El símbolo de la carne

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Comer la carne de otros animales altamente evolucionados es una potente declaración de nuestro supremo poder. No es que conscientemente la gente se vanaglorie de la subyugación de los animales cada vez que comen una hamburguesa. Es más bien el hecho de que el principio de poder sobre la naturaleza es omnipresente en la cultura en que crecimos y forma el contexto de nuestro pensamiento. No es invisible, aunque normalmente no lo vemos. La explotación humana del mundo natural ha sido y seguirá siendo parte de nuestra historia en la que el consumo de la carne es un ejemplo ideal, a pesar de la racionalización y refinamiento de la civilización científica moderna.

Comer carne es parte de los hábitos sociales, un principio obvio e incuestionable para la mayoría de los humanos y una visión tradicional implícita en las investigaciones alimenticias que la considera como el único alimento real, a pesar de que la mayoría de los primates y otros mamíferos subsisten con muy poca o ninguna carne y que innumerables humanos vivimos con dietas vegetales. ¿Por qué, entonces, valoramos la carne animal tan altamente, a pesar de las consecuencias fatales para las criaturas involucradas?

La selección de alimentos en nuestros hábitos alimenticios esta impregnada de reglas sociales y significados, como atestiguan los ritos religiosos y seculares. Y la carne, particularmente, es un medio rico en simbolismo social, siendo el asociado con la fuerza y la agresión el más obvio. A través de todo el mundo la comida significa mucho más que una mera nutrición: “es un sistema de comunicación, un cuerpo de imágenes, un protocolo de usos y comportamientos”. Como dice el autor ingles Nick Fiddes, no es que ella simbolice intrínsecamente. Se usa para simbolizar. Y la carne conlleva una variedad de diferentes significados: símbolo de potencia, civilización y, por supuesto, superioridad humana.

La primacía de la proteína animal ha sido y continua siendo un principio establecido de sabiduría nutricional durante mucho tiempo entre los llamados expertos, así como en la gran mayoría de la gente. Carne o pescado y dos verduras, por lo general, se consideran elementos esenciales de la comida diaria. No importa cuan diferentes sean las culturas, los grupos sociales y los períodos históricos, la carne es suprema, el alimento más preciado y verdadero y el centro alrededor del cual se organiza la comida. En la jerarquía nutricional, los vegetales se encuentran en el último escalón y considerados sólo como un elemento auxiliar, aunque recientemente su estatus ha empezado a cambiar.

Tanto la evidencia biológica como antropológica sugieren que los humanos en relación al alimento son generalistas, lo que significa que lo que se come no puede determinarse genéticamente. Es más bien “un rasgo de la sociedad y está integrado en una estructura de valores sociales que muy bien puede que no tengan nada que ver con los principios de la nutrición”, a pesar de la creencia generalizada de que es parte de nuestra máquina instintiva. Los análogos de la carne, por ejemplo, a base de soya y otros sustitutos, dan testimonio de la centralidad del concepto y no de su prescindibilidad. El equivalente debe imitar la forma y el contenido nutricional de la carne misma. Lo más probable es que incluso si un sustituto perfecto de la carne fuera desarrollado, indistinguible de la cosa real, muchos carnívoros serían reacios a cambiar porque hay algo importante de haber venido de un animal.

Hay, entonces, algo más que proteínas en la carne, una sustancia con la que se puede demostrar riqueza o habilidad culinaria, conjurar recuerdos de cenas de celebración o como signos de crueldad, náusea, violencia, brutalidad y sangre, que evocan las condiciones terribles en que se crían y masacran los animales. El hecho de que no se haga mención de la dominación inherente en la crianza de animales para el matadero no es irrelevante, sino que transmite una dimensión adicional de significado que es particularmente potente y las racionalizaciones de la carne sólo sirven para oscurecer y preservar estos significados implícitos.

El animal humano desde tiempos inmemoriales se ha preocupado acerca de su propia identidad, de hasta qué punto estamos separados o somos un continuo con los animales, las plantas e incluso con los eventos geográfico y cosmológicos. En las ciencias sociales comúnmente nos encontramos con la distinción entre naturaleza y cultura. El pensamiento occidental, desde sus inicios, se ha centrado especialmente en la búsqueda de un atributo que nos distinga del resto de la creación: la político, la herramienta, la religión, el lenguaje, la cocina o la conciencia, por ejemplo, entre otros, son las etiquetas constantes.

