona estremeciendo los cimientos económicos del mundo.

Con lo que no contaron estos alegres arribistas fue que, independiente del desprestigio en el que se ha querido sumir a los postulados sociopolíticos del marxismo por los errores cometidos en las democracias populares, las leyes de la economía descubiertas por Marx continúan cumpliéndose con la precisión implacable que tiene una ley científica. Por si fuera poco, el amargo despertar de la borrachera oportunista trajo anexado el resurgimiento del mismo fantasma que una vez predijera Marx, el fantasma socialista que, por ahora, avanza por América Latina bajo la forma bolivariana iniciada en Venezuela.

"La lealtad tiene un corazón tranquilo"

Lo dijo Shakespeare, el inglés sublime. Sólo algunos en la dirección actual del socialismo chileno se han resistido a esta claudicación histórica que significó gobernar 20 años a favor de la oligarquía criolla y a contrapelo del espíritu revolucionario que renace hoy en Latinoamérica. Los más connotados dirigentes que han bregado por rescatar los valores históricos del socialismo chileno han sido Jorge Arrate, Alejandro Navarro y Marco Enríquez-Ominami. De ellos, los dos primeros optaron por renunciar a las filas del partido que en calidad de feudo maneja Camilo Escalona, y presentar sendas candidaturas a la presidencia liderando grupos de la izquierda nacional.

A diferencia de ambos, Marco Enríquez-Ominami, levantó su propia postulación sin renunciar a su militancia, lo que deberá hacer de acuerdo a la ley electoral antes de formalizar su candidatura, que aparece hoy empinada ya en el tercer lugar de las encuestas, con una intención de votos mayor que la que haya obtenido alguna vez la izquierda del Juntos Podemos.

Las razones de este inusitado éxito son muchas; sin embargo su mayor acierto ha sido sin duda continuar dentro de su partido. Arrate y Navarro, siendo ambos excelentes candidatos, con una posición auténticamente de avanzada, desdibujaron en parte su postura al abandonar las filas militantes lo que facilitó las descalificaciones lanzada por la camarilla escalonista, restándoles además gravitación en el grueso de la base que requiere cada vez más de un líder que encabece el descontento generalizado de los militantes.

Querámoslo o no el renacer del movimiento popular no se conseguirá sin el partido socialista, o al menos sin rescatar a la base socialista abrumada por el peso del oportunismo de la dirigencia. No se puede esperar sentados a la puerta de la izquierda a que la base socialista retorne al redil desencantada, cuando ya Escalona y sus secuaces hayan prostituido el partido socialista sin remedio, minando sus cimientos ideológicos. Es lo que ha hecho la izquierda todos estos años. La recuperación de la militancia deberá venir desde adentro, y eso se hace con valentía y audacia, como lo está haciendo Marco Enríquez-Ominami.

Expulsarlo sería el más grave error que pudiera cometer Escalona y eso lo sabe muy bien. Buscará entonces forzarlo a renunciar con el fin de crear en la militancia la sensación, como ocurriera con Navarro y Arrate, que son estos dirigentes quienes han mutado su posición y que la postura que ellos han tomado ya no concuerda con la ideología partidaria. La mejor defensa de Enríquez-Ominami es la que hoy se está produciendo: surgir como el candidato de mayor popularidad en la izquierda chilena, un candidato que es militante socialista y que retoma por primera vez el destino histórico de un partido que fuera desviado de ese objetivo por el oportunismo reformista.

¿Pero qué hará la izquierda que acaba de proclamar a Jorge Arrate como su candidato único? El Partido Comunista, que es el de mayor peso gravitacional por prestigio y número en el Juntos Podemos, tiene una tradición de gran habilidad política que ha demostrado en momentos cruciales de la historia del país. Fue el gestor de amplio movimiento popular que incorporó a las clases medias y a sus partidos y que desembocara en el triunfo de Salvador Allende en 1970. Justo es reconocer esta virtud, así como justo es también reconocer un periodo negro de equivocaciones que se desencadenaron luego de la caída del llamado socialismo real encabezado por la ex Unión Soviética.

Sin embargo, a partir de la dirección que toma Guillermo Teillier, paulatinamente este partido se ha ido incorporando a la contingencia de esta época y se ha ido posesionando como un referente imprescindible, al punto que lo impensable, que un Frei intente construir puentes de plata hacia la izquierda para ser apoyado en segunda vuelta, está ocurriendo en estos días. Es por eso que la gran batalla de la izquierda se dará en diciembre, donde debe consolidarse como una fuerza creíble, con un camino propio y viable, con un proyecto que se perfile hacia el tiempo venidero en que las condiciones van a sufrir forzosamente un cambio radical. El primer y gran paso es entonces aunar las fuerzas en torno a un solo candidato y, por sobre todo, a un programa nuevo y sólido que no deje lugar a las digresiones, un programa con las características a las cuales nos referiremos más abajo.

