El lobo y las siete cabritas

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R.W.

No hay en verdad, a los ojos de la fantasía, gran certeza; muchos aseguran que los cuentos de los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm son recopilaciones de relatos producto de la imaginación campesina recogidos en las aldeas alemanas de su tiempo. Pero otros aseguran con firmeza algo muy distinto: que en su origen las historias escondían importantes enseñanzas transmitidas por los elementales de la naturaleza.

Afirman, así, que hubo un tiempo en que duendes, ogros, gigantes, osos, lobos y sirenitas compartieron el mundo con los seres humanos, y que todas las criaturas podíamos entendernos.

Dicen que los cuentos de hadas no son más que un pálido recuerdo de las historias –reales– que alguna vez nos contaron las hadas y que por vergüenza los humanos fuimos primero disfrazándolas hasta olvidar después su verdadero contenido. Aseguran que sólo los niños pequeños pueden entenderlas, puesto que no tienen miedo de creer en ellas.

Esas personas –un poco extraviadas quizá– dicen también que los "cuentos de hadas" no son patrimonio de ninguna cultura específica, que los encontramos en toda latitud y época, como el nudo de un patrimonio común de la humanidad que prefirió atribuirlas a la imaginería no cultivada de aldeanos y campesinos ignorantes.

Quizá.

 Jacob y Wilhelm Grimm, en todo caso, vivieron en lo que hoy es Alemania entre el último cuarto del siglo XVIII y apenas pasada la mitad del XIX; fueron bibliotecarios, hombre de academia y gran cultura y escritores. En su juventud explotaba el movimiento que hoy llamamos Romanticismo –que no tiene nada que ver con esas canciones un tanto idiotas que llamamos románticas.

El Romanticismo fue la primera gran rebelión contra el corsé del maquinismo industrial y la religión codificada que se dio en Europa (en América tuvo un cariz diferente: se tradujo como las revoluciones libertadoras de principios del XIX… pero nos apartamos del asunto).

Los románticos pensaron que los seres humanos debíamos "re-ligarnos" con la naturaleza, volver a sentirnos parte del mundo y no sus dominadores para ser libres, de tal manera que emprendieron largos viajes para conocer la Tierra y se acercaron a los seres más pobres y abandonados por la civilización: los campesinos. Ellos, analfabetos y atados, por decirlo de algún modo, a sus comarcas de origen quizá pudieran transmitir al resto los valores simples del comienzo de la humanidad.

Los Grimm viajaron por diferentes regiones de Alemania, y en ellas recogieron lo que hoy conocemos como los Cuentos de los hermanos Grim. Que ellos creyeran o no que esos cuentos esconden atisbos de verdades perdidas no lo sabremos nunca. Pero los anotaron, corrigieron y publicaron. Hoy ni los niños los conocen, ya nadie se los cuenta antes de dormir, se los robó la tele.

Quién sabe, empero, puede que todavía se entusiasmen con estos hechos que, si a veces son sangrientos y crueles –la vida no es un paisaje bordado en seda– de seguro lo son menos que la sombra del narcovendedor que merodea en torno del colegio –y por cierto menos dañinos que la mirada del pederasta o del paidófilo que también los acecha.

Por último pensemos en el suizo Paracelso, médico y alquimista, que solía preguntar cómo era posible para un creyente no concebir que Dios pudiera haber también creado ovejitas que pastan en campos de fuego…

La historia del malvado lobo y las siete cabritas (bueno, se comió por un rato sólo a seis) la encuentra aquí; los niños pequeños en el mismo lugar la podrán escuchar.

Y los adultos que los acompañen tal vez logren regresar por unos minutos a la única patria posible: la de la infancia.

De ninguna manera será un tiempo perdido. Compruébelo.

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