Voto voluntario: un pretendido abrigo contra el frío electoral

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El pasado lunes 24 de Enero, se promulgó —con mucha algarabía por parte de la «clase» política chilena— la ley que establece la inscripción automática en los registros electorales (al cumplir cada persona los 18 años de edad) y su secuela: el voto voluntario, mecanismo que comenzará a regir desde las elecciones municipales a celebrar en el mes de octubre del presente año.| MARCO BRAVO.*

 

El precepto legal, así, suma al padrón electoral, la para nada despreciable cantidad de cuatro millones y medio de personas mayores de 18 años (dos tercios de los cuales son menores de 30 años), que hasta la fecha no se habían inscrito en el Registro Electoral, esto —según analistas— como una demostración del alejamiento a un modo de hacer política y repudio a los políticos profesionales.

 

Todos los matices que contiene el arcoiris político chileno se mostraron muy felices por la noticia, ya que “rejuvenece” a la política nacional, obligando a “renovar sus planteamientos a la clase política” en pos de conquistar el voto “nuevo”, etc., etc., etc.

 

Desde ese punto de vista, el lector dirá que son avances en el desarrollo de nuestro sistema democrático, muestra de la buena salud que goza el sistema representativo; sin embargo, si uno utiliza la estadística se dará cuenta que hoy esos no inscritos representan cerca del 50% del electorado, transformándose ahora paradojalmente en la mayor fuerza política del país.

 

Al ritmo de crecimiento que tenía el padrón electoral (cercana al 5%) habríamos llegado inexorablemente en un período no muy largo a la siguiente situación: los no inscritos, convertidos en mayoría no participante, generan un profundo vacío de legitimidad política, lo cual iba a tener repercusiones en la mentada gobernabilidad del país.

 

Ya me extrañaba la buena voluntad del sector político —autodefinido como «clase política»—: al comenzar a sufrir los escalofríos de la soledad en el poder, ha tejido una manta con el voto joven (con la cual pretende arroparse).

 

La consideración —desde este lado de la vereda— es que las mantas ya no se tejen como antes —y duran con suerte solo una temporada.

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