La Doctrina Monroe parece gozar de buena salud

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Estados Unidos quiere reajustar su presencia global para centrarse más en América Latina y en la lucha contra la migración, según la nueva estrategia de la administración de Donald Trump -“Estrategia Nacional de Seguridad”-, publicada el viernes 5 de diciembre. 

El documento expone con firmeza el objetivo de reforzar la influencia de EEUU en América Latina, donde el actual gobierno está atacando a presuntas narcolanchas, está inmerso en una confrontación con el gobierno venezolano en busca de apoderarse de sus recursos energéticos, y busca tomar el control del Canal de Panamá. Trump’s Wish to Control Greenland and Panama Canal: Not a Joke This ...

En diciembre de 1823, hace más de un siglo ya, el entonces presidente estadounidense James Monroe, subió al podio del Capitolio, donde leyó el tradicional discurso presidencial de fin de año: a partir de allí surgió una de las posiciones políticas más sólidas y duraderas de EEUU: la doctrina que lleva su apellido. El mensaje fue claro y directo, EEUU no iba a tolerar la colonización de los países latinoamericanos y caribeños, recién independizados. Po ello la doctrina se llamó «América para los (norte)americanos».

Era una forma «sofisticada» de nombrar lo que después se conoció como la política del «gran garrote» (big stick), que EE.UU. adoptó desde entonces. Ese apelativo venía de una frase que el presidente usó al expresar sus ideas sobre política exterior, pero tiene su origen en un dicho africano: «Habla suavemente y lleva un gran garrote; llegarás lejos». En la historia esta política se llamó Corolario de Roosevelt.

La Estrategia de Seguridad Nacional presentada por la Casa Blanca sostiene que “después de años de negligencia, Estados Unidos reafirmará y aplicará la Doctrina Monroe para restaurar la preminencia estadounidense en el hemisferio occidental y para proteger a nuestra patria y nuestro acceso a sus geografías a través de la región”. 

Doctrina Monroe: más de dos siglos de “América para los americanos”Esta reafirmación incluye negar “a competidores no hemisféricos la habilidad de posicionar fuerzas u otras capacidades amenazantes, o de adueñarse o estratégicamente controlar bienes vitales en nuestro hemisferio”, lo cual se presenta como un “Corolario Trump” a la Doctrina Monroe, el cual supone “una restauración de sentido común potente del poder estadunidense y sus prioridades, consistente con nuestros intereses de seguridad”.

La noción de un “Corolario Trump” hace referencia al Corolario Roosevelt, introducido en 1904. La doctrina original, concebida por Monroe, se presentó como una advertencia a las potencias europeas contra todo intento de restaurar el colonialismo, en una época en que América Latina y el Caribe se sacudía el yugo de España y Portugal e intentaba reafirmarse frente a Gran Bretaña, Francia, Países Bajos y otros actores estatales o paraestatales que explotaban el vacío dejado por la debacle ibérica. 

Ese presunto paraguas frente a la intervención europea supuso el remplazo de las metrópolis transatlánticas por la dura bota de Washington, como rápida y trágicamente descubrió México al sufrir el robo de más de la mitad de su territorio a manos de Estados Unidos entre 1835 y 1854. 

Para inicios del siglo XX, el presidente estadounidense Theodore Roosevelt estimó que ya no era necesario fingirPortraits: Theodore Roosevelt | MowryJournal.com una postura defensiva y proclamó todo el hemisferio, fuera de las fronteras estadunidenses, como un territorio salvaje susceptible de ocupación y colonización bajo la premisa de que “en el continente americano, como en otros lugares, la inconducta crónica puede requerir finalmente la intervención de alguna nación civilizada, y en el hemisferio occidental la adhesión de los Estados Unidos a la Doctrina Monroe puede obligar a los Estados Unidos […] al ejercicio de un poder de policía internacional”. 