Lo común a todas ellas es que asumen una polaridad entre “hombre” y “animal” en donde el animal se considera inferior al humano y la naturaleza contraria a la cultura. Tradicionalmente el mundo material ha estado por debajo de nuestra dignidad, un mero recurso a usar a voluntad con poca o ninguna obligación hacia ella. Una dicotomía prevalente que hasta hoy día el capital la da por sentada sin cuestionarla seriamente. La Gran Cadena de los seres que va desde Dios en la cúspide y sigue en orden descendente con los ángeles, los humanos, los animales, las plantas, terminando con lo inanimado, ha sido, y para muchos continua siendo, uno de los más potentes y persistentes presupuestos de nuestra manera de ver el mundo. Dentro de esta cadena el ganado solo tiene vida, según decía el filósofo ingles Henry Moore, para mantener su carne fresca hasta que tengamos necesidad de comerla.

El presumir que los primates no humanos son vegetarianos es significativo en sí mismo, según Nick Fiddes, ya que comer carne es un rasgo clave con el que tradicionalmente nos hemos caracterizados. En el intento de definir el surgimiento humano, la caza es el atributo más citado. La referencia histórica al momento en que por primera vez el hombre acoso un animal sugiere que hasta un punto indeterminado de la prehistoria nuestros antepasados eran en gran parte vegetarianos y la caza surgió debido a la escasez de alimentos, habilidad que precipitó un importante avance en la evolución de la especie. Antes de la caza, las relaciones de nuestros antepasados con los otros animales deben haber sido muy parecidas a las de los animales no carnívoros, viviendo junto a ellos y compartiendo los mismos pozos de agua. Con el inicio de la caza esta relación fue destruida y el hombre se transformó en el enemigo mortal del animal.

La ortodoxia tradicional, para seguir con esta historia, dice que la caza inauguró cambios en las relaciones humanas, así como entre los humanos y el medio ambiente, y marcó la aparición y formación de la sociedad humana, la tecnología y las diferencias de género. La evidencia de la antropología, la arqueología, la psicología y la genética simplemente no apoyan esta interpretación. Nuestra especie, argumentan los antropólogos, sobrevivió y se adaptó a través de la invención de la cultura, en la que la caza es sólo una parte. Es significativo que las virtudes humanas supuestamente promovidas por la caza son las que La caza para comer pone en peligro de extinción a más de 300 especies de mamíferos | Ciencia Home | EL MUNDOnormalmente se atribuyen a los machos de la especie. Atributos tales como la racionalidad, el liderazgo, el dominio, la agresión y las asociaciones macho-macho, como el papel silenciado de la mujer, sugieren que todo este tejido teórico es una racionalización de la realidad que supone que el mundo es el mundo del hombre. Como seres civilizados nos caracterizamos a nosotros mismos como depredadores y conquistadores y esta noción de poder humano impregna cada uno de nuestros canales de comunicación, incluído el sistema alimentario.

Cuestionar que los individuos tienen derechos ilimitados sobre los animales es desafiar un principio casi sagrado. Implica que el poder de la cultura humana sobre la naturaleza es limitado y eso de hecho es algo sujeto a controversia en una sociedad en la que la supremacía humana ha sido el ethos central. La creencia en el dominio humano no solo legitima comer carne, sino que también refuerza esa presunción. Matar, cocinar y comer la carne de otros animales proporciona la marca definitiva y símbolo clave de la superioridad humana sobre el resto de la naturaleza, y el derramamiento de su sangre es un motivo vibrante. La carne satisface el cuerpo, pero también alimenta la mente. Es la declaración de que somos los amos incuestionables del mundo.

En los últimos decenios hemos visto una creciente tendencia a disfrazar la fuente de los alimentos animales como reacción al malestar de comer animales muertos. Las conexiones de la carne con los animales vivos tienen que ser camufladas. El consumidor raramente encuentra ahora la carne animal en toda su desnudez. En su lugar, se ve cocinada, reformada o en un paquete al vacío, sin una pizca de sangre. Este malestar no es nuevo, sino que siempre ha existido y se ha manifestado abiertamente a través del mundo en grupos radicales que creen que comer carne es intrínsecamente nocivo o poco ético o ambos y que hoy se concentran mayormente en los círculos de defensa ecológica.

La carne tiene el potencial de reconfortar y nutrir al carnívoro, pero también de repugnar al vegetariano. Hay algo curioso en todo esto. Puede que algún día miremos la matanza animal con la repugnancia moral con que hoy miramos la esclavitud. O puede que no.

* Profesores de Filosofia chilenos graduados en la Universidad de Chile. Residen en Ottawa, Canadá, desde el 1975. Nieves estuvo 12 meses presa en uno de los campos de concentración durante la dictadura de Augusto Pinochet. Han publicado seis libros de ensayos y poesía.

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