¿Cambio o gatopardismo?

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Wilson Tapia Villalobos*

Tanto se habla del cambio, que uno termina por contagiarse. No hace mucho abordé el tema impulsado por mi nieta. Ahora los inspiradores fueron otros, ya maduros. Pero tan casuales como la pequeña Milagros. Por esas coincidencias que trae el zapping, de pronto me encontré con una entrevista a Óscar Guillermo Garretón. Hablaba de su cambio.
 

De ese que lo llevó de ser uno de los revolucionarios más lenguaraces de la Unidad Popular, a presidente de la transnacional telefónica que opera en el país. Este cargo, entre otros de calibre similar.

Luego, en un noticiero, encontré al senador Fernando Flores. Abordaba su traslado desde la gobiernista Concertación de Partidos por la Democracia, a la candidatura presidencial del millonario Sebastián Piñera de la opositora Alianza por Chile. Al igual que Garretón, el pasado de Flores está en la más rancia izquierda. Llegó a ocupar varios ministerios en el gobierno del presidente Salvador Allende.

Confieso que quedé algo perplejo al escucharlos. No tanto por su tránsito de una barriada a otra, sino por las explicaciones. Todas relacionadas con el cambio. Carretón se siente coherente. Cree que ahora corresponde hacer la revolución desde la otra orilla. Ya no hay espacio para la mutación total. Y lo dice convencido de que sigue siendo revolucionario. El escenario cambió y los actores tienen que actuar en consecuencia. Ahora, asegura, la revolución debe llevarse a cabo desde la empresa.

Algo así como convencer al empresariado de asumir la vida con un marcado sentido social. El tiempo de los sueños del cambio radical, ha terminado. Y quienes no piensen así, plantea Carretón, que muestren una alternativa.

Flores es admirador del cambio tecnológico. De la forma como la revolución en esta área ha variado las reglas del juego en la economía, en la política, en las relaciones sociales. Y desde allí, dispara contra las visiones de la izquierda de antaño. Las que fueron sus visiones. Muestra una especie de ecumenismo que le hace decir que Sebastián Piñera y Eduardo Frei, candidato de la Concertación, son buenos presidenciables. Pero que optó por el primero debido a que es necesario un golpe de timón. Pareciera no haber razones ideológico políticas en su respaldo.

Cuando los políticos hablan del cambio, finalmente ¿de qué hablan? Estoy convencido de que no es de una sola cosa. Ni siquiera del mismo grupo de elementos. Es una especie de entelequia que se ajusta al paladar de cada cual. Para el análisis que pretendo hacer, descarto las aspiraciones personales, que sin duda las hay. Me interesa, fundamentalmente, comprender qué puede caber en ese concepto que resulta tan atractivo.

Y para poner un ingrediente más en esta sustanciosa sopa, el senador Pablo Longueira, uno de los líderes de la derechista Unión Demócrata Independiente (UDI), asegura que el apoyo de su colectividad a Sebastián Piñera no es fácil. ¿Por qué? Sin duda, por la necesidad de cambio. Finalmente Piñera es un empresario multimillonario y la opción de la UDI era hasta ahora por los sectores desposeídos. Una cosa como que no cuaja con la otra.

He llegado a convencerme que el cambio es una etiqueta "marketera" más. El presidente estadounidense fue de los principales beneficiados. Barack Obama logra su cargo gracias a un posicionamiento coincidente con la necesidad de cambio. ¿Cambio para qué? Con seguridad, para intentar fortalecer el alicaído poder imperial norteamericano. Y es aquí donde comienzo a recordar a Giuseppe Tomasi di Lampedusa y su novela El gatopardo.

La cita original es: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. En política es cambiar algo para que nada cambie.

Si uno revisa los postulados de los distintos sectores, hay algo de gatopardismo en todos ellos. En algunos más acentuado que en otros, es cierto. Pero igual está allí. La explicación es que hoy no existe proyector alternativo. Y la gente aspira a un cambio, porque la forma de vida que lleva no le satisface.

Es cierto que el marxismo ha sido sobrepasado por la realidad. Las razones son tan simples como que cuando Marx entra con fuerza colosal en la filosofía contemporánea, no existía internet, ni televisión y la presión de los medios de comunicación no era ni la sombra de la que exhiben ahora. Tampoco estaban las redes de comunicaciones actuales ni la velocidad de traslación, incluso física. Todo eso es verdad. Pero en su época, como hoy, las diferencias sociales siguen obedecían a las mismas categorías que él determinó. Es más, las variaciones que se han producido han aumentado el abismo que separa a ricos y pobres. ¿Desaparecieron las clases sociales?

Vistas así las cosas, el cambio del que hablan hoy los políticos, sólo en parte se identifica con las necesidades de la ciudadanía. El resto, tal vez, es para mantener el sistema económico neoliberal vigente. Para que el gatopardismo deje de ser tal, será necesario despreciar el rótulo "marketero" e imponer las verdaderas necesidades de cambio. Hoy, aquellas son atendidas en parte y sólo por algunos líderes. Lo demás es gatopardismo puro.

 

* Periodista.

 

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