Bajo este corolario, República Dominicana sufrió la confiscación de sus aduanas, mientras Cuba, Nicaragua y Haití padecieron ocupaciones que se prolongaron por décadas y degeneraron en sangrientas dictaduras. Antes, en 1899, Washington ya se había apoderado de Puerto Rico, al que mantiene en situación colonial hasta ahora como haría con Cuba si la Revolución de 1959 no hubiera consumado la independencia de la isla.

Monroe sigue vivo

Doctrina Monroe, el certificado del poder imperial sobre América Latina ...El documento parece una advertencia a China y sus asociaciones en y con países latinoamericanos y caribeños. Se presenta como un “Corolario Trump” a la Doctrina Monroe, el cual supone “una restauración de sentido común potente del poder estadunidense y sus prioridades, consistente con nuestros intereses de seguridad”.

Debido a la proximidad entre los territorios, EE.UU quiere imponer el imaginario de que es el guardián de Latinoamérica y el Caribe: “Hay muchas revoluciones, mucho caos allí, y nosotros, los anglosajones, necesitamos ponerles orden’, es una visión que está muy presente en la actual administración de Donald Trump.. Si bien el país mantuvo una postura intervencionista en la región a lo largo del siglo XX, -ocupó Haití (1915-1932) y Nicaragua (1912-1933).

Y apoyó y financió a las dictaduras militares involucradas en la Operación Cóndor durante la Guerra Fría. Estados Unidos siempre buscó legitimar sus acciones cubriéndolas con «valores universales», ya sea construyendo un ‘mundo libre’, defendiendo la libertad o incluso expandiendo la democracia.

El imperio y yo

Ahora, nada de eso está sucediendo: Trump claramente planea simplemente retomar la antigua orientación imperial de EE.UU del siglo XIX, sin apelar a ningún gran valor universal, Trump dice abiertamente que solo lo hace por interés, expansionismo, apoderarse de las reservas estratégicas del subcontinente, en especial del petróleo, el litio y las tierras raras.

Es la idea de zonas de influencia, de poder puro sin ningún criterio moral ni siquiera de derecho internacional. La agresividad de la postura estadounidense hasta el momento se limita al ámbito retórico y a ocupar militarmente zonas estratégicas como el mar Caribe y el Océano Pacífico, con el pretexto de combatir al narcotráfico que es un gran problema para EEUU con casi 200 mil muertes al año

Hasta ahora el garrote sólo fue utilizado por Trump y su gobierno para asesinar a pescadores caribeños, con el pretexto de que son narcotraficantes. Y para liberar e indultar a Juan Orlando Hernández, expresidente hondureño encarcelado en EEUU por traficar “apenas” 400 toneladas de drogas, y sentenciado a 45 años de cárcel.

La resucitación

«La Doctrina Monroe está muerta», fue lo que dijo en noviembre de 2013, el entonces Secretario de Estado estadounidense John Kerry (durante la presidencia del demócrata Barak Obama) al finalizar la reunión realizada por la Organización de los Estados Americanos (OEA), en Ciudad de Guatemala. El auditorio compuesto por representantes de los gobiernos de América Latina y el Caribe, se llenó de aplausos. 

Según Kerry, en lugar de aquella relación «intervencionista» de Estados Unidos, ahora venía una era en la que los países americanos serían vistos «como iguales, compartiendo responsabilidades, cooperando en materia de seguridad y adhiriéndose ya no a una doctrina, sino a decisiones tomadas conjuntamente». Lindas palabras, las de Kerry, pero doce años después, la Doctrina Monroe nunca ha estado tan viva.

El actual secretario de Defensa de EEUU (ministro de Guerra) Pete Hegseth, afirmó en Fox News que Estados Unidos debe recuperar influencia en su «patio trasero perdido» ante China.  «Vamos a invertir en lo que impulse los intereses estadounidenses en nuestro patio trasero mientras interrumpimos la influencia china allí», dijo HegsethLa frase «patio trasero», es un legado que dejó la Doctrina Monroe, siendo una manera común de referirse a América Latina y el Caribe desde la perspectiva estadounidense. 