Ha llegado el tiempo

Es, sin duda, una oportunidad histórica. La crisis capitalista y el desmoronamiento del modelo neoliberal sustentado acá en Chile por la Concertación, el surgimiento de un movimiento revolucionario continental que toca ya las fronteras de nuestro país, los cambios que se producen en el seno mismo del capitalismo con la llegada de Obama al poder en EE.UU., entre otros factores favorables, obliga a la izquierda a actuar de manera ofensiva y audaz, rompiendo el aletargamiento de años de marcar el paso como carro de cola de una democracia que no sirve.

La candidatura de Marcos Enríquez-Ominami, lo reiteramos, posee ese aditamento fundamental del cual no se puede prescindir al momento de trazar el camino del movimiento popular. Su eventual postulación al frente de toda la izquierda implica llevar por primera vez la discusión ideológica al seno mismo del socialismo chileno, enfrentar a cada militante con la realidad de tener un hombre de sus filas, al que la dirigencia no le puede negar su condición de socialista y, sobre todo, no le puede negar el papel de verdadero continuador del camino que un día truncara la derecha militarista unida a los actuales aliados del partido de Escalona.

En la candidatura de Enríquez-Ominami hay todavía, sin duda, mucho que caminar y debe ser el conjunto de los partidos populares, incluyendo al máximo posible de dirigentes socialistas, los que deben enriquecer este proyecto. Si de verdad es el inicio de un camino, si es una propuesta auténticamente nueva, no puede madurar de la noche a la mañana porque la convertiría de inmediato en objeto de sospechas. Por lo tanto el programa de la candidatura presidencial de Marco es un pilar que debe ser trabajado y estructurado de manera minuciosa, prescindiendo esta vez del complejo histórico que la caída del llamado socialismo real dejo en el seno de la izquierda mundial.

El movimiento bolivariano del Presidente Chávez, y luego el de los sucesivos triunfos obtenidos por la izquierda latinoamericana en varios otros países, ha tenido la gran virtud de superar ese supuesto baldón que el imperialismo, la derecha mundial y los oportunistas venidos de la izquierda, se han encargado de promover en estos últimos 20 años después del fin del sistema socialista de naciones. La socialización de los medios de producción, de las riqueza básicas, de la salud, la educación, el trabajo, los centros financieros como la banca, entre otros, se han demostrado como las medidas inalienables e inseparables de un sistema que busque de verdad la transformación de la sociedad, hoy castigada tan duramente por la debacle del capitalismo a nivel planetario.

En Chile, el programa de un movimiento popular que renace y un líder que lo encabece, sin temor a los aullidos de la oligarquía local y de los que vendieron sus ideales para profitar de las prebendas que da el poder, debe proponerse medidas de realización inmediata, sin dilación si se alcanza el triunfo de las verdaderas mayorías.

Entre otras y a manera de algunos ejemplos, la creación de un sólido y auténtico sistema público de salud suprimiendo aquel heredado de la dictadura y mantenido por la Concertación, transformar totalmente el régimen de previsión de los trabajadores, la educación como una actividad económica que otorga hoy pingües ganancias, la estatización de la banca y la renacionalización del cobre, solidificar el papel del estado como rector de la economía y protagonista del bienestar de todos los chilenos. En fin, un gobierno popular que se encamine de manera clara y objetiva hacia el socialismo, sin temor a democratizar el papel cautelador del pueblo que deberá expresarse en elecciones libres, como ha ocurrido de manera sistemática en las experiencias socialistas bolivarianas de América Latina en donde los pueblos han ratificado una y otra vez su voluntad de profundizar los procesos.

Desde el punto de vista institucional, el programa debe incluir la intención inalienable de transformar la superestructura del sistema, introduciendo cambios sustanciales en el ámbito judicial, el llamado a una asamblea constituyente debidamente plebiscitada que democratice el poder legislativo, en fin, un programa claro, de auténticas transformaciones económicas, políticas y sociales que de verdad se transforme en la gran alternativa frente al descalabro concertacionista y la amenaza del retorno de la derecha pinochetista al gobierno.

En cuanto al momento actual de la campaña de Enriquez-Ominami, se hace necesario e imprescindible transformar este fenómeno multitudinario en una campaña plenamente incorporativa, reviviendo la tradicional metodología popular de las brigadas propagandistas, los comités de apoyo sector por sector, persona a persona, dirigidos como prioridad a la juventud en colegios, universidades, centros deportivos y lugares de trabajo, pero también a ese pueblo que alguna vez levantó la bandera esperanzada del allendismo y que continúa a la espera de un renacer que comienza a germinar en un proyecto que, esperamos, tendrá que trascender más allá de la contingencia que implica las elecciones de diciembre próximo.

* Escritor.

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