Llueve sobre mojado en el Vaticano, y no es agua

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El mundo parece haber dado una vuelta hacia atrás de siglos: aumentan las tasas de explotación de los trabajadores, cunde el semialfabetismo entre los políticos, la guerra —o los asaltos en despoblado y poblados— surge otra vez como recurso de política exterior, los intelectuales no logran dar con una teoría que explique la historia contemporánea… y la Iglesia Católica regresa a la corrupción pre luterana.| RIVERA WESTERBERG.

 

En América —salvo los ciegos— todos ven que por cada curita bueno y santo, no menos de tres o cuatro tienen amantes (de cualquier sexo), lucran de su pastoreo y alguno se dedica con entusiasmo a los niños. Y todos también saben que la santa madre no es que haga la vista gorda, sencillamente hurtó la venda de la Justicia, no para juzgar con imparcialidad sino para cubrir la luz de tanta insania.

 

El papado vuelve a ser como un arca gigantesca rumbo al desastre con sus bodegas lastradas de corruptela y fotografías de un banquero que cuelga de uno de los puentes romanos —para no mencionar (como en otras épocas) a un papa presuntamente envenenado a mediados del siglo XX.

 

Nada basta ni parece poco en el Estado secreto que ayer nomás se «hizo el tonto» con los trenes de la muerte allá en Polonia de la misma forma como se había hecho el tonto —y quizá se hace todavía— con los etnocidios americanos.

 

Los curas de voz pausada y todos con leve acento que en alguna academia de retórica aprendieron están otra vez, como en el siglo XVI con el trasero en el sartén: falsificación de facturas, por ejemplo, de los museos del Vaticano, sospechas de que Cáritas tiene enjuagues con los entes recolectores de limosnas, robos de mobiliario, vajilla y obras de arte en las casas pontificias, en fin, han salido a la luz.

 

Dicen que el papa se mostró triste, tristísimo, porque un diario (sin duda amarillista) haya descubierto la perdiz (tambien lo hizo un canal de TV italiano, LA7, que no es de Berlusconi). Lamentablemente no es invención de un afebrado periodista en hora de cierre. Las denuncias fueron realizadas por un alto funcionario en un cargo clave para la curia: el ex secretario general de la Gobernación del Vaticano, arzobispo Carlo Maria Viganó —que debió irse, lo echaron, por la tremenda indignidad de decirlo.

 

La prensa  informó al comienzo que este poco sabroso banquete —invitación de Vigano en forma de carta dirigida al papa teutón en marzo de 2011, en la que denunciaba “corruptelas y privilegios” (indebidos) de los que fue testigo desde que asumió la Secretaría General del Governatorato, en julio de 2009.

 

Antes le había escrito infructuosamente al secretario de Estado del Vaticano, Tarcisio Bertone para defender sus tareas al frente del Governatorato —que controla concursos y adjudicación de contratos de obras de la (¿santa?) sede.
Como no podía ser menos, un medio berlusconiano abrió fuego contra el Viganó, haciendose eco, o fomentando, una campaña de desprestigio y amedrentamiento contra el prelado.

 

Viganó había acusado al director de los Museos Vaticanos, monseñor Paolo Nicolini, de quien dijo que era persona “vulgar y sin escrúpulos”, que falsificó facturas cuando estaba al frente de la Pontificia Universidad Lateranense, a la que causó un desfalco de 70 mil euros. Nicolini, además, tendría intereses en la sociedad SRI Group, que acumula incumplimientos hacia el Governatorato por al menos dos millones doscientos mil euros. “El comportamiento de Nicolini además de representar una grave violación de la justicia y de la caridad son perseguidos como delitos, tanto en el ordenamiento canónico como en el civil”.

 

“En caso de que no se proceda en su contra por vía administrativa, considero mi deber proceder por vía judicial”, amenazó Viganó, quien también acusó al responsable de las Villas Pontificias, Saverio Petrillo, de haber cubierto un robo en una de esas sedes.
Según el peri´ñodico digital que destapó la maloliente olla, Il Fatto Quotidiano, las denuncias presentadas por el prelado ocasionaron su remoción del Governatorato y su “exilio” en Estados Unidos, donde fue nombrado nuncio apostólico.

 

Señoras, señores: esto recién comienza.

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