Hegseth se refería a la tensión entre la actual Casa Blanca y el gobierno panameño por el control del canal marítimo que atraviesa el país centroamericano y les ahorra días de viaje a los barcos que necesitan pasar de un lado a otro del continente. Washington alega que Panamá violó los Tratados Torrijos-Carter cuando se unió a la Iniciativa del Cinturón y la Ruta, proyecto masivo de expansión comercial de China conocido como la «Nueva Ruta de la Seda», en 2017.

La actual postura de la Casa Blanca hacia la región se puede explicar, curiosamente, gracias a la dependencia que EEUU proyecta tener de América Latina y el Caribe, a medida que comiencen a sentirse los efectos de la imposición de aranceles comerciales a casi todo el mundo. La economía estadounidense tendrá que recurrir a los países de la región en busca de materias primas para la industria, y al mismo tiempo, explorar otros mercado de consumo. Y, debido a eso, recuperar el control del «patio trasero» también es una forma de bloquear el acceso de China a las mismas materias primas y mercados potenciales.

Hoy en día, China es el principal socio comercial de países latinoamericanos como Brasil, Perú, Chile y Venezuela, mientras que Estados Unidos mantiene esa relación con las naciones de México, Guatemala, Colombia y Ecuador. Obviamente Brasil posee un peso decisivo en esta esfera de influencia global, ya que es el principal socio de vecinos como Argentina, Bolivia y Paraguay. Por ello,  la declaración hecha por Trump acerca de Brasil el día de su investidura «no los necesitamos, pero ellos nos necesitan», es todo lo contrario.

 En este contexto, lo que el trumpismo denomina “negligencia” no es sino el relativo y variable cuidado de las formas que las administraciones demócratas y republicanas han tenido en sus vínculos con las naciones de la región desde el final de la guerra fría. El respeto formal a la soberanía de sus pares (con las notorias excepciones de Cuba y Venezuela, contra las que el injerencismo ha sido siempre descarado) no impidió a los antecesores de Trump seguir aplicando la Doctrina Monroe, como atestiguan las continuas intervenciones en Haití, los golpes de Estado contra Manuel Zelaya (2009, Honduras), Fernando Lugo (2012, Paraguay), Dilma Rousseff (Brasil, 2016), Evo Morales (2019, Bolivia), Pedro Castillo (2022, Perú).

Así como el Plan Mérida impuesto de la mano del mexicano Felipe Calderón; el brutal lawfare contra Cristina Fernández de Kirchner en Argentina; el apoyo al paramilitarismo uribista en Colombia; la soberanía siempre tambaleante de Centroamérica, con la resistencia prolongada de Nicaragua y efímera de Honduras, por mencionar sólo algunos entre los innumerables ejemplos del nunca extinto monroísmo. 

Así, el “Corolario Trump” no es un cambio de estrategia, sino de método: el control ejercido a través de la red de iglesias evangelistas y de ultraderecha, de universidades, medios de comunicación, poderes judiciales oligárquicos y corruptos y organizaciones no gubernamentales, se sustituye o complementa con el primitivismo del Gran Garrote, los despliegues militares ostentosos y el abandono de cualquier apariencia de legalidad. Como anunció el secretario de Guerra, en lo sucesivo la democracia será considerada una mera distracción para los objetivos imperiales de la Casa Blanca.Trump, el presidente que no ha declarado una guerra en su primer mandato

La Doctrina “Donroe” no es la afirmación de las capacidades de una potencia emergente que fue hace dos siglos, sino el coletazo de un superpoder en decadencia acelerada, de la cual el trumpismo es tanto el síntoma más evidente como el máximo catalizador. El abuso de la fuerza no es, como pretende el magnate, una señal de fortaleza, sino el recurso de quien ya no puede atraer a sus vecinos con innovación tecnológica, inversión productiva, ejemplaridad institucional o un modelo civilizatorio viable.

*Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

 

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